Luis Ríos-Álvarez

Desde hace ya un tiempo considerable se ha instalado dentro de la población el debate de si las compañías farmacéuticas dirigen sus recursos e investigación solamente a los productos que resulten rentables para sus accionistas o en realidad cumplen la función de, más allá de conseguir usufructos económicos que reditúen sus inversiones, llegar a la meta ideal que es conseguir la cura de las enfermedades que hacen estragos entre la población.

Dentro de esta polémica están quienes creen que los medicamentos que producen las farmacéuticas y los grandes laboratorios son solo “curitas” que palean los síntomas pero que, en vez de curar, cronifican las enfermedades para seguir exprimiendo al paciente y los sistemas de salud dándole un falso sentimiento de seguridad cuando, en realidad, se convierte, prácticamente, en una adicción necesaria para mantener en jaque la dolencia sufrida.

Esto puede llegar a ser peligroso especialmente en el caso de los antibióticos, los cuales ya no gozan de tiempo suficiente para la investigación de nuevos elementos y al seguir utilizándose los mismos de siempre, la resistencia a los mismos por parte de microorganismos patógenos, sean estos bacterias, hongos, virus, protozoos o priones, han causado un resurgimiento de enfermedades erradicadas como la tuberculosis.

Las investigaciones difieren básicamente en quien las financia, institución pública o privada.
Obviamente cuando el dinero es aportado por capitales privados, la cuota de altruismo es mínima y, lógicamente, es considerada una inversión con pretensión de recuperarla más el mayor número de dividendos posibles. Esencialmente es una industria como cualquier otra que se beneficia del dolor del paciente.

Otro aspecto a tener en cuenta para que las investigaciones tengan el apoyo necesario es a quien, potencialmente, irá dirigido el nuevo fármaco. Lógicamente las enfermedades del primer mundo tendrán prioridad y los esfuerzos serán potenciados para lograr poner en el mercado, cuanto antes mejor, esa panacea que erradique los males del mundo, siempre y cuando esté en condiciones de pagarla.

Por otra parte, los residentes de países tercermundistas que comparten patologías desconocidas en sociedades afluentes o aquellos que padecen las denominadas enfermedades raras cuyo número no justifica una inversión para, por lo menos, intentar una cura, no tienen mucha ilusión de alivio porque, económicamente, no son rentables.

Por otro lado, la codicia del inversor impide que el retorno sea gradual por lo que el precio de ciertas medicinas y tratamientos se vuelven tan onerosos que resultan inalcanzables para muchos, sentenciándolos a una vida de sufrimiento o una temprana muerte.

En medio de esto están los oportunistas de siempre que aprovechándose de medias tintas en la legislación y falta de conocimiento de la población en general, utilizan la ocasión para ofrecer curas milagrosas para casi todas las enfermedades.

Esto es particularmente peligroso debido a las nuevas tecnologías y la rápida distribución de noticias vía las redes sociales, sean verdaderas o falsas, sin ningún tipo de verificación, ya que es muy fácil apretar un botón y renviar la información a los contactos, sin detenerse a pensar que por el hecho que está en internet no tiene que ser, obligatoriamente, verídico.

Entre los medicamentos más vendidos, y por ende que más beneficios redundan para las compañías farmacéuticas, son los utilizados para el tratamiento de cáncer, en sus variadas formas. No en vano los oncólogos están en el tope de ganancias entre sus colegas. A ello debemos agregar toda la parafernalia y tratamientos afines (Resonancia Magnética, Tomografía Computada, Quimioterapia, Radioactividad, apoyo especializado, etc.) que se suman a la bolsa de las ganancias.

De ninguna manera es esto una crítica a los médicos que para llegar a su posición han debido pasar largos años de estudio y prácticas y mantenerse al tanto de las variadas y cambiantes formas de tratamiento que se requieren en su especialidad. Al fin y al cabo, ganan muchísimo menos que un deportista de elite. Es, tan solo, un acotamiento a la realidad de que el aumento de los índices de cáncer demanda un incremento de oncólogos para su análisis y posterior tratamiento.

Algún día, quizás tengamos más suerte que Ponce de León con su quimérica y frustrada búsqueda de la milagrosa Fuente de la Juventud y las compañías farmacéuticas nos brinden curas reales a precios accesibles. Mientras tanto solo nos queda cuidarnos y mantener nuestras visitas periódicas al médico.