Cristian Farinola

El destino siempre quiso que Lucas estuviera rodeado por la naturaleza y los caballos. Esta comunión comenzó en las pampas argentinas de Huinca Renancó, Córdoba, y hoy se extiende y continúa a puro galope en la capital mundial del cowboy: Dallas, Texas, EE.UU. En este rincón campestre del Far West americano, Lucas Martin Guzmán se encarga del cuidado y entrenamiento de un grupo importante de caballos en un prestigioso club privado de Polo y Turf. Su trato y conexión con los equinos son fundamentales para la salud física y mental de esta majestuosa criatura, cuya atención integral significará un desempeño exitoso durante las exigentes temporadas de competencias hípicas. “Mis caballos son mis hijos y mi refugio cuando no me siento bien”, dice Lucas, reflejando su amor por ellos y también su vinculación.

Montar a caballo, escuchar sus relinchos, el olor a cuero y establo, las pasturas del campo, herraduras, yunques y el ruido de los cascos de los equinos golpeando el suelo en pleno galope. Estos son algunos de los sonidos, olores e imágenes campestres familiares para Lucas. Fue su padre quien le transmitió la tradición y cultura gaucha en su Huinca Renancó natal, un pueblo de no más de 10 mil habitantes, localizado bien al sur de la provincia de Córdoba, casi en el límite solitario con La Pampa. Esta herencia familiar no solo le transmitió el amor hacia el mundo equino, sino también a respetar, entender y cuidar con dedicación a esta raza milenaria. Hoy, todo su aprendizaje es reconocido en los espacios hípicos más prestigiosos de EE.UU., Texas, California y Florida son solo alguno de ellos.

“El mundo ecuestre es como una guardería con muchos chicos. Sabes que no se van a portar bien. En algún momento estarán tranquilos, pero siempre te van a sorprender con alguna situación. Siempre se van a mandar una. Esto es igual”, dice Lucas sobre el comportamiento de sus equinos, demostrando su compromiso y paciencia.

Lucas es una persona que representa autoridad, trasmite confianza y su perfil es como el de tanta gente de campo: tranquilo, pero seguro. Se encarga de proporcionar una dieta adecuada a sus caballos, mimarlos, limpiarlos, cambiar y mejorar sus herraduras, y asegurarse de que tengan un refugio bueno, limpio y bien acondicionado. Esta relación íntima y cercana que logra Lucas con ellos puede hacer la diferencia en una carrera, un partido de Polo y en la convivencia misma con el equino. “El caballo es un animal más pensante que inteligente, tiene memoria, recuerda quién lo trata bien y quién no. Todas estas cosas él las reconoce y se las fija. Está en uno transmitirle los mejores recuerdos y momentos para que el caballo te asimile con algo bueno”, remarca Lucas, que trata a su equipo de caballos como si fueran sus propios hijos.

“No sé qué cantidad de caballos habrá en el mundo, pero te puedo asegurar que no hay dos iguales. Son como las personas. Físicamente se pueden parecer, pero que piensen, actúen y tengan la misma visión, no existe”, asegura.

“Mi mayor satisfacción sería que la gente llegue a entender a los caballos, que los vea como seres sintientes y no solo como animales a los que se les pone una montura para montar. Quisiera que las personas puedan ver más allá y reconozcan la profundidad y la sensibilidad de estos magníficos seres”, reflexiona Lucas cuyo lazo con los equinos va muchos más allá de su utilidad práctica.

El cuidado de los caballos también incluye el mantenimiento y revisión de las herraduras de los caballos. El herrador es un oficio milenario y para muchos un arte. Legendarios conquistadores recorrieron el mundo a caballo. “El herraje tiene mucha historia. En la época del líder mongol Gengis Kan es cuando se empezó a herrar. Se dieron cuenta que los iba a ayudar a tener los caballos en mejores condiciones y hacer la diferencia en la guerra”, dice Lucas, que tiene la capacidad de herrar con gran maestría. “Sin casco no hay caballo”, dice. “A mí me encanta herrar. En la antigüedad una buena puesta de herradura hacía la diferencia en la guerra, hoy la hace en una exigente carrera hípica”, remarca.

Los caballos que entrena y cuida Lucas son verdaderos atletas y como tales requieren una atención acorde al exigente desempeño que realizarán en la temporada. “Soy muy exigente con mis caballos. Tienen que estar 10 puntos. Ahora, estuvieron descansando tres meses, preparándose para la temporada de diciembre en California, donde estoy como jefe de caballeriza. Serán otros tres meses sin descanso y con mucha competencia. Estos caballos son de competición. Hay que masajearlos, atenderlos, ponerles hielo, hacerlos trotar luego de una competencia. Lleva mucho tiempo. Pero no me quejo. Es la vida que adopté y estoy agradecido a Dios que me puso en este lugar. Es un privilegio”

En pleno campo abierto de Dallas, un puñado de caballos parados a 200 metros escucharon el silbido de Lucas y todos se fueron acercando amigablemente para saludarlo. Como él dijo, son sus hijos y, como buenos hijos, reconocen y responden al llamado de un buen padre, que los cuida y los guía en todo momento.

Si los caballos tienen memoria nunca se olvidarán de Lucas, pero tampoco él los olvidará. Lucas llevará en su corazón cada relincho, gesto y galope, marcando ese amor mutuo que los identifica y es infinito.