Cristian Farinola
Daniel Binelli es mucho más que un bandoneón virtuoso, es un explorador del alma del tango. Heredero directo de Astor Piazzolla, ha sabido transformar la tradición sin traicionarla, llevando el género a nuevos territorios sin perder su raíz. Tuvo que abrirse camino desde abajo, con trabajo silencioso y convicción artística. Desde Quilmes hasta la capital del mundo, Nueva York; desde Pugliese y Piazzolla hasta los Latin Grammy, su trayectoria es una partitura que continúa escribiéndose con pasión y profundidad. Hoy, con base artística y cultural en Valencia, España —donde ya ha formado su orquesta y se prepara para salir a escena— hablamos con una leyenda viva del bandoneón, Daniel Binelli, que, a los 79 años, sigue tocando y creando melodías en un acorde sin fin.
A los 9 años, su padre le regaló un bandoneón. “Ese gesto marcó todo mi camino”, recuerda Binelli, evocando su primer encuentro con el instrumento en aquel cálido y humilde hogar de Quilmes. A los 13, vio a Piazzolla en televisión y le dijo a su padre: “Yo quiero tocar como él.” Cuatro años después, Piazzolla lo escuchó por TV en el programa “Nace una estrella”, por El Trece, donde un adolescente Binelli hizo el arreglo de la canción Picasso, de Astor. El tema gustó tanto al renovador del tango que lo invitó a su casa. “Fueron momentos que me marcaron para siempre”, cuenta Binelli como si aquel momento hubiese encendido una chispa eterna.
Identidad, lucha y sentido de vida
“El bandoneón me salvó la vida. Me dio todo. En Quilmes, en plena época del rock, yo tenía un bandoneón. Todos me decían: “¿Dónde vas a ir con eso?” Pero seguí adelante y recorrí el mundo con este instrumento. Mi identidad la reforcé a través del tango”, admite.
Ya a los 23 años, Binelli tocaba en la orquesta del genial Osvaldo Pugliese, figura fundamental del tango argentino. Fue allí donde comenzó a consolidarse como músico, realizando giras por Europa, Estados Unidos y Japón, y ganándose un nombre fuerte dentro del ambiente tanguero. Ese recorrido lo volvió a poner en el radar de Astor Piazzolla, quien más tarde lo convocaría para formar parte del Sexteto Tango Nuevo, creado en 1989.
Con esta formación, Binelli se presentó en el Fabrik, un espacio cultural icónico de Hamburgo, Alemania, durante el prestigioso Festival de Jazz. Aquella noche fue más que un concierto: fue la consagración de una búsqueda artística que venía gestándose desde su adolescencia.
“Aprendí todo lo que un artista puede aprender de Piazzolla. La independencia de vivir de la música. Que el músico debe estudiar toda la vida, componer toda la vida y estar en condiciones técnicas. Yo estudio todos los días. Tengo absoluta disciplina. Eso permanece”, cuenta Daniel reflejando su filosofía artística.
—¿En qué etapa artística y personal te encontrás hoy?
Estoy viviendo una etapa profundamente productiva, ahora desde Valencia, una ciudad fantástica para vivir, crear y disfrutar. La elegimos junto a mi esposa, Polly Ferman —pianista uruguaya de gran trayectoria— con quien hemos compartido escenarios en todo el mundo. El álbum Impromptus Buenos Aires, realizado junto al tecladista y productor Sergio Vainikoff, está nominado a los Latin Grammy 2025, lo que nos llena de orgullo. Además, estoy ensayando con la orquesta que formé aquí en Valencia para una serie de conciertos en noviembre. Y en septiembre, regresamos a Nueva York para presentar un espectáculo de tango y flamenco, junto a Polly. A esta altura de mi vida, sigo creando, tocando y soñando. No me detengo.
—¿Regresas a NYC, una ciudad que conoces muy bien?
Si. Estuve viviendo casi una década en Nueva York, ciudad que ya conocía por tocar con diferentes sinfónicas. Yo en Buenos Aires estaba bien y con trabajo, me fui porque necesitaba salir, conocer, explorar. New York es la capital del mundo, cosmopolita y vibrante.
—¿Cómo vivís el tango hoy, a punto de cumplir 80 años?
Lo interpreto de otra manera. El bandoneón es el mismo, pero uno cambia. El tango es una música muy profunda, con una historia sin baches. Desde Villoldo hasta Troilo, desde Ojos Negros hasta Los Mareados, todo está lleno de inspiración. También compongo obras eruditas, de 15 o 20 minutos, como el concierto de bandoneón que estrené en Viena hace tres meses.
—¿El tango es melancolía?
Es visceral, profundamente emocional. Tiene raíces en la ópera italiana pero también en el candombe y la habanera. Es una mezcla de culturas que lo hace muy fuerte. Cuando se hace bien, el tango conmueve profundamente.
—¿Te preocupa el futuro del tango en manos jóvenes?
No, para nada. Los jóvenes hoy están mucho más preparados que en nuestra época. Tienen una cantidad de información impresionante gracias a internet, algo que nosotros no teníamos. Recuerdo que cuando entré con Pugliese en el ’78 no existía la computadora: todo lo escribíamos a lápiz, y si querías escuchar un disco, tenías que ir a la disquería y comprarlo. Ahora lo tienen todo al alcance de la mano. Con las redes sociales pueden escuchar de todo, sin pagar un mango. Tienen acceso a una riqueza musical enorme.
—¿De dónde nace tu música?
De todo: de la emoción, de una imagen, de una estructura. A veces, una mujer puede ser el disparador, como Polly. O una postal de Buenos Aires que se instala en la memoria. La música contemporánea tiende a usar procedimientos más matemáticos, menos ligados a la emoción romántica. Pero todo debe tener sentido. Para mí, ese sentido es la música.
A punto de cumplir 80 años, Daniel Binelli no solo sigue tocando el bandoneón: lo transforma, lo reinventa, lo proyecta. Su música es testimonio de una vida vivida con intensidad, y su obra, un puente entre generaciones. Hoy el destino lo encuentra en España, donde es uno de los impulsores de la Academia Valenciana del Tango, presidida por su compañera de vida y de arte, Polly Ferman. Y mientras espera por un Grammy Latino, Daniel Binelli sigue pensando el futuro, acompañado por el bandoneón, Polly y los sonidos que aún no han sido escritos.