Michelangelo Tarditti
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Amor de película es en realidad un amor de teatro. Dos lenguaje, cine y teatro, aunque cine solo en el argumento, son como dos hermanos que se llevan de maravillas.

El teatro permite estos juegos de estilos, que provocan, cuando logrados por supuesto, ese placer enorme que el arte nos regala.

Quizás, el mensaje de este trabajo no sea demasiado extenso, y nos proponga solo reflexionar sobre la necesidad de protagonismo, (casi siempre voluntario y con coloratura de egocentrismo, que se radica en los medios expresivos). Humano mecanismo, seguramente, y que no es privativo del mundo del espectáculo. ¡Qué decir del medio político, y mediático en general!

Pero si fuera como yo lo viví, (con los márgenes de subjetividad que reivindico como propios), este producto del teatro Callejón, es valiosísimo por su hilaridad, por su organicidad, por la calidad de los actores, por la creatividad e ingenio del novel autor Héctor Díaz, por la sincronía escénica impulsada por el mismo Héctor Díaz, y por los raudales de risa, sana y sin golpes bajos que vienen de la escena. Gracias, se agradece por saludable.

Los actores Gerardo Chendo, Rubén de la Torre, Javier Niklison, María Inés Sancerni y Luli Torn son espléndidos: graciosos, simpáticos, rítmicos, creíbles aún en situaciones a veces surreales, comunicándose y comunicándonos un clima, desopilante.

No hago ninguna distinción en calidad de composiciones entre el staff actoral, (muy ricas y diversas), pero no puedo no decir que me sorprendió María Inés Sancerni, quien hace algunos años nos deleitó con su unipersonal “Todo Verde”, en una composición en las antípodas de este magnífico trabajo.

Gracias Héctor Díaz, por esta bocanada de alegría sanadora. Por este momento con el teatro puro.