Michelangelo Tarditti michelangelotarditti@gmail.com
Varios premios internacionales, la aceptación del público, y las significativas recaudaciones, parecen aplaudir este profundo film de Alfonso Cuarón.
Cuarón, que también ha escrito el libro, imprime al film diversas lecturas, cada una más profunda y complicada que la otra, en esa ciudad capital del México de los años 70.
El problema político- económico del país, el tema de la incondicionalidad del amor, a hipocresía en el mismo amor de algún otro, el tema de la esclavitud “de nacimiento” de los pobres, en relación a los que han un poco (y no necesariamente un máximo ostentoso) de nivel económico. Esta necesidad extraña, implícita en la condición del ser humano, que comporta la necesidad de ejercer el poder sobre el otro. De esa necesidad, dice Rousseau, nace el mal.
En esa forma de apoderarse de la libertad del otro delinea la esclavitud. El poder que a veces se ejerce con odio y crueldad, como en el caso de tiranías conocidas, o de los pequeños poderes que sufrimos en menor escala, hasta cuando por tomar un solo ejemplo, el portero de un edificio nos ofrece dificultades que podrían ser salvadas con un poco de buena voluntad.
En esta familia burguesa del México del 1971, aparecen atisbos de todo eso. El amor incondicional de Cleo, la empleada doméstica sobrecargada de responsabilidades, que ama y cuida esa familia, y que recibe de los niños también un amor gratificante. Su resignación a ese modo de vivir casi de absoluta dependencia de los otros. Esa humildad, que es un don, pero que parece que no le regalará otro estándar de vida.
Un grupo familiar, como tantos otros, donde aparecen desencuentros de pareja, hipocresías de amor, y niños que sustentan en definitiva las relaciones. Y Cleo con ellos. Por siempre, como dirán en un momento dramático del film.
En esa sociedad, algo caótica, con militares o policías que inspiran represión y con algún rasgo de ironía, en la repetición de ese desfile barrial, que pareciera ser, por su precariedad, la otra cara del poder, esa fragilidad sustentada solo por la prepotencia de las armas, y no por la razón de los argumentos.
Otra sutileza de la regia es mostrar los libros de la casa dejados en el suelo, cuando la crisis matrimonial se lleva la aparatosa biblioteca que los contenía, como si lo esencial, el universo del libro, no fuera tan importante como esa apariencia del ostentar económico, simbolizada por la biblioteca retirada por el hombre, en la división de bienes matrimoniales.
Alfonso Cuarón, no solo maneja todos estos contenidos, sino también, el movimiento de cámaras, la fotografía, y las escenas multitudinarias con excelente composición. Pero, además, su film, nos permite la emoción y la reflexión al mismo tiempo, escenas conmovedoras, o escenas despojadas de sentimientos y con una estética pictórica bellísima, como son las escenas de los suburbios mejicanos, por ejemplo.
No deja de pintar, una imagen donde el hombre no queda demasiado bien parado en relación con la mujer, y donde parece que vuelca un poco su personal historia familiar.
Cleo, la protagonista, con esa humildad y disponibilidad a ultranza, es magnífica, conmovedora, se trata de Yalitza Aparicio.
Marina de Tavira, la madre, excelente, y el resto del elenco, en particular los niños, fantásticos.
Espléndido film de impronta latinoamericana, que produce una estética que sacude nuestra conciencia y nuestros sentimientos. Sentir, para provocar la reflexión. Reflexionar, para sentirnos humanos.
Para sentir y comprender la importancia de respetar la dignidad del hombre, sin discriminaciones. ¡De ningún color!