Cristian Farinola
En la vida siempre estamos partiendo. Partimos del vientre de mamá, de casa, del trabajo, un pueblo, ciudad y de un país. Un día todos partiremos de esta vida. Esta vez, partía de una isla multicultural, entusiasta y generosa. La capital del mundo financiero y del pecado, también de los acrónimos. Algunos de los más famosos… SoHo, NoHo, TriBeCa, DUMBO, NoLiTa, barrios cuyo ADN es el magnetismo de su personalidad. New York es un mosaico de contrastes étnicos, taxis amarillos, los puentes que retrató Edward Popper, el MoMa, las gárgolas art déco del edificio Chrysler, el majestuoso Reservoir del Central Park bordeado por la pista de atletismo y su inolvidable panorámica de la ciudad, imagen que nunca se fue al igual que la del subte 7, que regala una postal diferente de la Big Apple antes de ingresar y perderse por el conducto que atraviesa el East River para llegar a la gloriosa Manhattan desde Queens, distrito del US Open, el Flushing Meadow-Corona Park, Rockaway Beach y donde se hablan más de 100 diferentes lenguas. En todo New York se pronuncian 800 idiomas. El vagón de un subte es un mundo.
A metros del subte que atraviesa el río, se encuentra el Midtown Tunnel, el mismo que una vez al año se cerraba por un par de horas para que 40 elefantes crucen, lleguen al Madison Square Garden y quede inaugurado la temporada del Circo Ringling Brothers, tradición con 150 años de esclavitud animal que felizmente concluyó hace más de una década.
Dejaba la avenida más larga de la ciudad, Broadway; los históricos helados Mr. Softee donde aún los oídos recuerdan esa particular y contagiosa melodía del camión itinerante que con su música de llegada atraía a la gente como el maíz a las palomas. Una tarde acompañé en el recorrido a mi amigo Saverio, fanático de River y de los Ramones, banda que surge en el barrio de Forest Hills, Queens igual que Kiss, los integrantes de la emblemática banda se juntaban en la avenida Kissena Blvd., de ahí su nombre. Save había llegado a los 17 años desde Bernal Oeste. Tenía la licitación de uno de los recorridos de la tradicional marca de postres con una parada comercial en la exclusiva y turística esquina de Broadway y 8th Street; por un tiempo ya no visitaría el famoso restaurant Tavern on the Green con su amplio patio al aire libre rodeado de cuidados jardines y el Pio-Pio, espacio gastronómico peruano por excelencia donde el pollo, la sabrosa salsa de ají verde y la tradicional jalea de mariscos despiertan el paladar y los sentidos de los visitantes. Hoy cuenta con 8 sucursales y Augusto, su propietario, vive en carne propia el “Sueño Americano”. También supo concretar el deseo interno de explorar el mundo artístico con la inauguración de una galería de arte.
Dejaba suspendido un fragmento en el tiempo, un gajo importante de vida con diferentes y enriquecedores matices.
¿Qué sería de la vida sin matices?
Viajar es partir, ¿Al pasado o al futuro?
La vida es un transcurrir por el presente. Siempre hay algo por descubrir. Como decía Cortázar: “El paraíso está a la vuelta de la esquina”, aunque algunos quieren ver el infierno.
Desde que nacemos estamos partiendo. Un día llegará ese último y consagratorio respiro final para saltar valientemente desde el trampolín de la vida a la infinita eternidad. Ahí donde el tiempo y lo material no existen.
Partir es llegar a un lugar. Un destino. Y Buenos Aires posee ese eclecticismo mágico, con paisajes y monumentos emblemáticos, el fervor de su gente, los asados con amigos, el fútbol. El combo también incluye una sociedad insegura, egoísta y llena de contradicciones. Lo describió muy bien la genial María Elena Walsh en su canción “El Reino del Revés”. Un reino que siempre está de pie, el lugar donde nada el pájaro y vuela el pez, donde un ladrón es vigilante y otro juez.
Asombroso fue ver luego de una década que en los suburbios de Buenos Aires todo se sostiene casi igual, como las grietas que piden auxilio sobre el desgastado pavimento callejero dónde antaño los niños salían a jugar. Se armaban picaditos de fútbol, carreras de autitos con rulemanes y exigentes partidos de tenis. La red se improvisaba con varias bolsas de cebolla, de polietileno color rojo y verde. Se ataban de un árbol de la vereda a otro. Los cuatro cuadros que marcaban las calles servían de guía y los límites de la cancha. Se armaban partidazos. Para nosotros era como jugar en el Arthur Ashe. Muy de vez en cuando, cuando pasaba un auto, se aflojaba el hilo de la red, pasaba el móvil y se volvía atar para seguir jugando hasta un nuevo “match point”
Hoy es imposible. Muchos autos. Las grietas en el piso son más grandes y profundas, como las diferencias entre la sociedad argentina. El futuro llega a los suburbios a cuenta gota o ni siquiera llega.
En el barrio estaban casi los de siempre. Las mismas casitas, pero con los frentes de las casas enrejadas para protegerse de los robos y la inseguridad, que crece día a día como la inflación del país.
Ya no quedan niños jugando en la calle, pero ese hábito es el denominador común en todas las grandes ciudades del mundo. Bienvenido a la aldea global. Idea que ensayó el sociólogo Marshall MacLuhan en los años 60 y hoy es una realidad. Una aldea que parece estar atada, mirando las luces y sombras desde un rincón. Encadenados. Como también lo observó muchos siglos atrás, hace 370 AC. el gran filósofo griego Platón en su Alegoría de la Caverna en su libro “La República”, un adelantado.
A 12 kilómetros giré por la rotonda del Obelisco y agarré por la avenida Corrientes, que aún sigue siendo la capital de las librerías y el teatro porteño.
Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese “qué sé yo”, ¿viste? Imaginaba la luna rodando por Callao, cómo lo hizo el poeta uruguayo Horacio Ferrer, mientras se escuchaba el bandoneón de Piazzolla desde una casa de música.
Encontré rasgos parecidos con la Big Apple. Buenos Aires es New York en castellano. Tiene esa mística nocturna de bares, restaurantes, museos y vida cosmopolita que la identificó siempre. La universidad y los hospitales siguen siendo públicos. Un argentino o inmigrante no se endeuda si sufre un accidente en la calle o tiene que realizar una operación. Sin embargo, por estas tierras las deudas son muchas y de otro tipo, son miles de millones de dólares que se le debe al siempre asfixiante FMI. Pero la más cruel y engañosa de todas las deudas es la de los gobernantes con los ciudadanos.
Ingreso a la exponencial librería “El Ateneo”, camino por sus varios pasillos, repaso las páginas de algunos libros hasta que me encuentro con el de Bochini cuyo título de tapa reza: “Yo, el Bocha”. Una autobiografía del genial futbolista argentino, venerado por la hinchada del Club Atlético Independiente y de los amantes del buen fútbol. Un jugador diferente, fino, con pausa. Siempre la tuvo. El “Bocha” fue el rey de la pausa. Nació en Zárate, donde increíblemente aún no tiene su espacio, un museo, algo que lo represente. Se lo merece. Además, se convertiría en una opción de atracción deportiva e interés cultural para complementar a la ciudad de Zárate, que cuenta con un lindo paseo a la vera del río que incluyen bonitos senderos, restaurantes y cafés desde donde se puede apreciar la majestuosidad del puente Zárate Brazo Largo, el más grande de la argentina y con un parecido estético al Manhattan Bridge de New York. Solo que este cuenta con una senda muy angosta para cruzarlo en bicicleta o caminado. Desde lo más alto se puede contemplar todo Zárate, los pueblos y ciudades aledañas, las centrales nucleares de Atucha y el serpenteante Rio Paraná de las Palmas que se va perdiendo por el horizonte. Zárate, la ciudad donde nació Bochini, el ídolo de Diego Armando Maradona y de millones, se encuentra a 100 km del Congreso de la Nación Argentina, lugar donde se debate en la actualidad la Ley Ómnibus que llevó a ese recinto legislativo el nuevo presidente de Argentina. El mismo que señaló que Luis Caputo fue uno de los que endeudó a la Argentina en la gestión Macri y hoy es su Ministro de Economía, el que criticó y expuso a Patricia Bullrich y hoy es la Ministra de Seguridad y el que votó a favor de la quita del Impuesto a la Ganancias y hoy parece estar otra vez en dudas. Y las dudas paralizan. El reino del revés está en todo su esplendor. Sigue vigente. Se renueva constantemente. Este reino tan especial es como un virus que se propaga. Se originó en las pampas argentinas y fue mutando por otros países y continentes. Hoy, el planeta, abatido por el cambio climático, las guerras y temores de nuevas pandemias, se transformó en un poderoso, triste y empantanado Reino del Revés Global.
¿Cómo se sale? ¿Qué hacer? ¿Cuál es la medicina?
La fórmula, el antídoto, esa pócima que suministre bienestar y esperanza puede estar, a lo mejor, en aquella pausa que realizaba Bochini cuando desplegaba su elegante fútbol por todas las canchas del mundo. Porque cuando hay pausa, ya sea en el fútbol como en la vida misma, podemos pensar, meditar, respirar y elegir que la pelota llegue al compañero mejor ubicado en el área. Y si tienes un buen goleador, atrevido y encarador, seguro es gol.