por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

“Los peores enemigos de la democracia son las mentiras y la estupidez”

En agosto, Italia está en ebullición de calor y de turistas, incluyendo en la medioeval ciudad amurallada de Siena, en la Toscana, el día 16 de ese mes. Ese es uno de los dos días tradicionalmente asignados para la ancestral carrera de caballos llamada “el Palio de Siena” que se realiza en honor a la Asunción de la Virgen María; el otro es el 2 de julio, donde se saluda a la Virgen de Provenzano. La carrera consiste en dar tres vueltas alrededor de la Piazza del Campo y, salvo circunstancias extraordinarias, se ha venido realizando continuamente desde el año 1232. En ella, diez “escuderías” que representan los diversos barrios de la ciudad amurallada, más otros siete participantes de recambio, totalizan 17, cada una con atuendos, cuadrillas y banderas de tantísimos colores que representan a cada sector de la ciudad con una curiosa variedad de insignias: la lechuza, el puercoespín, el agua, la jirafa, el dragón, el águila, y otras que confirman que el popolo italiano está lleno de vida, arte y originalidad como pocos en Europa.

Otra fascinante singularidad del Palio es que los competidores montan “a pelo” –sin montura– y quien gana la carrera es el corcel y no necesariamente su jinete: animal que finaliza primero las tres vueltas es el ganador, lo mismo da que lleve a cuestas a su caballista o el pobre haya caído en la ronda. La leyenda cuenta que Siena fue fundada por Asquio y Senio, dos hijos de Remo, el abatido hermano de Rómulo; la historia dice que fue un asentamiento etrusco entre los años 900 y 400 a. C. Transformada en república en la Alta Edad Media, su muralla, erigida en 1194, fue la gran salvadora ante la invasión florentina o, según las versiones religiosas, el haber ofrecido la ciudad bajo el patrocinio de la Virgen María. La otra gran tragedia que diezmó Siena fue la peste negra o peste bubónica. La Toscana perdió entre 50 y 60% de la población y en la ciudad falleció el 70% de sus habitantes. Una Europa de 80 millones de habitantes quedó reducida a 30 a partir de 1347, cuando barcos llegados del Mar Negro trajeron inadvertidamente la bacteria Yersinia pestis, y hasta 1353, cuando esta terrible pandemia se degradó, no sin antes haber provocado desplazamientos masivos de gente –como hoy lo hacen la miseria, la guerra y los conflictos internos–, una economía europea destruida y una salud mental en el quinto subsuelo. La mayoría de la gente había perdido familiares y amigos en enormes cantidades y de allí la aparición también masiva de depresión severa –entonces llamada “melancolía”– y desórdenes de estrés postraumático –confundidos con “locura” en muchos casos– que tardaron décadas en desaparecer, algo similar a lo que ocurriera luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando se idearon novedosos tratamientos antidepresivos y antitraumáticos que aun seguimos usando en la labor clínica.

Volviendo al Palio –y disculpen tan larga digresión–, la carrera bien puede compararse a una política, al menos en Europa y Latinoamérica: hay varios partidos que intentan representar a sus seguidores, hay una selección previa de los competidores, y… ¿gana el caballo y no el jinete? Los caballos, en mi dislocada comparación, serían las plataformas de cada partido político que entra en la competencia y los jinetes serían sus candidatos. Aquí quiero resaltar un punto esencial: en una contienda que se tilde de “democrática” los votantes deciden cuáles serán las “escuderías” que participen y finalmente gana una plataforma, esto es un caballo, para llevar adelante su agenda de gobierno. Lo otro, si no, es Calígula nombrando senador a su caballo o un rey que no queda acotado por ninguna ley… “Los presidentes no pueden ser acusados de los delitos que cometan”, falla nuestra nefanda Corte Suprema, ¡Y cómo falla!

Una democracia que es, en la práctica, bipartidista, es como una carrera de corceles con apenas dos caballos cuando hay docenas de otros que necesitan y merecen representación para sus respectivas regiones, iniciativas e ideas. Penosamente, en la mayoría de los países los votantes son solo espectadores que no se han tomado la molestia de (o no han sido educados en), leer las propuestas de las diversas plataformas partidarias y eligen a un jinete solo porque éste luce mejor que aquél (cuando ya ni en los pueriles concursos de belleza se elige a una reina solamente por su apariencia), porque éste es más locuaz que aquél, o porque aquél otro ha prometido más, mejor y más rápido, aunque no ha dicho ni dirá al inadvertido pueblo cómo lo hará.

Después, la materialización de los planes esbozados en una contiende electoral y endosados por los votantes abre otro mundo de problemas y posibilidades que no analizaré hoy aquí. Baste decir que, si queremos lograr una democracia más perfecta, los desvíos groseros de los programas gubernamentales que ya han sido avalados por el pueblo a través de su voto mayoritario –salvo circunstancies excepcionales como una guerra o una pandemia–, deberían ser penalizados duramente pues, de lo contrario, a ese pueblo se lo ha engañado y vilmente. Ni qué decir de la hiperabundancia de dinero en los procesos eleccionarios norteamericanos (mismos que dejan afuera a docenas de seres humanos que podrían ser magníficos candidatos, pero no son ni millonarios ni amigos ni súbditos de aquellos) y del igualmente caprichoso y tóxico mecanismo de elección indirecta, por lo que son los “electores ungidos” y no el pueblo quienes en realidad deciden el ganador o la ganadora. Respecto de nuestro bienamado país, también es menester que tengan acceso a los procesos eleccionarios políticos nuevos, sangre nueva, en vez de continuar con los caballos viejos de siempre y sus consabidas e incumplidas promesas.

Qué sucederá este mes de noviembre en las elecciones presidenciales es tan incierto como saber quién ganará el próximo Palio de Siena. ¿Será la pantera, el unicornio, la lechuza? ¿Se destrozarán algunos de ellos en batallas campales que no solo desprestigian la imagen de nuestro país sino además generan enorme incertidumbre a todo nivel, desde lo económico hasta lo político-social? Queda rogarle a la Virgen protectora de Siena que asimismo ampare a los Estados Unidos en el próximo cuatrienio.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y educador público. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de Manhattan Norte y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.