Por Oscar A. Arnaud
Dentro de unos días se cumplirá un nuevo aniversario de la muerte de ese “prócer argentino”, que fue el Doctor Favaloro. Nuevamente, pero con más énfasis por tratarse de un personaje muy famoso, la crónica periodística nos repetirá que: “abrumado por los insalvables problemas económicos que afectaban a la Fundación por el creada, el Dr. René Favaloro se suicidó de un tiro en el corazón, justo eso que él tan bien conocía, el 29 de Julio de 2000, pocos días después de haber cumplido 77 años”. Junto a su cuerpo fueron hallados un revólver y varias cartas explicando tan trágica determinación.
Lo que posiblemente muy pocos se atreverán a decir, es que la incomprensión de la sociedad argentina, las diarias frustraciones en un país que, a pesar de los cambios de gobierno vivía sumergido en la inestabilidad económica y social, la rampante corrupción en todos los niveles sociales, fueron quienes también se aliaron esa tarde para apretar el gatillo.
Si bien los problemas económicos de la Fundación no eran una novedad, creo que la decisión de la DGI (Dirección General Impositiva) de revisar los libros de la Fundación, sumado a la “sordera crónica” tan común en los funcionarios de turno, más la constante frustración de predicar en el desierto y luchar contra los molinos de viento, contribuyeron a que moralmente se derrumbara, bajara la guardia para llegar al triste final que hoy todos lamentamos. Una prueba de su estado de ánimo la dio en un telegrama enviado a un amigo, también cirujano cardiovascular, residente en Tampa (Florida) para felicitarlo con motivo de su retiro de la práctica. Al final de la misiva Favaloro agregaba, “please cry for me, I am still in Argentina”
La esposa del Dr. Favaloro, María Antonia Delgado, había fallecido hacía ya dos años dejándolo sin el apoyo y la paz espiritual que ella representaba en su vida. Desde los días en la “Cleveland Clinic”, María había sido el oasis donde él se refugiaba antes de comenzar sus empresas… Y ahora, también eso faltaba… Favaloro operaba a todo aquel que lo necesitase, tuviese o no dinero. Esta podría ser, aunque no la única, una de las razones que explicarían porque la Fundación estaba siempre en deuda. Además, las obras sociales, hospitales y el mismo gobierno (PAMI), le debían a la Fundación. El dinero no aparecía, pero las cuentas seguían llegando. Se encontró frente a la necesidad de empezar a golpear puertas en busca de ayuda. En una “carta de los lectores” publicada por “La Nación” en esos días, Favaloro decía que “estaba pasando por uno de los momentos más angustiantes de su vida, al haberse convertido de cirujano en méndigo, para tratar de salvar a la Fundación. Fíjense, agregaba, que llamo aquí, llamo allá y ni siquiera me atienden… Y cuando me atienden no me reconocen, y son semanas y meses y meses, y la deuda crece, crece…”
Para aquellos que no lo conocían les resultaba difícil entender que, después de haber hecho la primera operación de “By-pass” coronario, en 1967 con un método por él ideado, no hubiese aprovechado para enriquecerse con su fama, aceptando una de las tantas propuestas que le hicieron llegar universidades de Estados Unidos. Siempre que se le preguntaba por la operación de By-pass en lugar de contestar con el “yo…yo…yo” al que somos tan propensos los argentinos, respondía: “que el éxito obtenido era el resultado del trabajo en conjunto del Equipo de Cirugía Cardio-Vascular de la Cleveland Clinic”
En 1971 con un inmenso bagaje de conocimientos y las ansias de trabajar que siempre lo caracterizaron, decidió volver a Argentina para levantar un centro especializado en cirugía cardiovascular y entrenar cirujanos en las nuevas técnicas quirúrgicas. Empezó trabajando en el Sanatorio Güemes de Buenos Aires que, siguiendo sus indicaciones, había montado un centro de adecuado para ese tipo de cirugía. Allí, a pesar de las críticas de los mediocres de siempre (que para desgracia del país abundan en Argentina) comenzó, no solo a operar, sino que además dictaba cátedra y, quizá sin proponérselo en ese entonces, sembró la semilla de la que con los años sería la Fundación Favaloro. Al servicio del Güemes llegaban becados de los países latinoamericanos y Europa deseosos de aprender las nuevas técnicas del “puente coronario”. La “fama” crecía día a día y gradualmente, la resistencia inicial de sus colegas iba cediendo, quizá conquistados por la solidez de sus conocimientos médicos y también por su sencillez y humildad. Era tan popular que me atrevo a decir que, si algún partido político lo hubiese postulado para presidente del país, el Dr. Favaloro ganaba… “caminando”
Lo conocí en el Sanatorio Güemes, a mi regreso a Argentina en 1979. A mí también me había “picado el bichito del regreso” y después de 17 años en Estados Unidos, me largué a la aventura. A pesar de las diferencias que nos separaban ya que el Dr. Favaloro era un afamado cirujano cardiovascular y yo solamente un gastroenterólogo, teníamos algo en común. Los dos éramos “repatriados” que, después de haber adquirido experiencia en Estados Unidos, habíamos regresado a Argentina para, con nuestros conocimientos, pagar la deuda que teníamos con el país que nos había visto nacer y nos había permitido estudiar. Como a mí todo me iba como “la mona”, un día pasé por su oficina del Güemes.
omamos un café que duró como dos horas y estuvimos charlando. Durante esa larga conversación comprendí que la “indiferencia de los funcionarios de gobierno”, la “envidia de nuestros colegas que pensaban que volvíamos a Argentina para “serrucharles el piso”, la “imposibilidad de hacer algo sin tener un acomodo”, luchar contra la corrupción administrativa y otros muchos etc., etc., etc.”, no eran nada nuevo para Favaloro. Y a pesar de todos los inconvenientes, el seguía luchando. Recuerdo que con el apretón de manos al final de la conversación, me dijo, “Arnaud…la Argentina está llena de guitarreros”, explicándome en pocas palabras aquello que a mí me costaba tanto entender.
La guerra de Las Malvinas fue la gota que colmó “mi vaso de agua” y a principios del 83 estaba de vuelta en Orlando con mi familia. Favaloro siguió al pie del cañón, luchando por sus ideales. No volví a conversar con él hasta 1985, cuando pasó por Orlando invitado a dar unas conferencias de su especialidad. Su sueño estaba pronto a concretarse. A pesar de las dificultades financieras la Fundación estaba a punto de abrir sus puertas y finalmente, con la ayuda económica del Sindicato de Canillitas, se inauguró en 1990, con un costo aproximado de 55 millones de dólares. Allí se dio finalmente el gusto de operar a quién lo necesitase, sin tener en cuenta la situación económica ni el status social del enfermo. Entrenó a cirujanos que luego se dispersaron por toda América, poniendo en práctica los conocimientos transmitidos por Dr. Favaloro. Sin temor a equivocarme creo que esto podría compararse con la obra de los Dres. Enrique y Ricardo Finochietto, quienes años antes habían creado la Escuela Quirúrgica Argentina, “la escuelita de Finochietto” como se la llamaba, en el viejo hospital Rawson.
Pasado un tiempo la Fundación comenzó a tener problemas económicos y como lo expresé al comienzo, la falta de pago por los servicios prestados, el constante aumento de los productos a consumir, especialmente los equipos quirúrgicos, y el retiro de un subsidio acordado por el gobierno, hicieron que los libros de contaduría “no cuadrasen”, el DEBE era mucho mayor que el HABER.
Si a esto le sumamos la “eterna crisis económica argentina”, la prolongada recesión, la angustia de un futuro incierto y los miles de problemas que a diario aparecían, todo esto nos ayudará a entender su decisión.
Al final dio “el portazo definitivo”, dejando atrás la vida, la medicina y la patria. Siguieron homenajes, discursos, ofrendas florales y quizá algún día le levanten un monumento. Pero para nuestra desgracia como sociedad, todo caerá en el olvido. Nuestros nietos no sabrán nada de este argentino, que, como tantos héroes, dio su vida por un ideal. Sin embargo y, también para nuestra desgracia, seguiremos recordando las hazañas de Maradona y el gol a los ingleses.
…“Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también…”