Luis Ríos-Álvarez
La Inteligencia Artificial, o IA, se refiere a la simulación de la inteligencia humana en máquinas que están programadas para pensar y aprender. Esencialmente, los sistemas de IA pueden realizar tareas que normalmente requieren inteligencia humana. Estas tareas incluyen cosas como la comprensión del lenguaje natural, el reconocimiento de patrones, la resolución de problemas y la toma de decisiones.
Existen diferentes tipos de IA, tales como:
1. IA estrecha: Se trata de una IA diseñada para realizar una tarea limitada, como el reconocimiento facial o las búsquedas en Internet. Es altamente especializado.
2. IA general: Se trata de una IA con la capacidad de comprender, aprender y aplicar el conocimiento de una manera similar a la inteligencia humana. Este tipo de IA aún no existe, pero es un objetivo para el futuro.
3. IA superinteligente: Se trata de una IA hipotética que supera la inteligencia humana y puede superar a los humanos en prácticamente todas las tareas intelectuales. La IA se puede encontrar en diversas aplicaciones hoy en día, como asistentes virtuales como Siri y Alexa, sistemas de recomendación en plataformas como Netflix y Amazon, automóviles autónomos e incluso en diagnósticos médicos. ¡Es un campo fascinante y en rápida evolución!
Hace algún tiempo tuve un amable coloquio con una amiga sobre la utilización de la Inteligencia Artificial. Ella es una acérrima defensora del sistema, yo, por otro lado, quizás por la diferencia de edad y lo que ello conlleva respecto al tipo de educación recibida, argumentaba que su uso va en desmedro de la utilización de la Inteligencia Natural, lo que, a la postre, con el tiempo, eliminará la necesidad de pensar y aprender, y seremos dominados por robots y supercomputadoras que nos dirán que comer, como vestirnos, que programas ver en la TV, etc., etc., etc.
Debo aclarar que ella es una exitosa mujer de negocios que está al frente de múltiples proyectos de su autoría, ha publicado un libro, domina varios idiomas, pertenece a una generación “intermedia” que está entre dos aguas de la innovación del conocimiento, por lo tanto, no tiene forzosamente la necesidad de utilizar la IA, pero sí, según ella, le facilita la vida.
Es en este punto donde encontramos la mayor discrepancia; el cerebro no es un músculo, pero, inevitablemente, necesita ejercitarse para mantenerlo en forma. Y es aquí que se produce la disyuntiva: ¿mantenemos el cerebro activo, utilizándolo, o simplemente dejamos de hacerlo y permitimos que una computadora piense por nosotros, aunque no necesariamente lleguemos a la misma conclusión? ¿Vamos al gimnasio o nos quedamos en el sofá frente al televisor con el control remoto en la mano?
Los ejercicios mentales trabajan de forma similar a los ejercicios físicos, si no los realizamos, perdemos masa muscular, de la misma forma el cerebro comienza a perder conexiones neuronales si no se utilizan. Asumamos que, a cierta edad, no todos podemos aprender a jugar ajedrez o correr una maratón, pero el simple hecho de establecer una relación social con otras personas, entre otras cosas, ayuda a mejorar las funciones cognitivas del individuo. Al fin y al cabo, todos vivimos en una sociedad que, aunque imperfecta, es la que integramos y como lo establece su etimología, supone la convivencia y la actividad conjunta de los individuos.
Es indudable que la IA vino para quedarse y va adquiriendo más superpoderes a medida que pasa el tiempo llegándose, incluso, a pensar que en un futuro dominará a la raza humana, según dos de los tres científicos considerados los padres de la criatura, Geoffrey Hinton y Yoshua Bengio. Sin embargo, Yann LeCun, el tercero en discordia, no participa de la idea, por el momento, aunque si declaró que, eventualmente, la IA podría superar a la humana. LeCun argumenta que todas las computadoras tienen un botón interruptor, pero, ¿Quién, cuándo y cómo toma esa drástica decisión?
Por ahora estamos en la etapa que podemos considerar “de ayuda”, es decir la capacidad de las computadoras nos facilitan quehaceres del diario vivir, por ejemplo el uso del reconocimiento facial en los aeropuertos, agilita los trámites de embarque; Alexa, Siri, Copilot y otros más nos permiten realizar muchas tareas sin básicamente mover un dedo, una simple orden verbal es suficiente para que enciendan la luz, cambien de canal o informarnos de la temperatura, por citar algunos de los usos cotidianos.
En otro orden más complejo, para las fuerzas del orden público ofrece una ayuda invalorable para la consecución de sus fines de mantenernos a salvo de peligrosos criminales ya sean delincuentes comunes o terroristas que atentan contra la paz social. En medicina es un aliado formidable para mejorar la rapidez y precisión del diagnóstico y detección de enfermedades, pero, al implicar la recopilación, el almacenamiento y el uso de datos masivos pone en peligro la garantía de la privacidad de datos para evitar el robo de identidad, el ciberataque y la vulneración de la privacidad lo que presenta un grave problema bioético entre otras cuestiones legales como discriminación, transparencia, responsabilidad y autonomía y, por supuesto, debe garantizar accesibilidad para todos.
Tratando de imaginar algún buen uso de la IA, se me ocurre que se podría utilizar en muchos de nuestros gobiernos para garantizar, por fin, una buena gestión gubernamental. Al fin y al cabo, como mínimo, eliminaríamos el exceso burocrático.
Por otra parte, si algún amable lector decide criticar este artículo, o cualquier otro, ¿a quien se dirigiría para expresar su aprobación o desavenencia?
Parafraseando a un famoso Guillermo, “la pregunta es, ¿la usamos o no la usamos?”