por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
No hay nada como el sufrimiento para desencadenar las facultades del espíritu.
Jean Valjean (Los Miserables)
En mi humilde opinión, pero compartida por millones, la figura más importante de la literatura francesa –si no mundial–, Víctor Hugo (1802-1885), escritor romántico por excelencia, es el padre de dos obras monumentales que se han visto reproducidas en toda clase de formatos culturales y mediáticos, desde el cine y el teatro hasta libros de imágenes y dibujos animados: “Notre Dame de París” y “Los Miserables”
Montada sobre un templo galo-romano dedicado a Júpiter, las autoridades de París deciden construir la basílica de Notre Dame en 1163, obra completada alrededor de 250 años después. Allí mismo Napoleón se auto coronó emperador de Francia y es allí donde Víctor Hugo ubica su obra en 1831, otro romance de amor trágico y a la vez hermoso como las que había descrito en mi entrega anterior. El deforme Cuasimodo, el jorobado que habita en las torres de la catedral y es objeto permanente de burlas y mofas de todo el mundo, lo que hoy llamaríamos “bullying”, se enamora y es capaz de dar la vida por la bella gitana Esmeralda, quien ha sido la única en demostrarle compasión y cariño y salvarlo de la agresión de la chusma que pululaba en el mercado próximo al monumental templo. El mensaje crítico de Víctor Hugo acerca de la conducta humana, sus pequeñeces y sus horrores, también se levanta como un dedo acusador contra las autoridades municipales de París, llamando la atención pública a la importancia de recuperar los edificios históricos de la ciudad, que hacia mediados del siglo XIX estaban en muy penoso estado.
Probablemente la novela más genial de este fértil escritor haya sido ‘Los Miserables’, escrita en 1862. Aquí también hay un racconto de amores y miserias, de denuncias sociales y morales que hacen de esta novela, si me permite decirlo así, un credo no religioso. Luego de haber sufrido una condena brutal y prolongada por robar tan solo un pedazo de pan para mitigar su hambre, Jean Valjean, nuestro héroe trágico –a quien incontables abusos carcelarios lo han transformado en un hombre monstruoso–, se levanta sobre los escombros de sus rencores y miserias y, gracias a la mano generosa de un sacerdote que no lo juzga (vaya novedad) y apela más bien a su conciencia moral, levanta un imperio industrial que le permite reinventarse como ciudadano probo de su comunidad.
Sin ahondar en esta historia seguramente conocida por todos, Valjean desarrolla un amor virtuoso y distante por Fantine, “la costurerita que dio el mal paso” como diríamos en la jerga popular y el recordado tango de Evaristo Carriego –por cierto, ávido lector de Víctor Hugo y Alejandro Dumas–, cuando, embarazada de un caprichoso rico que queda mesmerizado por su belleza para luego abandonarla, debe salir adelante en una sociedad que no le brinda ayuda. ¿Le suena esto familiar?
Fantine, a medida que se derrumba paso a paso en la pobreza, debe a como dé lugar enviar dinero para el cuidado de su hijita Cosette de manos de una infame y miserable pareja, verdaderos monstruos de la insensibilidad y la explotación infantil. Entonces vende su pelo, luego sus dientes y finalmente su cuerpo para sobrevivir y alimentar a su niña y a la voracidad de sus innobles cuidadores. Esta combinación de amor, sufrimiento y denuncia social hacen de “Los Miserables”, en mi franca opinión, la novela más importante de todos los tiempos. Para ser equilibrados y justos con sus contrapartes angloparlantes, “Les Misérables” bien merece ser escoltada por “Oliver Twist” del gran escritor inglés Charles Dickens y por “Las aventuras de Huckleberry Finn” del perspicaz autor norteamericano Mark Twain, otras dos famosas novelas que patentizan dolorosamente los grotescos desequilibrios socioeconómicos que afectaban al siglo XIX tanto como siguieron haciéndolo en el XX y el XXI. Parece que hay cosas que nunca cambian y monstruos que nunca se redimen. O como decía Victor Hugo: “Cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga”
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y educador público. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de Manhattan Norte y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.