Víctor CORCOBA HERRERO corcoba@telefonica.net
El inolvidable filósofo y escritor español Miguel de Unamuno (1864-1936), apostaba por el anhelo de “vivir y morir en el ejército de los humildes”; conocedor de que las personas se degradan sin llaneza y sencillez. Desde luego, no hay mayor pujanza que activar un proyecto que nos haga resistentes, aunque cuando todo parece acabado, surgen nuevos motores, señal de que uno vive, y por nacer y renacer, ha de hacerlo con los mismos derechos. A propósito, Naciones Unidas, a mi juicio con buen criterio, acaba de lanzar un plan de acción para fortalecer los derechos humanos ante la erosión del Estado de derecho. Sin duda, nunca es tarde para volver a empezar de nuevo, uniendo fuerzas y activando la esperanza, por mucho que nos desborde la tristeza, los rencores, las incertidumbres, las dudas o los fracasos. Pueden crecer los temores, pero hay que ponerse en combate, conciliando y reconciliando pareceres, al menos para eliminar la discriminación y aminorar tantas desigualdades entre análogos. En este sentido, las leyes deben de proteger, no perjudicar. Por consiguiente, todos los países han de examinar detenidamente sus políticas y el estado normativo, a fin de garantizar legislaciones coherentes con el tiempo que vivimos y justas, que protejan a las personas, sin importar género o cualquier otra situación indigna, máxime en un momento de fuerte colonización ideológica que daña en especial a los jóvenes.
Está bien ayudar a la gente a salir de la pobreza, pero deberíamos también reflexionar, sobre los motivos, ¿el por qué coexiste esta penuria? Algo falla, quizás el acceso a las oportunidades y a las opciones de aprecio que todo ser humano se merece. Son, precisamente, estas brechas las que nos vician y empeoran. Por si fuera poco, el resquicio dejado, se ha impuesto una aritmética operativa perversa: dividir a la gente para multiplicar contiendas y afianzar votos. Muchos líderes políticos se aprovechan del desconsuelo de la gente, sobre todo de esa que queda rezagada y sin aliento, y lo único que ofrecen son mentiras y migajas putrefactas. De ahí, lo trascendente que es unirse (y reunirse como una piña), pues, aunque sea fuerte la crisis, de todo se sale con tesón y firmeza, sobre todo fortaleciendo nuestra propia restauración interior, para tener paz en el corazón y poder sanar el peso de nuestros propios errores cometidos. Por desgracia, solemos batirnos más por nuestros intereses que por nuestros derechos; obviando el deber de respetar los derechos de los demás, manteniendo además los propios. Sin duda, la crisis climática es la mayor amenaza para la supervivencia de nuestra especie, poniendo en peligro los derechos humanos en todo el mundo y la continuidad existencial de algunos Estados, especialmente las pequeñas naciones insulares en desarrollo.
Precisamente, a través de esa proyección de fuerzas ensambladas es como se consigue preparar un mañana más fraterno, la cuestión es saber abrir los ojos y detenerse a observar para vivir plenamente y con gratitud cada pequeño momento de la vida. Lo nefasto de la situación actual que vivimos es la proliferación de algo tan destructor de vínculos como la enemistad. Somos incapaces de entendernos y de atendernos, de ampararnos y de pararnos a reflexionar para luego compartirlo y ofrecerlo al mundo. Convendría que lleváramos en mente un proverbio africano que dice: “Si quieres andar rápido, camina solo; pero si quieres llegar lejos, camina con los otros”. Impidamos que nos roben ese espíritu innato fraternal. Lo fundamental es enraizarse, dejándose acompañar de su propia historia, y agarrado a lo vivido es como se pueden experimentar nuevos horizontes. Tal vez hoy más que nunca debamos reivindicar nuestra participación en ese espacio cívico que entre todos construimos; y, por ello, esa acción colectiva ha de enmarcarse en un contexto en el que los derechos humanos están en el núcleo de la alianza para enfrentarnos a las crisis actuales. Sin duda, el apoyo de las Naciones Unidas a los Estados miembros para que creen y fortalezcan sus instituciones de derechos humanos y mecanismos de rendición de cuentas, es cardinal e imprescindible.
Teniendo en cuenta, lo que ya en su tiempo indicaba el escritor, orador y político romano, Cicerón (106 AC-43 AC), de que “no hay cosa que los humanos traten de conservar tanto, ni que administren tan mal, como su propia vida”, me da la sensación de que aún no hemos aprendido la lección, pues aunque las nuevas tecnologías ofrecen oportunidades para la humanidad en términos de bienestar, conocimiento y descubrimiento, con demasiada frecuencia las utilizamos para violar los derechos humanos y la privacidad, mediante la vigilancia, la represión o el acosos y el discurso del odio en línea. Junto a estos aconteceres tan absurdos, verdaderamente dominadores, ningún país está protegiendo adecuadamente la salud de los niños ni su medio ambiente y su futuro, según un informe histórico publicado recientemente por una Comisión de más de cuarenta expertos en salud de los niños y los adolescentes de todo el mundo. Lo peor que podemos hacer ante esta angustiosa realidad es dejar pasar, aplicando la receta de la anestesia con otras distracciones banales. No cabe duda, que los moradores no nos sentiremos libres, si no respetamos los derechos de todos, y las leyes, por consiguiente, son justas. La fuerza de esa unión desde luego pasa por la consideración al derecho ajeno, que es lo que nos hace verdaderamente armónicos.