Michelangelo Tarditti 
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La conjunción de elementos expresivos de una pieza teatral, depara siempre, a quien crea, a quien construye una estructura dramática, a quien artesanalmente combina las piezas de ese rompecabezas literario, una sorpresa enigmática en el momento de verificarla con el público.

No es sencillo vencer la subjetividad que nos confunde. Los caminos del autor pueden no ser los caminos subjetivos del espectador. A veces una intención profunda, compleja y elaborada, como es “Valeria radioactiva”, puede no llegar, en su planteo metafísico, a provocar mi emoción o mi reflexión, y en cambio, una estructura más simple, quizás menos pretensiosa, pueda arrancarme mayores reflexiones, como es el caso de “Flores de tajy”. En esta todo funciona, actores, relato, dirección.

En “Valeria”, aún con la elaboración de un talentoso Daulte, el recorrido total no nos lleva a un puerto esclarecedor, ni emocionante.

No son los actores (Onetto excepcional), no es la puesta, es solamente que los ingredientes de este “experimento” creativo, según mi parecer, no están ecualizados con la calidad que el concierto requería.

Y no puedo no recordar, aquel final del poema de Borges, que dice: “Cuentan que Ulises, harto de prodigios, lloró de amor al divisar su Ítaca, verde y humilde, el Arte debe ser como esa Ítaca de verde humildad no de prodigios…”

¿Misterios del teatro? ¿Misterios del arte? Misterios de la percepción humana.