Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

¡Oh, Alá! Rompiste en mis manos el ánfora que llena estaba de puro vino.
Me cerraste con furioso ademán las puertas del placer.
Derramaste por el suelo la bebida dorada,
que se me ha vuelto fango en la boca contrahecha.
¿No estarás un poco borracho, Alá?

Omar Khayyam: El Rubaiyat.

San Lucas cuenta que Jesús dijo un día a sus discípulos: “No se preocupen por lo que han de comer para vivir, ni por la ropa que han de ponerse. Fíjense en los cuervos: ni siembran ni cosechan, ni guardan semillas en graneros; sin embargo, Dios les da de comer. ¡Cuánto más valen ustedes que las aves!” Y también: “Fíjense cómo crecen las flores: no trabajan ni hilan. Sin embargo, ni siquiera el rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como una de ellas. Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¡cuánto más habrá de vestirlos a ustedes, gente falta de fe!”

¡Ay, Jesucristo, si tuvieras razón! Basta con ver a millones de niños que pasan hambre y frío en este mundo nuestro para darnos cuenta de que aquél gran maestro fundador del cristianismo era demasiado ingenuo, o bien no entendimos qué quiso exactamente decir dos mil años atrás, o bien nunca lo dijo y le debemos el bello comentario a la inventiva de San Lucas. Cada anciano o mujer abusados, desprotegidos, huérfanos de los recursos más básicos para sobrevivir laceran aquella fantasía de que Dios es un padre protector de todas sus criaturas. O una madre, según otras religiones. Cada niña con horrendas enfermedades terminales, cada pequeño con deformaciones anatómicas, fisiológicas o mentales, cada persona con atroces dolores para los que no hay solución ni paliativo, aumentan nuestra conciencia de estar navegando solos en mares tenebrosos, sin alientos ni guías celestiales, sin ángeles guardianes, sin Visnúes ni Bodhisattvas bienhechores, abandonados a nuestra velera suerte cual Ulises sometidos al capricho y morbosidad de olímpicas deidades.

Cristianos éstos no menos irredentos que aquellos budistas que se solazan en perfumadas meditaciones mientras miles de niños son sexualmente abusados en un Asia plagada de templos maravillosos y quienes, hasta el día de hoy, tampoco han rechazado firmemente las bárbaras inmolaciones de monjes y acólitos que se incineran en público en autoinmolación para protestar contra el autoritarismo del gobierno chino o hindú. Y éstos, no menos patéticos que aquellos judíos que insisten en la arcaica prohibición de comer carne de cerdo y mantienen una obsesiva preocupación por separar los alimentos en sus hogares, pero no les importa un ápice la violación de los derechos más elementales del pueblo palestino ni de quienes profesan su misma fe hebraica en el estado de Israel, solo que mucho más razonablemente. El cielo musulmán, con su promesa de brindar a cada hombre un apetecedor harem con una multitud de vírgenes y huríes no solo es igualmente retrógrado sino inmoral en su incitación a cometer crímenes contras los ‘infieles’ cuando los fundamentalistas lo usan como carnada para tontos.

Si el culto religioso o la profesión de fe sirven para controlar nuestros instintos más tanáticos y destructores y para mejorar nuestra conducta familiar y social, entonces sean bienvenidos. De lo contrario, son instrumentos tan terribles para la Humanidad como la fatídica Inquisición católica del medioevo, la persecución de mujeres iraníes que no tienen más pecado que su género, su mutilación genital en el África Negra, el asesinato de albinos perpetrados allí y en sectores del vudú haitiano, o el permiso rabínico para matar a quienes consideran enemigos de su mentado “pueblo elegido”

En el escaso espacio de libertar que nos permite un mundo plagado de limitaciones, desafíos, incertidumbres y miserias, todo lo que nos transforme en mejores seres humanos vale la pena. Todo lo demás es tóxico, superfluo u obsceno. Mientras no se haga más evidente el amor de Dios por sus criaturas (además de su existencia) asegurémonos de contribuir en dar alimento, abrigo y justicia a quienes más lo necesitan. Si hay algo indudablemente bueno en la mayoría de las religiones del planeta es su insistencia en ver al prójimo como un hermano y en ser caritativo con los demás. Mientras Dios siga ausente, seamos nosotros quienes nos acordemos del prójimo y de sus necesidades.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y educador público. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.