por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
Desde una óptica social, vale recordar que la mitad del mundo está en emergencia, sea económica, alimentaria, de vivienda, bélica, y hablar de la felicidad, de su búsqueda, resulta ciertamente ofensivo si es que creemos importante sostener el concepto de comunidad que, al final del día –o, mejor dicho, en los comienzos ancestrales de esto que llamamos especie humana–, fue lo que permitió al Homo Sapiens ser lo que es. No hay supervivencia sin cooperación. No hay civilización sin convivencia. Ignorar lo que le ocurre al prójimo puede ser peligroso no solamente desde esta óptica moral sino también en cuanto a que los pueblos, regiones y barrios desatendidos corren el riesgo de un incremento de frustración e intolerancia que eventualmente conduce al desorden social, al crimen, al caos. No hay paz sin justicia.
La Constitución norteamericana –Dios la tenga a resguardo y no la deje hundir a pesar de los intentos cada vez más frecuentes de corromperla–, habla del derecho inalienable a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Los dos primeros merecen mi aplauso, por supuesto, pero el último, como he tratado de expresar aquí, no tanto. Yo lo hubiera descrito como: “el derecho a la vida, la libertad, y al acceso a las oportunidades que merecen todos los ciudadanos” –con el énfasis en todos. Esto obligaría a reconocer nuestro compromiso como sociedad para garantizar ciertos derechos básicos como el acceso a una vivienda digna, a fuentes de trabajo, a la educación y a la salud, sin las cuales la felicidad se torna tan inasequible como la comida de la pobre ratita de laboratorio. Hoy en día, infortunadamente, no es popular ni en los Estados Unidos ni en media Europa este concepto que tiene sus orígenes en el socialismo y en la socialdemocracia, ya que lo han tapado gruesas capas de polvo individualista, permutando la búsqueda del bien común en un “sálvese quien pueda y el resto que se embrome (con jota).” Parecería que hoy en día el desguace y la desarticulación del Estado que intenta garantizar estos derechos básicos y necesidades está en su punto más alto, tanto que hablar de compromisos sociales, solidaridad, y redes de contención antipobreza produce burlas, enojo, amenazas y desprecio.
También está claro para la mayoría de los psicólogos y sociólogos que un camino más fácil para acceder al bienestar y la satisfacción humanas (léase “felicidad”), no pasa por acumular bienes inagotablemente, sino en aumentar la valoración que hacemos de lo que tenemos, de lo que somos, de lo que recibimos y de lo que damos. El ejercicio burgués de sociedades groseramente materialistas, moralmente vacuas e ignorantemente individualistas insisten en posturas tan egocéntricas que hasta suenan infantiles. Desde la política, los medios, la religión y hasta las artes (es decir, desde la cultura actual que nos permea) se levantan muchas voces en favor de este ególatra ‘yo, yo, yo.’ Pero la felicidad tiene un punto bastante rápido de saturación a partir de la cual los efectos de la acumulación de cosas y dinero se hacen cada vez menos placenteros.
Ya lo decía Platón en su Filebo, cuando describía que su maestro Sócrates le preguntaba a su hedonista discípulo ateniense si podía gozar de haber saciado la sed con un vaso de agua si antes no había sentido sed; en otras palabras, es el saciar una determinada necesidad lo que trae satisfacción (‘felicidad’) y no ella de por sí. Creía el gran filósofo que la reflexión y el razonamiento, el ‘insight’ del que hablaron los psicoanalistas dos milenios y medio después, eran más relevantes que la búsqueda del placer y que la empresa humana en obtenerlo era más meritoria, la llave ética hacia un mundo mejor. Si resucitara, creo que Sócrates se volvería a envenenar…
Quedará en cada uno de nosotros la difícil tarea de encontrar un sentido a nuestras vidas que sea lo suficientemente loable como para impulsarnos en el día a día y en el futuro. No me atrevo a dar una respuesta concreta ya que toda realidad es fenomenológica, es decir, subjetiva, como lo son los valores que hemos aprendido, encontrado o seguimos buscando.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y educador público. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de Manhattan Norte y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.