Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
Fatal el recorrido del insecto
que viaja hacia la luz cual Kamikaze
ausente de temor, cual si encontrase
el éxtasis al sucumbir en el trayecto.
Para alejarme un poco de tanta noticia abrumadora sobre guerras, conflictos armados y desastres naturales que continúan azotando al planeta con cimbronazos tan violentos que le quitan el aliento a quienes acostumbramos ver y oír que pasa en el mundo, para descansar el alma de los atroces ataques contra escuelas, templos religiosos y refugios que parecen confirmar que la intransigencia es más poderosa que el raciocinio y que el acceso a las armas es más fácil que el acceso al educación cívica, para buscar, digo, un pequeño y breve oasis de paz fuera de tantas calamidades, me dirigí a mi bello jardín y tomé asiento.
Luego de un par de minutos de ingenua ensoñación, comencé a darme cuenta que una pareja de pájaros azules acosaba a unos pequeños gorriones cuya anatomía era insuficiente para proteger sus huevos del bestial asalto de aquellos. Después de laborar por semanas y semanas, construyendo pacientemente el nido donde posar sus huevos, esos enormes pájaros azules acabaron engullendo a dos de ellos, luego de desbaratar apresuradamente el nido de sus pequeños vecinos alados. Éstos los miraban con desesperación, saltando de rama en rama, chillando con angustia mientras que los enormes pájaros azules me observaban de reojo, atentos a cualquier cambio en mi inmóvil auscultación. Las tres especies viviendo el espejismo de una Naturaleza tan cruel y despiadada que solo los incautos describen como armónica y pacífica. Más allá, un rojo cardenal y su más discreta hembra le robaban las ramitas que los míseros gorriones estaban estibando diligentemente bajo el alero de mi casa para anidar a sus futuras crías, si es que los pájaros azules habrían de dejar algún huevo sin tragar…
Buscando una salida a tanta violencia cruda e insensible, miré hacia abajo, pero el espectáculo fue similarmente siniestro: batallones de hormigas devorando carnívoramente (vegetarianamente me suena ridículo) a cuanta cosa verde encontraban a su paso, aunque la agonía de las plantas cercenadas era muda y no tenía el grito de desesperación y el quejido agónico de los pájaros, esos ya despojados de toda posible paternidad. Aún más abajo, como yendo cual Dante a los estadios inferiores del averno, en las galerías subterráneas donde no se atreve el sol, como circo romano bañado con la sangre de miles de atormentadas criaturas, finas lombrices y gruesas babosas disputaban espacios y recursos como en el lugar más violento del Medio Oriente o África, recordándome brutalidades intestinas por las que nadie mueve ya un miserable dedo.
Arriba, en el cielo, un viento inclemente despedazaba las níveas nubes con la misma frialdad con la que le cortan la cabeza a prisioneros y sentenciados en regímenes donde Dios hace añares que se ha marchado horrorizado. ¿Amor, armonía, justicia, equidad, paz? ¿Dónde se han ido si es que alguna vez existieron? Tomé otra bocanada de aire y volví a prender la televisión, no sin antes recordar al sabio Lao Tzú: “Ni el cielo ni la tierra muestran benevolencia”. También recordé el hecho de que esta inquietud humana por la búsqueda de la justicia, la equidad y la paz, es totalmente ajena, casi diría extraterrestre a la realidad que nos rodea, en la esperanza de que siquiera en alguna parte de este universo infinito ellas sean tan cotidianas como la barbarie que nos rodea.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor de postgrado de la Universidad de Long Island. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.