por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Estimados amigos de De Norte A Sur:
¡Mucha salud, prosperidad, amor y paz para vuestras familias en el Nuevo Año!
¡Felicidades!

Si ustedes me lo permiten, usaré uno de mis dulces favoritos para ilustrar algunas ideas en el campo de la psicología y la sociología, y guardaré mi otro postre favorito, “isla flotante”, para otra ocasión. Así como las “milhojas” logran su sabor a través de varias capas superpuestas de masa recubierta de dulces de distinta clase, nuestra autovaloración y autoestima también se van construyendo en estratos sucesivos de afecto y atención, los dos grandes pilares de aquéllas, con la peculiaridad de que al inconsciente humano –ése que contiene el 80 o 90% de lo que somos, sentimos y terminamos haciendo– no le importa en nada si esas capas de afecto y atención son positivas (saludos cordiales, abrazos, comentarios halagadores, besos, premios) o negativas (insultos, empujones físicos o emocionales, desprecio, hipercrítica).

Los profesionales en salud mental y los educadores notamos frecuentemente estos fenómenos, por ejemplo, cuando un niño carente de ellos en su hogar termina buscando su porción de afecto y atención de una manera desajustada, sintomática: desafía a los maestros, pelea con los compañeros, hace bullying, o exhibe alguna otra conducta que le permita a su inconsciente llenar la cuota que le venía faltando. En otros casos más afortunados, el niño logra la atención deseada a través de su esfuerzo y excelencia académica o de habilidades para la socialización que lo hace de algún modo más popular que otros. Obviamente, aunque el inconsciente se sacie de estas necesidades emocionales a como dé lugar, las repercusiones para el individuo son radicalmente disímiles: un beso no es una bofetada ni una medalla es un disparo…

Asimismo, un “accidente”, esto es, una lesión incidental, a veces no tiene nada de casualidad o de “mala suerte”, sino que es un vehículo para llamar la atención y capturar el afecto de alguien o de algunos. Claro ejemplo de ello lo daba en mi juventud una de mis tías, quien, cada vez que su hijo único, ya adulto, se preparaba a dejar la casa paterna y seguir su vida de modo independiente, la pobre se caía “accidentalmente”, demorando de un modo penoso y sintomático su partida. En otras palabras, lo que no podía decirle racionalmente a su acongojado hijo –precisamente porque era una pretensión irracional–, lo hacía a través de su accidente. Aclaremos que el mismo ocurría de manera inconsciente y no intencional, pues de lo contrario hubiera sido un caso de manipulación maliciosa, que por supuesto también existe en la conducta humana.

Fíjense qué interesante el hecho, ya desde la sociología, de que no solo las personas y los grupos familiares responden frecuentemente a estas dinámicas para la consecución de las cuotas de atención y afecto que necesitamos o a las que estamos acostumbrados para llenar el “vaso” del inconsciente. Los grupos sociales, asimismo, están expuestos a estas capas de milhojas cuando hay eventos que impactan a toda una comunidad, sea con signo positivo o negativo: qué orgullo para los argentinos haber ganado la Copa del Mundo y luego la Copa América… aunque solamente un pequeño grupo de jugadores y entrenadores son en realidad los merecedores del premio… o cuando “Colombia” recibe el Premio Nobel de Literatura de la mano de Gabriel García Márquez, aunque también y por supuesto el mérito era todo de él. Pero en ambos casos, la capa de bienestar, satisfacción, orgullo o alegría fue generalizada y cada persona en dichas comunidades se sintió reconfortada y feliz, al menos por un breve tiempo. Desde lo negativo ocurre el mismo fenómeno, por ejemplo, cuando cualquiera de nuestras comunidades se siente deprimida o en profundo malestar ante los avatares de la política y las conductas desaforadas o corruptas de sus políticos, o cuando los índices de pobreza o de violencia se multiplican penosamente.

El mundo es, se dará usted cuenta, un lugar muy muy pequeño, en el cual todos estamos intervinculados, fenómeno al que denomino capilaridad: lo que pasa en los Estados Unidos, en Suiza, en el ártico, en México, en Uruguay o en cualquier otra parte de nuestro planeta produce una reverberación, una onda que se expande más allá de su punto de impacto –como cuando arrojamos una piedra a un lago–, poniéndole capas que van formando esas milhojas, a veces apetecibles y sabrosas y otras tan tóxicas que invitan a trasbocar. Lo que hacemos en y con nuestras vidas personales e interpersonales ciertamente ayuda a marcar la diferencia entre una y otra. No lo olvide. Espero disfrute ahora de su postre favorito.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y educador público. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de Manhattan Norte y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.

⇓English version⇓

MILLEFEUILLE


by Juan Carlos Dumas, Ph.D.*


Dear friends of De Norte A Sur,
Much health, prosperity, love and peace to your families in the New Year!
Congratulations!

If you’ll allow me, I’ll use one of my favorite candies to illustrate some ideas in the field of psychology and sociology, and save my other favorite dessert, “floating island,” for another time. Just as the “millefeuille” achieve their flavor through several superimposed layers of dough covered with sweets of different kinds, our self-esteem and self-esteem are also built in successive layers of affection and attention, the two great pillars of the former, with the peculiarity that the human unconscious – the one that contains 80 or 90% of what we are, We feel and end up doing – it doesn’t matter at all whether those layers of affection and attention are positive (warm greetings, hugs, flattering comments, kisses, rewards) or negative (insults, physical or emotional pushing, contempt, hypercriticism).

Mental health professionals and educators frequently notice these phenomena, for example, when a child lacking them at home ends up looking for his portion of affection and attention in an unadapted, symptomatic way: he defies teachers, fights with classmates, bullies, or exhibits some other behavior that allows his unconscious to fill the quota that he has been missing. In other, more fortunate cases, the child achieves the desired attention through his or her effort and academic excellence or socialization skills that make him or her somehow more popular than others. Obviously, although the unconscious is satiated with these emotional needs at all costs, the repercussions for the individual are radically dissimilar: a kiss is not a slap in the face nor a medal is a shot…

Likewise, an “accident”, that is, an incidental injury, sometimes has nothing to do with chance or “bad luck”, but is a vehicle to attract attention and capture the affection of someone or some. A clear example of this was given in my youth by one of my aunts, who, every time her only child, now an adult, prepared to leave the parental home and continue his life independently, the poor thing would fall “accidentally”, delaying his departure in a painful and symptomatic way. In other words, what she could not say rationally to her grieving son – precisely because it was an irrational pretension – she did through her accident. Let us clarify that it occurred unconsciously and unintentionally, otherwise it would have been a case of malicious manipulation, which of course also exists in human behavior.

Notice how interesting the fact, from sociology, is that not only people and family groups frequently respond to these dynamics in order to achieve the quotas of attention and affection that we need or to which we are accustomed to fill the “glass” of the unconscious. Social groups, likewise, are exposed to these layers of millefeuille when there are events that impact an entire community, whether with a positive or negative sign: what pride for Argentines to have won the World Cup and then the Copa América… although only a small group of players and coaches are actually deserving of the award… or when “Colombia” receives the Nobel Prize for Literature from Gabriel García Márquez, although also and of course the credit was all his. But in both cases, the layer of well-being, contentment, pride, or joy was pervasive, and every person in those communities felt comforted and happy, at least for a brief time. From the negative point of view, the same phenomenon occurs, for example, when any of our communities feels depressed or deeply uneasy in the face of the vicissitudes of politics and the unbridled or corrupt behavior of their politicians, or when the rates of poverty or violence multiply painfully.

The world is, you will realize, a very, very small place, in which we are all interlinked, a phenomenon that I call capillarity: what happens in the United States, in Switzerland, in the Arctic, in Mexico, in Uruguay or in any other part of our planet produces a reverberation, a wave that expands beyond its point of impact – like when we throw a stone into a lake. putting layers on it that form those millefeuilles, sometimes appetizing and tasty and others so toxic that they invite you to wander. What we do in and with our personal and interpersonal lives certainly helps to make the difference between one and the other. Don’t forget. I hope you enjoy your favorite dessert now.

*Juan Carlos Dumas is a psychotherapist, writer and public educator. Mental Health Consultant for the Secretary of Health and Human Services, he chairs the North Manhattan Health Advisory Committee and the Hispanic Mental Health Center in Queens.