Juan Carlos Dumas*

2×1=2, 2×2=4, 2×3=6… Las dos niñas, sentadas muy cerquita la una de la otra sobre un bloque de cemento, escriben en sus cuadernos la tabla de multiplicar, con sorprendente prolijidad, como millones de otros pequeños en todo el mundo, aunque la suciedad ineludible de sus manitos y lo pobre de sus gastados lápices crean una imagen descompasada y anacrónica. Con ahínco y disciplina admirables, sostienen sus cuadernitos sobre las rodillas, también sucias, a falta de pupitres o de bancos. Comparten una botella de agua a la que miran de tanto en tanto como un tesoro codiciado que no se puede dejar escapar. Lo minúsculo de sus cuerpitos se hace más evidente ante la enorme montaña de cascotes, hierros retorcidos, harapos, plásticos quemados, maderas calcinadas y restos de bicicletas y carromatos apilados a sus espaldas, testigos contrahechos de que alguna vez circuló por allí la vida cotidiana en este valle de lágrimas, mismas que secan casi instantáneamente los 100° de temperatura que son la única cosa abundante en ese lugar, además de la muerte y su hermana menor, la desesperanza.

2×4=8, dice la una, seguida por un 2×5=10 de su amiguita y así sucesivamente hasta pasar a la siguiente tabla. 3×1=3, 3×2=6, 3×3… El nueve queda mudo ante un estallido ensordecedor a pocas cuadras de su invisible escuelita al aire libre. Ha caído otro misil. Acostumbradas a vivir en el infierno desde hace meses, apenas se retoma la calma y se asienta el polvo de la ignominia, las amiguitas continúan recitando: 3×4=12, 3×5=15… La madre de una de ellas se asoma desde una vivienda, esto es, desde un edificio en ruinas donde habitan las tres junto a una veintena de mujeres y ancianos en éste, su tercer “hogar”, luego de dos súbitos traslados a punta de ametralladora bajo insultos y amenazas cuando los soldados, armados hasta los dientes, los vuelven a expulsar de su pequeña porción de patria, en una incesante violación de su pulverizada humanidad. Los hombres hace rato han desaparecido.

Las niñas están bien, es decir –y hasta hoy–, están vivas a pesar de que el agua, la comida y la higiene son invitadas fortuitas en esta cíclica historia de terror y no han perdido, como tantos otros menores, un brazo, un ojo, una pierna o las dos en esta cacería de gatos y ratones en la que es casi imposible saber, como en toda guerra, de quién es la culpa, por qué ha comenzado esta nueva escalada de violencia y cuando culminará.

4×1=4, 4×2-8, 4×3=12.… siguen recitando las pequeñas con ejemplar resiliencia. Las muertes se multiplican allí como esas tablas que memorizan aplicadamente. Ya no se suma en su pueblo otra cosa que dolor y consternación. Resta cordura. Resta normalidad. Resta justicia. La división, aunque matemáticamente imposible, se ha multiplicado: El enemigo es el otro. Siempre. Por siempre. La palabra paz no se conjuga en ningún idioma. Está enterrada bajo los escombros.

Se esconde en siniestros túneles. La aplastan los vehículos blindados que barren la región en busca de enemigos: Todos. Cualquiera. También hay odio, resentimiento y deseos de venganza que habrán de garantizar dolor a las siguientes generaciones en una rueda macabra de incesantes hecatombes. Pero aquí no son los bueyes degollados por centena en los antiguos ritos paganos para alegría de sus dioses… Son personas; son seres humanos; son futuros suicidas; son el daño colateral de los dueños del poder y los que lo pretenden a como dé lugar. Son las marionetas sangrantes de quienes lucran con las armas y con filosofías deshumanizantes. Esta es su hora. Allí están sus inmundas ganancias. Mientras tanto, las dos pequeñas, hambrientas y sucias, sentadas sobre esa monumental pila de despojos, reflejo inequívoco de que en realidad no le importan a nadie, continúan su lección: 5 x1=5, 5×2=10, 5×3…

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y educador público. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de Manhattan Norte y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.