Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
Algo no anda bien en la comunidad evangélica norteamericana. Lo digo con todo el respeto que me merece, particularmente por la cantidad de obras de beneficencia que realiza el Evangelismo en todo el mundo y que está a la par de la católica Cáritas, de la ahora vilipendiada Hermandad Musulmana, de las misiones luteranas, adventistas y metodistas en el Tercer Mundo, y de tantas otras organizaciones religiosas que, junto a las laicas, atemperan el sufrimiento de millones con cristiana, budista, hindú, musulmana, judía o atea compasión.
Sin embargo, la conducta moral de una comunidad religiosa, sea del signo que sea, debe tener coherencia, consistencia, y autenticidad para no caer en penosos dobles estándares, auspiciando la paz, el amor, la compasión y la caridad, por un lado, y echándolos por la borda cuando le interesa más preservar su interés político o económico. Todos los que siguen haciendo la vista gorda a las recurrentes infracciones morales de este desquiciado presidente que nada tiene de cristiano y mucho sinvergüenza, sólo para sostener sus espacios de poder en Washington, son igualmente inmorales o practican una forma de cristianismo sobre la cual el Jesucristo con el que se llenan la boca todo el santo día vomitaría o arrojaría a latigazos del templo, como nos recuerdan dos intensos pasajes del Nuevo Testamento que, a mi entender, hacen más heroica la figura del Nazareno que la que nos han descrito con demasiada blandura y medias tintas.
Cuando la gran mayoría de pastores evangélicos no alzan su voz para denunciar políticas unifamiliares o condenar a esas docenas de capitostes y personajes tan cínicos como adinerados, para seguir recibiendo sus limosnas –y hablo de millones–, repiten lo que vemos en otras religiones y sectas cada vez con más descaro: por la plata baila el mono, se calla la boca el loro y el burro ni rebuzna ni da patadas. Que el 82% de la comunidad evangélica haya votado por Trump, obnubilada por la arenga simplona de sus pastores es inaceptable, toda vez que el candidato Trump ya daba señales profundas e incuestionables de su baja catadura moral… pero que todavía guarden un silencio cómplice ante las tropelías y diatribas que salen cada día de su verdulera boca, ya es imperdonable. Lo mismo va para un partido republicano adulador, acomodaticio y axiológicamente castrado que reniega de los principios básicos de convivencia, respeto y discusión civilizada de los disensos que pueden y deben ocurrir en una democracia madura y funcional.
La estrecha alianza del liderazgo evangélico con una Arabia Saudita misógina, siniestra y cercenadora de cabezas, y con una desenfrenada y racista Israel bajo conducción fascista por las dos últimas décadas, alimentados por una visión fanática e ignorante de un supuesto retorno del pobre Jesucristo –luego de una monstruosa batalla de Armagedón–, es impúdica y peligrosa. Más aún cuando quien conduce nuestra política exterior lo hace con una Biblia abierta sobre su escritorio, y no precisamente en ese pasaje de alto vuelo moral que proclama: “Ama a los otros como a ti mismo”.
Cuando escucho tanto evangélico despotricar contra la veneración de los santos, insultar a las religiosas y religiosos católicos, a su feligresía, o decir que el Papa es un Satanás disfrazado de buena persona, les invito a que analicen su propia inconducta y esta innoble radicalización de la mano de un grupo de, sí, “deplorables”, a manejar la cosa pública de los Estados Unidos. Las personas con mayor educación y mejor tino saben que la admiración de los santos, los mártires, los beatos, los venerables y otros hombres y mujeres que han trascendido en la historia del Catolicismo y el Cristianismo en general, y de quienes muchos católicos llevan su humilde estampita y a quienes prenden unas velas en sus súplicas y oraciones, no son señales de esa adoración idólatra que castigaban los ignaros rabinos en el desierto palestino. Son, en cambio, valiosos recordatorios –que en psicología clínica se denominan visual reminders, esto es, recordatorios visuales para estimular el cambio–, de que podemos ser mejores personas, más honestas, más humanas, más valientes, más comprometidas con los demás cuando meditamos acerca de la vida, la obra, la filosofía, el padecimiento y la entrega generosa de aquellos seres de carne y hueso que se han sacrificado por el bien común con un amor tan innegable como el de su Maestro.
Entonces, queridos primos evangélicos, pongan más atención en acusar tanto corrupto del que ciegamente reciben sus malhadadas dádivas, incluyendo ese billonario de Las Vegas que, además de financiar al candidato Trump, financia actos de terrorismo contra la comunidad musulmana en el Medio Oriente, y ese ladrón de guante blanco y depredador sexual de menores, finalmente encarcelado, muerto en extrañas circunstancias en su celda, verdadero enemigo público a quien Trump llama “una magnífica persona” que, como él, gusta de las “chicas bonitas”. Dejen a los santos descansar en paz, que sigan siendo modelos de bondad y valentía humanas, y ya no deshonren más a la Madre de Aquél a quienes ustedes supuestamente tanto aman, una María que le aporta a la Cristiandad un reparador tono maternal que no le hace daño a nadie y que tan amorosamente representa al ser femenino por los últimos dos mil años.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor de postgrado de la Universidad de Long Island. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.