por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
En el área física, es fácil observar cómo el malestar o los síntomas de dolor y padecimiento que percibe una persona por cualquier causa, aunque desagradables y penosos, ayudan al ser humano que los padece a buscar (generalmente con asistencia médica o profesional) las causas (etiología) y las soluciones (tratamiento) para que ese dolor o molestia se resuelva lo más pronto posible. Dolores de cabeza, malestares estomacales, problemas musculares, etcétera, nos dan una señal de alerta indicando al cerebro que “algo anda mal” en nuestro organismo. Podemos decir entonces que el dolor es un recurso fundamental destinado a movilizarnos en busca de acciones para remediar o remover las causas que producen dicho padecimiento y llevarnos a un estado de mayor bienestar.
De hecho, si este mecanismo de “dolor-respuesta curativa” no existiera, las personas se verían expuestas a riesgos y problemas de los cuales no se darían cuenta en ausencia de una señal clara de dolor y de la necesidad de cambio que conlleva. Por ejemplo, usted podría estar quemándose un brazo que ha quedado demasiado cerca de una fuente de calor o de una estufa, pero no termina de quitarlo porque la señal de “dolor-peligro” no ha llegado a su cerebro, como es el caso excepcional de algunas personas con lesiones cerebrales que abortan dicha alarma. Similarmente, los síntomas físicos de dolor son señales para que busquemos alternativas curativas o modos de resolver una enfermedad o aflicción determinada. En general, la intensidad del dolor o malestar es proporcional a la seriedad del padecimiento, de modo de movilizar a la persona rápidamente cuando es más necesario, protegiendo así su integridad física y su salud.
Aunque estos mecanismos de protección humana no son tan fácilmente visibles en el terreno psicológico, también existen sistemas de “dolor-respuesta curativa” en el plano psico-emocional. Una de las diferencias fundamentales es que, en el aparato psíquico, el “dolor” se vive como un “malestar” interno que usualmente no conlleva síntomas graves de dolor físico sino emocional, entre otros, sensaciones de “ansiedad”, “angustia”, “stress” y “depresión” que suelen aparecer combinadas entre ellas (por eso los profesionales de salud mental hablamos hoy del espectro ansioso-depresivo) y en ocasiones provocan síntomas físicos asociados: palpitaciones, dolores de cabeza, hipertensión arterial, trastornos del sueño, la sexualidad y la alimentación. Pero lo más importante, a mi entender, es que desafortunadamente muchas personas que sufren síntomas de “malestar” psicológico o emocional no se movilizan en buscar soluciones (tratamientos, terapias, cambios de vida) a sus problemas específicos, sea porque desconocen que los padecimientos psicológicos requieren soluciones psicológicas (no tanto médicas, nutricionales, mágicas, religiosas o ambientales) o porque creen que no se puede hacer nada para superarlos.
Algunas personas, de hecho, creen que sufrir “un poco de depresión” o de ansiedad es normal y propio de las tensiones que enfrentamos en la vida cotidiana y sus constantes desafíos. Las consecuencias de esta prolongadísima pandemia han generado, demás está decirlo, enormes niveles de estrés y hasta de desesperación, ya que el Covid-19 ha demolido nuestras rutinas y estilos de vida drásticamente y su eliminación definitiva depende no solo de la ciencia y la tecnología sino, penosamente, de millones de personas ignorantes, radicalizadas, y crónicamente sospechosas que, como analizara en mi nota anterior, generan un gran peligro para la salud pública y la economía nacional. También es cierto que hay niveles de stress y de ansiedad “normales” o por lo menos muy difíciles de erradicar dado nuestro estilo de vida y las tensiones de las que casi nadie escapa: trabajar, estudiar, convivir, o sus contrarias, las preocupaciones por no trabajar, no estudiar o por vivir en soledad.
Cuando los niveles del “malestar” psicológico-emocional se tornan desbordantes, es hora de analizar los orígenes del mismo y producir los cambios que sean necesarios antes que ese brazo que no estaba dando señales de dolor termine por quemarse completamente, dicho esto simbólicamente por supuesto. Los síntomas de ansiedad, angustia o depresión, que en una etapa inicial pueden ser más fácilmente manejables por la persona (por ejemplo, con asistencia psicoterapéutica o médico-psiquiátrica) pueden expandirse hasta niveles invasivos del aparato psíquica y conducir a problemas psicológicos de mayor envergadura. Es por esto que los profesionales y las instituciones que brindamos servicios de salud mental hacemos hincapié en la detección temprana de los malestares psicológicos y su pronto tratamiento. En resumen: atienda las señales de su cuerpo tanto como las de su mente.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de postgrado. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.