por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
No sé quién lo dijo ni cuánto yo elaboré sobre el texto original que usted tan amablemente va a leer, pero bien dicho está:
Poco a poco logramos una comprensión más clara acerca de la necesidad de aprender a usar las herramientas que tenemos más allá de nuestro intelecto para poder entender el significado inteligible de la vida: el conocimiento intuitivo, la activación de los sentidos y una inmersión espontánea en la experiencia. Es quizás allí donde reside la conexión que tenemos con el universo y donde la psicología, la espiritualidad y el arte se integran de una manera fundamental, holística y no ritualista. Probablemente una realización más clara, una conciencia superior de que somos manifestaciones fragmentarias de una totalidad eterna, una parte inextricable de un universo de entre-seres, constantemente en movimiento, transformándose a sí mismo sin cesar. Esta cristalización de la eternidad se revela, quizás, en la coherencia interna y en la representación externa de lo que somos o mejor dicho de lo que venimos-siendo. Este proceso que se refiere a la energía de vida, a la energía de amor, a la esencia del ser humano, se manifiesta de muchas maneras incluyendo el lenguaje simbólico de los sueños y del arte y en los patrones que reflejamos e intentan darle sentido al Infinito.
Este siglo XXI parece saturado de emergencias ambientales de extraordinaria potencia, incendios, sequías, erupciones, inundaciones, y una nueva ola de pandemias como las que vienen humillando a la humanidad desde la prehistoria; saturado también por un renovado e incesante reclamo de justicia y reparación de tantas acciones y omisiones criminales que mantienen sumergida a más de media humanidad y que provocan muy válidas dudas acerca de la calidad moral de la especie humana y torna entendibles las reservas acerca de la presencia de “lo divino” en este tránsito mortal hacia la Nada.
Si me pregunta por qué intento una meditación existencial que parece desligada del aquí y ahora, algo sorda a los clamores de la plaza pública y algo impráctica en cuanto a su ausencia de respuestas concretas a tanta maladie, mi respuesta es clara: como parte infinitesimal pero viva de esto que llamamos universo, o mejor dicho, multiverso, acarreamos en nuestro ser los componentes viscerales de aquél: tumulto, caos, Big Bang, confusión, explosión, totum revolutum, expansión, o la insondable respiración rítmica de Brahma que succiona al universo todo en pantagruélica aspiración para arrojarlo luego de milenios en una bocanada de dudosa virtud. Eso somos y ya fue dicho muchas veces: polvo de estrellas, hijos de truenos ensordecedores como las guerras que, en atávica remembranza, seguimos ensayando en el planeta; hijos de crepúsculos monumentales cuya intención no es artística sino lúgubre, hermanos en una incertidumbre cósmica que nos hace sucumbir con un asombro digno de poetas y pintores; cinceles, apenas, que martillan la piedra sin más intención que la mano que lo guía. Como la divinidad, la presienten, aunque no la vean y se dejan llevar por su ingenio e intención.
Pero, mira, el cincel y el martillo, el clavo y la madera no tienen intención propia, ¿y qué te hace pensar que tú sí? Tan absurdo como adscribirle intencionalidad al viento que arrancó la hoja de su padre árbol o al sonido del ave posada sobre aquel, que no canta para ti ni para el goce de tus oídos. Seguimos buscando significado en nuestras vidas per secula seculorum, mas lo hacemos en lugares equivocados. La pandemia no desea destruir la Humanidad, el ciclón que derribó tu casa y el fuego que hizo arder la de tu vecino no los conocen, más aún, no les importan. Hijos expulsados, no del Edén, sino del vientre atómico de un multiverso eterno, estamos destinados al destierro y al ocaso. Es solo esa luz interior, esa sensación de un algo más, esa intuición que no termina de desaparecer, ese anhelo insoslayable del ser, lo que alimenta nuestra esperanza y no nos dejan desfallecer.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de postgrado. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.