Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
A los seres humanos no les afectan las cosas sino la impresión que tienen de ellas.
Epícteto, filosofo greco-romano del siglo I
En el último par de años agregué a mi afición por la fotografía el recurso de editarlas, usualmente haciendo más intensos los colores en las imágenes, jugando con claroscuros y diversos niveles de exposición y saturación al punto que la imagen original se transforma en otra cosa, en algo más vivo de lo que mis retinas y la cámara de mi teléfono captaron inicialmente. Un viejo amigo con el que suelo compartir mis noveles ediciones fotográficas y literarias y quien tiende a formular comentarios hipercríticos, pero siempre muy valiosos, opinaba que mi búsqueda de colores más fuertes sobre las fotografías de animales, naturaleza, flores, nubes, etc., era el resultado de que a cierta edad se pierde la visión y los sexagenarios necesitamos enfatizarlas para poder verlas mejor. Quizás, aunque encontré más creíble el hecho de que soy parcialmente daltónico y siempre he preferido los colores vibrantes y básicos sobre los medios tonos y los más lánguidos que parece que no llegan a mi cerebro con el mismo ardor.
Detalles al margen, esto me provocó reflexionar acerca de lo que significa la realidad en todas sus formas: real o virtual, prístina o procesada, virginal o trastocada, lineal o curvilínea, palmaria o sutil, como en mis fotografías que capturan y traducen un cierto paisaje en otra cosa, con los mismos elementos ahora distorsionados (enriquecidos, editados, sexed-up), que han transformado la imagen en algo distinto y la realidad en una variante alternativa de la original. [Soy consciente también que la cámara de fotos no captura ninguna “realidad real” sino que me brinda una interpretación más o menos creíble en el lenguaje electrónico de sus pixeles].
Realidad real, realidad virtual, o como nos enseña la Fenomenología, tanto en filosofía como en psicología, realidad siempre subjetiva: el sujeto (usted y yo) es quien la interpreta como puede. Entonces, ya no es solo lo que logra capturar la cámara o las distorsiones en busca de una estética más temeraria, sino además y como enseño a mis alumnos y explico a mis pacientes: “vemos la realidad como podemos”, basados en un millar de resortes que están siempre allí, aunque no nos demos cuenta: educación, experiencia previa, creencias personales, medio ambiente, historia familiar, y hasta conveniencia. Porque a veces también vemos lo que queremos ver, oír, percibir, para no contradecir aquellas cosas que creemos ciertas o que nos importan y que no deseamos que una realidad distinta, alternativa, las confronte o desdibuje. Así, un racista no puede apreciar la belleza de una mujer negra, no porque su piel es negra sino porque la mente de aquél está oscurecida por la ignorancia; ésta eventualmente no puede aceptar que algún hombre blanco vaya a tratarla con dignidad, su esperanza acotada por su historia de discriminación; el terrorista que alguno desprecia y desea muerto es el independentista que admira otro. Un hospital es para unos un hospedaje de salud y para otros un sitio temible del cual hay que mantener distancia; los sudamericanos adoran las vacas tanto como los hindúes, pero el sentido de su admiración es diametralmente opuesto, aunque se trata del mismo cuadrúpedo.
Vemos lo que podemos, decía. El aborigen que jamás estuvo expuesto a un avión lo llamará en su realidad preindustrial, “un pájaro gigante”; el que nunca se educó en la música clásica la considerará “aburrida” en tanto que a otros los deleita e inspira; algunos aplauden la hazaña de un soldado y otros lo llaman “un idiota útil”; a veces una persona nos cae bien porque, sin saberlo conscientemente, nos recuerda a un amigo o un familiar del pasado con el cual teníamos cierta afinidad, pero ese mismo le cae mal a otra persona por idéntica razón, es decir porque el pasado (las memorias salvadas en nuestro cerebro) distorsionan la realidad presente y ni siquiera nos damos cuenta de ello.
Hay quien ve en una vacuna un peligro para la salud de sus niños, mientras que su vecino la interpreta como un acto de prevención y de responsabilidad comunitaria. Hay quien ve en el conservadorismo la fuente de toda prosperidad y hay quien adscribe esto mismo al progresismo; “socialismo” es una mala palabra para la derecha y una promesa de equidad y solidaridad para la izquierda; Jerusalén para algunos es una “ciudad santa” y para otros una incitación a la violencia y a la intolerancia religiosa.
Hablar de “realidad real” es muy difícil cuando consideramos cómo ésta se ve alterada, transformada, dislocada, descompuesta, en fin, afectada por nuestra propia personalidad y por nuestra historia del mismo modo como a veces distorsiono mis fotografías buscando un ángulo distinto al original. El Hinduismo y más precisamente el Jainismo hablan de Maya, la diosa o fuerza de la Ilusión, misma que nos impide alcanzar la Verdad (Samyaktva), hermana de las falsas creencias (Mithyatva) y la búsqueda innecesaria de la fama y los placeres terrenales (Nidana). Todo lo que vemos es solamente una ilusión y jamás tendremos acceso a la realidad real dado que las limitaciones de nuestros sentidos no la pueden aprehender y, por ello, no debemos tomarla tan en serio y es mejor reducir nuestras pretensiones y autosuficiencias. Para terminar, creo que la experiencia de vida hace lo que hicieron nuestras madres: presentarnos el mundo en pequeñas dosis para que podamos ensamblar este monumental rompecabezas que es la vida y darle sentido a nuestro paso por ella. Y volviendo a Epícteto y su valiosa meditación acerca de la naturaleza de las cosas, no son ellas las que nos afectan sino la interpretación que hacemos de las mismas. Es en esta singular subjetividad donde realidad real y virtual se confunden en el insondable caldero fenomenológico que nos contiene a todos.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de postgrado. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.