por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Cuando usted lea mi artículo del mes de noviembre ya sabrá quién es nuestro nuevo presidente, las autoridades que lo acompañan, y los resultados de esta compleja elección, o por lo menos eso espero. Reflexionando acerca de lo que se pueda escribir días antes del 3 de noviembre, porque así lo exige el plazo editorial, pensé compartir con ustedes lo que honestamente creo que nuestro país, los Estados Unidos de Norteamérica, necesita de aquí en más e imperiosamente. Demás está decir que cualquier proyecto político, económico, social, comunitario, ambiental, educativo, dependerá enormemente de los hombres y mujeres elegidos (esperando que éstas nos representen en igual número que aquéllos), de sus agendas en todos los estratos del poder y de las acciones ejecutivas y legislativas que impulsen en los próximos cuatro años. El sentido común, que se ha transformado en moneda escasa en las últimas décadas, debiera ser una guía inspiradora de los pasos a seguir para que esta nación incremente su salud económica, social y moral, las tres penosamente afectadas por una administración en las que todas brillan por su ausencia y cuya conducción quedó en manos de un individuo cuya sanidad mental ha sido tan escasa como su sinceridad y compasión.

Nuestro país necesita paz, en lo interno y en su política exterior. En el primero, el sostenimiento de la paz social y la protección de nuestros conciudadanos depende en buena medida de que los nuevos dirigentes tomen decisiones y escriban leyes que de una buena vez equiparen los derechos de todos, con énfasis especial en las minorías –cuyo espacio de participación en la res publica sigue peligrosamente acotado. Esa paz y su sostenimiento necesitarán de acciones concretas que nivelen las grandes disparidades socioeconómicas y educacionales que perduran por cuatro centurias y reduzcan la incidencia antidemocrática de quienes se encaraman en el poder simplemente por su capacidad económica, influyendo subterráneamente la marcha de la nación, a menudo ignorando y amordazando el interés público descaradamente. Hasta las nuevas autoridades podrían pensar en una “Secretaría de la Igualdad” o “Secretaría de Derechos Ciudadanos” cuya misión sea el sostenimiento y ampliación del bien común, la aplicación equitativa de la ley, y reformas en todos los órdenes para que cada ser humano que habita en esta nación se sienta arte y parte de ella en vez de discriminado, ignorada o sometido.

La paz en materia internacional también es asequible, fundamentalmente a través de herramientas que el gobierno saliente se ha resistido a usar o no han sabido hacerlo: la diplomacia internacional, la cooperación, el liderazgo conjunto con países y organizaciones que sostienen los mismos valores y desean los mismos objetivos. En tercer lugar, es imposible pensar en la paz y la tranquilidad social sin atacar frontalmente el tema de la pobreza que, en parte debido al COVID-19, y en parte a la desidia y al desinterés de estos gobernantes, ha transformado en pobres a unos 20 millones de norteamericanos, mientras otros 20 no saben cómo van a poder pagar sus cuentas y hasta cuándo les va alcanzar la comida. En la que dice ser la democracia más exitosa del mundo y el país más rico del mundo, estos índices de pobreza son tan inaceptable como inmorales. La senadora demócrata neoyorquina Kristen Gilibran lo dijo con meridiana claridad: “Ser pobre en los Estados Unidos cuesta caro”. Obviamente se refería a que las personas con un presupuesto más acomodado logran sobrevivir cualquier emergencia más fácilmente que el pobre, a quien todo lo resulta caro, desde comprar provisiones a cuentagotas (en lugar de esas compras de descuentos en los supermercados), hasta no poder atender sus necesidades básicas de salud, a veces por falta de dinero para transportarse al hospital o clínica más cercanos. A los cínicos de siempre les informo que esto no es una invención hipotética sino una situación desafortunada real, de la que he sido más de una vez testigo, especialmente en las áreas de población minoritaria donde el desempleo en la comunidad negra y latina siguen haciendo enormes estragos.

Si hemos de ser inteligentes, y siguiendo en el tema de la paz y la justicia social, a la reducción de la pobreza y al ejercicio del sentido común, debemos atender lo que la ciencia, la tecnología y las estadísticas revelan incuestionablemente: cuando una persona tiene condiciones médicas crónicas como la diabetes y la hipertensión y no se atiende por falta de dinero –o eventualmente de educación–, el costo de su atención hospitalaria de emergencia es entre 100 y 1.000 veces más alto que el salario de una enfermera o un médico que visiten ese paciente en su vivienda con regularidad para que la sangre no llegue al río. Un creciente número de hospitales están aplicando esta política en todo el planeta, a la vez humanitaria y redituable, y la nación toda debería seguir este ejemplo. Si no nos mueve la compasión, la caridad, el interés público, debería movilizarnos el hecho de que realizando esta acción simple le ahorramos al sistema de salud billones de dólares.

En la misma línea de pensamiento, también sale más barato prevenir que curar en materia de salud mental. Hacen falta más profesionales de salud mental en todas las áreas para que prevengan y atiendan tempranamente las emergencias psicológicas, emocionales y familiares, mucho antes que ese paciente que por cualquier razón se ha desequilibrado termine también en la emergencia del hospital, en el precinto de policía, o en la cárcel. Los que trabajamos en psicología preventiva y realizamos intervenciones forenses sabemos a ciencia cierta que nuestra sociedad se ahorraría enormes dolores de cabeza, riesgos y dinero si el acceso a la salud mental fuese más asequible; así también un servicio público de salud que cubra a la totalidad de la población, al final del día saldrá más económico que estar apagando fuegos transformados en incendios incontrolables. Y hablando de incendios, es mi anhelo que esta nueva administración retome urgentemente una política de protección y defensa del medio ambiente, comenzando por el retorno a los Acuerdos de París, a la cooperación internacional que busca la reducción del dióxido de carbono y otros gases y toxinas en nuestra atmósfera, el saneamiento ambiental y el retorno a estándares de calidad de agua, aire y tierra que han vuelto atrás 50 años de la mano de un patético fantoche que, como en otros áreas de gobierno, ha puesto a la cabeza de la agencia de protección ambiental (E.P.A.) a alguien a quien solo le interesan las industrias sucias que se benefician con la vista gorda que ha hecho por cuatro años, algo así como pedirle al lobo que vigile al gallinero…

Y hablando de lobos, la educación debe ser otro tema prioritario para el nuevo gobierno en Washington y las renovadas cámaras de senadores y diputados, ya que también en este ámbito el país ha perdido el liderazgo de la mano de una secretaria educación que ha privilegiado las escuelas privadas por sobre las públicas y las Charter Schools que son (y lo digo por experiencia propia porque trabajo también en ese campo), un horrendo uso de nuestros impuestos y una burla al público desinformado. Cualquiera puede tener una escuela “exitosa” cuando le dan permiso para expulsar a los niños y jóvenes que no logran la excelencia académica que promocionan con bombos y platillos, separando injustamente a los alumnos menos brillantes y usando el sistema público de servicios educativos suplementarios (que pagamos usted y yo a través de los impuestos) para los niños que lo necesitan, ya que tienen que dar cuenta de su supuesto “éxito económico” a sus inversores. Nuestro país –gobierno y empresas públicas y privadas– no puede seguir siendo administrado sobre la base de las ganancias trimestrales de sus compañías; es un absurdo económico que debe terminar de una buena vez.

De otra parte: comenzar la imprescindible reforma al financiamiento de campañas políticas es también una prioridad para que el grueso de la población, y no unos pocos, tengan acceso al gobierno a través de sus representantes. Asimismo, es indispensable enmendar los estragos producidos por maliciosos redistricting o rediseño de áreas distritales realizados en muchos condados norteamericanos con el mero interés de licuar la fuerza del voto de las minorías. Los Estados Unidos, como tantos otros países civilizados, debería también tener voto directo y deshacerse de un colegio electoral en donde no solamente se cuecen habas sino además se hacen arreglos bajo cuerda y decisiones que no tienen el bien común como prioridad.

A esta altura de mi artículo, se preguntarán muchos lectores, y con razón, de dónde va salir el dinero para pagar todo esto si ya el país tiene un enorme déficit de trillones de dólares, y más hundido va a quedar si la pandemia no aminora su letalidad y el público no respeta el consejo de la ciencia en cuanto al distanciamiento social, el uso de máscaras y el evitar concentraciones –familiares, políticas, sociales, laborales, religiosas o deportivas– caldo de cultivo de infecciones que terminamos pagando todos. ¡Hasta el presidente y muchos de sus esbirros! Le cuento. Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos decidieron agrandar sus arsenales bélicos y sus ejércitos a niveles nunca vistos en la historia de la Humanidad y con un costo tan exorbitante que aproximadamente el 15% o el 20% del presupuesto nacional (depende de cómo se contabilice) se dedica a ello. No se trata de reducirle el salario a los soldados o de disminuir sus beneficios de ninguna manera, no. Se trata de poner la lupa en el presupuesto militar y ver cuáles son los armamentos y sistemas que pueden ser reducidos y aun eliminados. Mi candidato ideal, y espero también que lo sea el de la nueva administración, es el pantagruélico arsenal nuclear norteamericano: 1.600 misiles nucleares que, como bien lo sabemos, destruirían el mundo entero un millar de veces y cuyo efecto de deterrence de supuestos enemigos o los reales tiene mucha menos incidencia en esta época que la que tuvieron durante la Guerra Fría. Esa Guerra Fría terminó y no hay en el planeta nación que signifique realmente un peligro de ataque nuclear para nuestro país; la interacción con naciones llamadas ‘crudas’ o impredecibles como Corea del Norte e Irán requieren inteligencia, diplomacia, liderazgo, sentido común y un deseo de paz al que se oponen quienes lucran millonariamente con la venta, manutención y renovación de estas armas que pagamos todos nosotros, usted y yo, por si no lo sabe. Si logramos reducir nuestro arsenal nuclear a la mitad, estaríamos ahorrando aproximadamente 5 trillones de dólares, que podrían ser mucho mejor invertidos en la reconstrucción económica, edilicia, educativa, ambiental, social, legislativa, científica y médica que esta gran nación necesita y que no puede darse el lujo de postergar.

El presupuesto real de defensa es de 1 trillón de dólares por año; Estados Unidos gasta más en defensa (presupuesto militar y otras contingencias) más que las siguientes 13 naciones del mundo ¡juntas! Alimenta a 600,000 contratistas privados que succionan complacidos los pechos de esta enorme loba y cuyos presupuestos, desde un tornillo hasta un misil suelen costar cinco, 10 y 100 veces más que lo que costarían en la plaza pública, en el mercado regular. Para colmo de males, el presidente Trump aumentó el presupuesto de defensa en varios billones de dólares, produjo un déficit de 3 trillones de dólares (fundamentalmente para reducir los impuestos de los ricos que no necesitaban tan generosa dádiva), y cortó para eso fondos que, si usted y yo tenemos algo de sentido común, son mucho más imprescindibles que el presupuesto bélico: el Center for Disease Control and Prevention (C.D.C.), que ha disentido abierta y veladamente con el presidente y sus lacayos en materia del Covid-19 y la pandemia, fue castigado con una reducción del 19% de su presupuesto; el National Institutes of Health (N.I.H.), que nuclea a científicos prestigiosos en materia de salud e investigación, también fue castigado con una reducción presupuestaria del 7%, además de una quita del 50% de las contribuciones de nuestro país a la Organización Mundial de la Salud, O.M.S., básicamente porque no le vino bien a Trump que le disputaran sus peligrosas afirmaciones de que la pandemia era moco de pavo y se curaba ¡tragando cloro!

La Oficina de Medición de Pobreza de Estados Unidos, u O.P.M., estima que alrededor de 95 millones de personas están viviendo debajo de la línea de pobreza, cifra que aumenta a 140 millones si agregamos los que no podrían sobrevivir sin alguna clase de ayuda federal, y treparía a los 200 millones si ajustamos estos índices con mediciones municipales y estatales. Por eso el gran orador, reverendo William Barber III, gran luchador por los derechos humanos y director de campañas para la reducción de la pobreza en todo el país dijo: “Toda nación que ignora que la mitad de su gente está en una crisis moral y económica es constitucionalmente incoherente, económicamente demencial y moralmente indefendible”. Hoy por hoy, el presupuesto de defensa ronda los 700 millones de dólares de base, y otros casi 70 billones para lo que se llama Overseas Contingencies Operations (O.C.O.), y 9 billones en su absurda muralla para que estos “peligrosos violadores mexicanos” no entren en el país. Cada misil balístico intercontinental cuesta 400 millones de dólares y una bomba nuclear 8 billones; si hacemos la cuenta, sobra plata para llevar adelante los planes que acabo de mencionar, incluyendo la modernización de nuestra infraestructura edilicia, de transporte y portuaria que en pleno 2020 dan lástima. Podemos sin lesionar la defensa de nuestro país reducir una buena parte de los 1.750 cabezas nucleares que están activadas y el apilamiento de 3.800 armas nucleares, todo esto sin contar el resto de los arsenales bélicos que posee la nación y rogando de que nunca haya un desastre nuclear por error como casi ha sucedido unas 20 veces desde los vergonzantes Hiroshima y Nagasaki. Ya sabe usted entonces dónde podemos encontrar los dineros para mejorar la calidad de vida –y de paso la calidad humana– de este país y el de sus 350 millones de habitantes.

Espero sinceramente que cuando relea este artículo a comienzos de noviembre yo no tenga que derramar ninguna lágrima… y usted tampoco.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de postgrado. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.