Luis Ríos-Álvarez

En un reciente viaje en el que compartimos una semana con desconocidos, y luego de que se abrió el canal de comunicaciones, una joven pareja, después que él le propusiera matrimonio, lanzó la pregunta, a los más veteranos, como se hacía para tener una relación duradera.

La interrogante nos hizo pensar, no solo en nosotros, si no, también, a nuestro alrededor, las parejas perdurables que conforman nuestro círculo de amistades y familiares.

Evidentemente no hay una respuesta única, único es el tipo de relación que se pueden mantener a través de las diversas etapas que conforman el itinerario que nos lleva por la vida junto a esa persona.

Las vicisitudes de la vida, lo bueno, lo malo y todo lo que caiga en el medio nos va cincelando la relación, como el artista da forma a su obra, pero, con la diferencia que el artífice planea y a nosotros las circunstancias nos van dictando el camino.

Desde el vamos la chica preguntó cual de los dos debería cambiar, ya que, por supuesto, cada individuo carga su propio bagaje intelectual, lleno de educación hogareña, emociones, traumas, y toda la gama de emociones que vamos adquiriendo al andar.

Antes que intentar cambiar al otro, es mejor crecer juntos y, de esa forma, mezclando las contribuciones de diferente naturaleza que cada uno va aportando, amalgamar y moldear la relación. No soy sicólogo ni sicoterapeuta, ni nada por el estilo, eso se lo dejamos a nuestro amigo y colaborador, Juan Carlos Dumas, tan solo alguien que ha vivido algunos años y ha tenido la virtud de ir recogiendo algo de sabiduría callejera.

Muchos esperan el gran batacazo y que les pasen grandes cosas en la vida, sin embargo, esta, está compuesta de muchísimas pequeñas cosas que, no por pequeñas, debemos desecharlas pues son las que constituyen nuestro pedigrí o para ser más actualizado nuestro ADN social. Nacimientos, óbitos, bodas, divorcios y alguna enfermedad o accidente son los grandes acontecimientos naturales que nos suceden, causando momentos traumáticos, a muy poca gente conocemos que sacó la lotería, aunque, a veces pasa…

Las cosas chiquitas, esas a las que a lo mejor no le damos la importancia debida, como despertarse con una sonrisa, un beso de buenos días, disfrutar de un café juntos, planear el día en conjunto y sentirse realizados al final de la jornada, son los ladrillos que forman el cimiento de una relación sólida, no totalmente perfecta, pero, si aceptablemente suficiente como para que el castillo no se derrumbe.

Quizás la palabra más importante en una relación, cualquiera sea el tipo de la misma, pero especialmente importante en una sentimental, es respeto, sin el cual todo se desmorona como castillo de naipes. Un gesto, una palabra fuera de lugar puede acarrear sacar a alguien fuera de sí, entorpecerle o turbarle el uso de la razón o de los sentidos actuando como una bola de demolición en la estructura del nexo.

Deponer el trato que se tenía con alguien, por haberse entibiado la conexión no justifica que se pierda el civismo, especialmente si hay vástagos, producto de la relación.

En definitiva, cada individuo es un ser único que aporta su cuota parte a la concomitancia y unido al aporte de su contraparte forman un vínculo, afortunadamente indivisible, que perdurará a través del tiempo, con o sin perdices.