Luis Ríos-Álvarez

No es ningún secreto que los niños y niñas de hoy en día poseen artilugios electrónicos prácticamente desde la cuna. Antes de hablar o caminar ya sus deditos se trasladan rápida y hábilmente sobre la pantalla y son capaces de realizar operaciones que nos resultan hasta dificultosas a quienes tenemos unas cuantas décadas encima.

Largo trecho ha pasado desde nuestro “teléfono” casero manufacturado con dos latas y un cordel, fabricado totalmente con elementos reciclados y los actuales “inteligentes”. Tan inteligentes que nos han privado por completo de nuestra privacidad, haciéndolos espías de nuestros pasos, de nuestros contactos y amistades, de nuestras actividades en las redes sociales y prácticamente de casi todos nuestros quehaceres diarios donde lo llevemos consigo.

La ventaja que tenían los nuestros es que era una operación en conjunto, conseguir las latas, el clavo y el martillo, y el cordel, del cual dependía la calidad de la trasmisión, que se debía encerar si pretendíamos tener “alta definición”. Pero principalmente, se necesitaban, como mínimo, dos interlocutores frente a frente, más la fila de nuestros amigos que esperaban su turno para utilizarlos. Cualquiera de esas actividades, ya sea la construcción de verdaderas piezas de ingeniería o, simplemente, participar de los juegos típicos de la edad requería del contacto humano.

Recuerdo ese bullicio, que, aunque sano, siempre molestaba al infaltable vecino cascarrabias, especialmente que, de cualquier manera, le prestábamos poca atención y raudamente volvíamos a nuestras actividades. No podíamos perder mucho tiempo en sandeces pues había que volver a casa al caer el sol y ese último gol, el que ganaba el partido, se convertía casi siempre en los “descuentos”, cuando ya comenzaban a encenderse las luces de la calle obligándonos a correr más rápido que Usain Bolt para no excedernos del toque de queda maternal arriesgándonos a una suspensión preventiva para la revancha del día de mañana.

Existe mucha distancia entre el ayer de correrías sanas con los amigos teniendo, muchas veces, que digo, casi siempre, que utilizar la imaginación para inventar algún artefacto que nos permitiera, por un lado, satisfacer nuestra necesidad de utilizar nuestro tiempo de ocio en la elaboración de algo positivo, y por otra parte aprender a trabajar mancomunados en proyectos comunes. Hoy, por el contrario, la gran mayoría de los niños y jóvenes viven aislados aferrados a sus pantallas de las cuales han desarrollado una dependencia prácticamente total, a tal punto que, en caso de estar compartiendo algún momento de cercanía, prefieren comunicarse por medio de textos sustituyendo el diálogo tradicional al manifestar sus conceptos sobre cualquier tema.

No es que todo tiempo pasado fuera mejor, sí, definitivamente diferente. No podemos negar que los adelantos que estamos disfrutando nos permiten tener una vida más confortable. Muchos de ellos, a mi entender, no tan indispensablemente necesarios que, por otra parte, ayudan a que tengamos una vida más sedentaria y, por lo tanto, más perjudicial para nuestra salud. Socialmente estamos relegando el acercamiento personal con nuestro círculo de amistades, sustituyendo hablar familiarmente con ellos por una serie de emojis que representan nuestro estado de ánimo ante alguna situación particular como si de repente nos atacó una epidemia de mudez obligándonos a hablar por señas, por otra parte, ya preestablecidas.

Estas viejas generaciones fueron muy afortunadas en poder, por un lado, vivir todas las etapas de crecimiento, niñez, pubertad, adolescencia, madurez, en secuencia lógica sin quemar etapas cronológicas, algo que los jóvenes de hoy carecen impulsados por sus urgencias muchas veces injustificadas. Generación muy sabia en conceptos tecnológicos pero que carentes del sentido común que lo va dando la madurez paulatina absorbiendo conocimientos en todas las jornadas del camino. Me vienen a la mente esos maestros que han comenzado a llevar a sus alumnos a las granjas para que se interioricen del origen real de la leche, que no se produce en un cartón en el supermercado.

Finalmente, debemos recordar que si las nuevas generaciones, y también, las viejas, pueden disfrutar de esos teléfonos inteligentes es porque la nuestra inventó el original con dos latas y un cordel.