Por Margarita Pécora B

El mismo desconcierto  seguido de dolor y  sensación de inmenso vacío, que  invade al pueblo argentino ante la repentina noticia de la muerte de Diego Armando Maradona, es el que experimenta por estas horas  el  pueblo  de Cuba, indisolublemente ligado a la historia de vida del astro argentino, de sus episodios de enfermedad y de feliz  restablecimiento, y de su  amor   filial por  el  líder histórico de la revolución cubana Fidel Castro, que  coincidentemente  partiera a la inmortalidad  un día como hoy, el mismo  día que el Diego.

Y ese vacío, que no es una sensación, sino algo material que se palpa y que duele, lo están sintiendo por estas horas, miles de cubanos que atraviesan el ciberespacio con mensajes de dolor y condolencia mutuas porque sienten que también perdieron a un hijo, un hermano, un amigo.

El mensaje oficial de la Cancillería cubana lamentando el fallecimiento de Maradona, toca precisamente ese vínculo de amor entrañable y de complicidad ideológica que mantuvo el Diego con Fidel, cuando al enterarse de la muerte del líder cubano: expresó: “Para mí fue como un segundo padre, porque me aconsejó, me abrió las puertas de Cuba cuando en Argentina había clínicas que me la cerraban, no querían la muerte de Maradona y Fidel me las abrió de corazón”.

Es momento de recordar la carta que Fidel le enviara a Maradona, desvirtuando los falsos rumores sobre su partida física y lo que el Pelusa expresó al recibir esa carta cuando dijo: “es como tener la Copa del Mundo en su casa”.

El Líder de la Revolución Cubana había destacado diversos temas políticos que evidencian el fracaso del imperialismo en América Latina y Maradona había asegurado que, en su relación con Fidel, hablaban de todos los temas: desde béisbol hasta política internacional. “Con mi ignorancia política le decía lo que me parecía y a él le gustaba cuando le contestaba”, detalló.

Fidel me decía que yo debía volver a Argentina para ser político, pero yo le decía que a mí no me gusta la política”, expresó Maradona.

Así era el ídolo que hoy se nos fue, contradictorio, amado en las canchas y en los barrios que hizo todas las impensadas con una pelota, que coqueteó con los límites y con la muerte. Fue el mejor jugador jamás visto, e indiscutiblemente el más épico.  Logró jugando al fútbol el respeto de todos y el país entero le festejó un gol con la mano. Y minutos después, para reafirmar la magia, la más limpia y bella jugada desparramando ingleses por el piso.

Murió Diego. Se fue un cacho de la Argentina popular, sin dudas, el jugador más increíble de todos los tiempos. Diego les gambeteó a las consecuencias de vivir al palo. Esta vez no pudo. Dios le corrió el arco a Diego. Ojalá, si la existencia es real, jueguen juntos para que los que menos tienen, tengan un poco de alegría. Esa alegría que las clases dominantes desprecian.

Se le detuvo el corazón al Diego que exhibió orgulloso por el mundo   la imagen de Fidel y del Che tatuados en ambos brazos; y de corazón, salieron hoy cubanos y cubanas a juntarse espontáneamente a la Peña deportiva en el Parque Central, corazón de la Habana Vieja, a pedirle a sus dioses orishas que abran el camino sagrado del descanso en paz, para que lo transite este hijo de Fidel, y que se puedan juntar en la eternidad.