Michelangelo Tarditti
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Con la creativa dirección de César Brie y la impecable actuación de Mauricio Dayub

El equilibrio es el centro.
¿O el delicado equilibrio de vivir?
¿O el sorprendente equilibrio del engranaje de armar la prehistoria de nuestra vida? ¿O el apasionante equilibrio de caminar por los riesgos de lo desconocido, laberintos de nuestro inconsciente, intrincados recovecos de nuestra historia familiar?
En definitiva, lograr un equilibrio, en lo que sea, es desafiar el miedo al vértigo de lo desconocido, es descubrir lo auténtico de nuestro Ser, el de nuestro grupo familiar o social. Un desafío.

Patricio Abadi, Mariano Saba, y Mauricio Dayub, escriben sobre esta metáfora del equilibrio que parte de un abuelo y llega a un nieto, o quizás parte de un nieto y llega a un abuelo, una parábola de tiempo y espacio, que ellos ambientan en una atmosfera de inmigrantes, con notas de acordeón, recuerdos permanentes, pinturas folklóricas de italianos, (en particular los del sur de Italia), de sentidas nostalgias, de historia reveladas, de personajes recuperados.

Y todo ese material se vuelve lúdico, onírico, se vuelve gracioso, emotivo, evocativo, por la mágica combinación de dos figuras preponderantes: la del actor y la del director.
Y tal vez la palabra mágica, que viene de magia, sea injusta, porque lo mágico da idea de lo sobrenatural, de lo no elaborado por hombre alguno. Y en realidad, si hay algo que se ve en este trabajo, es el producto de una meticulosa elaboración de dos hombres, de dos artistas inmensos.

César Brie, siempre nos sorprende, en sus obras, con su infinita creatividad. Saca permanentemente de su cilindro mágico imaginativo, palomas de colores y formas inauditas, ingenio exuberante el suyo, sorpresas que nos dejan enamorados y sorprendidos de tanta infinita creatividad.

Enorme talento para las formas, y para la belleza estética.

Mauricio Dayub, es de una ductilidad, histrionismo, capacidad de transformación, composición de diversidades, gracia, seriedad como actor, que, viendo su trabajo magistral, nos permite reconocer lo que un actor en esencia debe ser. La paciencia de una elaboración de dificultades infinitas, nos pone de frente al paradigma del arte del actor, actor que construye artesanalmente “ese otro” que no es él, esos otros seres llamados personajes, que desde la platea nos dejan fascinados.

Dayub, es el equilibrista arriesgado que trabaja sin protección de red alguna, pero con la protección de su depurada, obstinada, seria elaboración, regalándonos así, su precioso trabajo.

“El equilibrista” nos recuerda que la vida, tanto la que tenemos delante, como la que conforma nuestro pasado, es, misteriosamente, como pequeñas cajas, sorprendentes y enigmáticas, que, al abrirlas, (con el paso a paso) nos depara la imprevisible y deliciosa aventura de vivir.