por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Todavía en mi primera infancia había algunas niñas en el barrio que cantaban esta tonada popularizada por María Elena Walsh en los años 60 y 70, utilizando una melodía que había tenido sus orígenes en una letrilla burlona francesa, luego transportada a España durante la dinastía de los Borbones. ¿Sabría la famosa autora argentina la historia de Mambrú? ¿Y conocería de lo horrendo de las luchas que habían diezmado a Europa durante 14 años en lo que se denominó la Guerra de Sucesión Española, misma que bien podría ser llamada “la primera guerra mundial” por la cantidad de contendientes a ambos lados de esta brutal pelea entre la casa real de los Borbones y la de los Augsburgo, misma que dejase cerca de un millón de muertos?

El famoso general “Mambrú” al que se referían los niños en ambas épocas no era otro que el Duque de Marlborough, John Churchill, sí, ancestro de sir Winston Churchill de Inglaterra. El duque, que era también Marqués de Blandford, Conde de Sunderland, Conde de Marlborough, Primer Príncipe de Mindelheim, Primer Conde de Nellenburg, Príncipe del Sagrado Imperio Romano, Barón Spencer y Barón Churchill, dirigía las operaciones bélicas que enfrentaban a las naciones para definir cuál de las dos casas reales se quedaría con el trono español a la muerte sin descendencia de Carlos II de España a los 39 años en 1700, quien resultaría siendo el último monarca español de la casa de los Austrias. Churchill nunca había perdido una batalla en su larga carrera bélica y fue el general más famoso de la Historia Moderna hasta que hiciera su entrada –triunfal y brutal– Napoleón Bonaparte.

Había españoles que apoyaban a los Augsburgo y a su candidato, el archiduque Carlos, quien se proclamara Carlos III de España. Carlos Francisco de Augsburgo y Neoburgo, para ser más precisos, un hombre ampliamente educado por los jesuitas que hablaba perfecto español –a diferencia de su contrincante, el francoparlante Felipe V–, además de ser versado en latín, alemán, francés, italiano y húngaro. A diferencia de los gobernantes de hoy, que arrojan al frente de batalla a sus pueblos mientras se quedan cómodamente protegidos en sus mansiones y palacios presidenciales, Carlos fue un aguerrido monarca que dirigió muchas veces a caballo y espada en mano las batallas que desangraron la Europa del 1700.

El daño también fue tremendo para Francia, donde el gran rey Luis XIV, el Rey Sol, estaba empeñado en proclamar a su nieto, Felipe de Anjou, como rey de España y quien sería finalmente el Felipe V que la gobernara: Felipe de Anjou o Felipe de Borbón, duque de Anjou y nieto de Luis XIV y de María Teresa de Austria y, por ende, con derecho a reclamar el trono dejado vacío a la muerte de Carlos II. La ambición de Luis XIV de mantener unidos a Francia y España bajo una sola mano fracasaron, empero, ya que la famosa Paz de Utrecht en 1713 –misma que diera fin a la Guerra de Sucesión Española excepto por combates remanentes en Cataluña hasta su rendición al año siguiente–, obligaba a mantener separados a ambos reinos. De ese modo, Felipe V de Borbón fue rey de España, pero no de Francia.

Además de haber sufrido cientos de miles de muertos, Francia quedó seriamente dañada económicamente y su pueblo sin trabajo. Hordas de campesinos hambrientos marchaban desesperadamente a través de todo el territorio en busca de comida, algunos de ellos obviamente dedicados al robo y al atraco para sobrevivir. La historia europea daba así otro de sus giros inesperados ya que, en la Guerra de los Treinta Años que precediera a la de Sucesión, Francia y la mayoría de las casas europeas trataban de impedir la expansión de los Augsburgo y ahora eran ellos los que intentaban de la mano de Carlos poner a toda Europa en contra de los Borbones.

En España, la contienda entre los partidarios castellanos de Felipe de Anjou y los del archiduque Carlos, defendido especialmente por los aragoneses, no hizo sino ahondar el conflicto armado. Imagino que, en sus tumbas de Granada, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón estarían retorciéndose ante estas divisiones en el reino luego de tantos esfuerzos por unir la península bajo un reinado común y, en 1492, expulsar el último rey moro de sus tierras.

El conflicto internacional involucró, en defensa de los Augsburgo, al Sacro Imperio Romano Germánico, a Gran Bretaña, Holanda, Prusia, Portugal y el reino de Saboya, y en defensa de los Borbones a Francia, Baviera, Colonia, y asimismo Portugal y Saboya, quienes cambiaron de bando en 1703. Como ha pasado más de una vez en la historia europea y mundial, las peleas intestinas sólo benefician a terceros. Una de las ganadoras fue Gran Bretaña, específicamente Inglaterra. España perdió muchos territorios, cediendo una cantidad de tierras de ultramar: Gran Bretaña se hizo de Menorca y del peñón de Gibraltar, a Saboya le entregó Sicilia y a Austria los Países Bajos españoles, Nápoles, Milán y Cerdeña.

También el Río de La Plata vivió el impacto de la Guerra de Sucesión Española ya que Portugal luchaba en contra de los borbones y el entonces gobernador del Río de la Plata, Alonso Juan de Valdez Inclán, atacó y se hizo del Fuerte de la Colonia del Sacramento (hoy Uruguay) con la ayuda de 4.000 indios de las Misiones, misma que recuperó el país lusitano luego de la Paz de Utrecht. Inglaterra recibió también autorización para obtener 10 espacios llamados “asientos de negros” – uno de ellos en Buenos Aires– para aumentar su dominio en el comercio de esclavos en el continente americano. La mayoría de los pasajeros que toman alguno de los trenes que parten de Retiro o llegan allí no saben que el llamado “Retiro de los Ingleses” era el lugar de depósito y trata de aquellos esclavos negros en la Buenos Aires colonial.

Desafortunadamente, las guerras no han dejado de sacudir y atrasar a Europa, si no por las ambiciones de casas reales como en aquella época, por la de políticos y factótums económicos que siguen convenciendo a sus poblaciones a luchar por intereses que no son los del pueblo o que rara vez lo son.

Volviendo a nuestro Mambrú, John Churchill, duque de Marlborough, se dice que la tonada francesa era una burla al ellos pensar que había muerto en la batalla de Malplaquet en 1709, lo que me recuerda a aquella otra famosa tonada: “London bridge is falling down, falling down…” – atribuida a la supuesta destrucción del célebre puente por el vikingo Olaf Haraldsson en 1014 durante su invasión de las Islas Británicas. Malplaquet fue una de las batallas más sangrientas del siglo XVIII: Francia perdió al instante 11.000 de sus 75.000 soldados y Churchill 22.000 de los 86.000 asignados a su coalición británico-alemana-holandesa-prusiana. Mambrú se fue a la guerra… pero volvió, vivito y coleando, a disfrutar de sus palacios y posesiones en tanto que aproximadamente entre 400.000 and 700.000 soldados –sin contar las bajas civiles calculadas entre 100 a 200.000 personas–, perdieron la vida en estas luchas ciegas de poder.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y educador público. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de Manhattan Norte y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.