por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
Habrá leído usted varias historias acerca de esa maravillosa y mágica lámpara, la frotadura de la cual obliga a un genio, siempre calvo y obeso, a salir de su escondite y obedecer cualquier deseo u ocurrencia de la afortunada persona que se ha topado con ella en algún hirviente desierto del Medio Oriente o de Nord África o en un recóndito sitio secreto donde algunos bandidos la guardaban junto a otros tesoros relucientes, aunque el de Alí Babá es otro cuento.
Aladino significa literalmente en árabe “nobleza” o “grandeza de la fe” y es una de las historias de los mundialmente conocidos cuentos de “Las Mil y Una Noches” –junto a Simbad, el Marino y Alí Babá–, aunque no pertenece a la colección original árabe, pero es uno de los relatos más conocidos. El francés Antoine Galland (1646-1715), lo agregó a la misma en una adaptación propia luego de haber escuchado el relato de parte de un cuentista sirio maronita oriundo de Alepo (Irak). Galland, antropólogo, escritor de literatura infantil, coleccionista numismático y de cuentos fantásticos, arqueólogo y traductor polilingüe, fue miembro de la Academia de Lenguas Antiguas de París. La embajada francesa lo había enviado a Constantinopla (hoy Estambul) y al Medio Oriente, donde copió innumerables textos y realizó bosquejos de varios monumentos históricos. En 1679, Galland hizo otro viaje comisionado por la Compañía Francesa de las Indias Orientales para recolectar muestras para el gabinete de Colbert –el poderoso ministro y secretario de estado del Luis XIV, creador del nefasto “Código Negro” que daba pautas para la administración del esclavismo en las colonias francesas, aprobado por dicho monarca en 1685– y se le concedió el título de Anticuario Real. Hablaba muy bien árabe, turco y farsi (persa) y continuó ejerciendo la docencia hasta su muerte. Se le debe a este prolífico hombre de letras muchísimas traducciones de textos orientales y una abultada Historia General de los Emperadores Turcos. La traducción de Aladino fue realizada entre 1709 y 1710 y estaba incluida en los volúmenes de “Las Mil y una Noches”
El cuento de la lámpara inspiró toda clase de relatos e historias, desde las más clásicas hasta las más bizarras. Pero, ¿qué desearía usted si se encontrara con ella y, efectivamente, un pícaro genio le dijese: “Amo, estoy a tu servicio. Elige tres deseos y te los concederé” Ya imagino el chiste de algunos y algunas pidiéndole que haga desaparecer a su suegra, blanco habitual de burlas así la doña haya sido un ser cariñoso y amable que, al final del día, es la responsable primera y última de tener esa pareja que tiene a su lado, aunque otros pedirían al genio que la que debe desaparecer es ésta y no su progenitora. También está el popular chiste que le ordena al fantástico genio que haga que su pareja mejore su performance sexual y algún atrevido que otro pedirá un ménage-a-trois con las estrellas de televisión o cine con las que viene fantaseando por años… Quienes tienen en alto su sensibilidad social y un sentido justiciero le pedirían a la mítica criatura que ya deje de llamarlos “amo” y que se libere de tan horrenda y milenaria atadura.
Y usted, ¿pediría más dinero, más tiempo para gastarlo, más salud, vivir in eternum? ¿Le pediría paz en el mundo, fortuna para sus hijos, o la destrucción definitiva de este planeta que de todas maneras y sin necesidad de genios parece encaminado a ella –si no por la degradación tremenda del medio ambiente, por una hecatombe nuclear resultado de una guerra a muerte entre algunos de los países que son parte del siniestro “club nuclear”?
Si es que esta historia medioeval sirve para algo, además de estimular la fantasía infantil –arte y parte de la capacidad intelectual de los seres humanos, tal y como lo demuestran taxativamente muchas investigaciones científicas desde hace años– es para que podamos reflexionar acerca de nuestros valores. El cuento se transforma en un ejercicio axiológico: ¿Qué queremos? ¿Qué nos hace falta? ¿Por qué? ¿Cuáles son nuestras prioridades? ¿Primero me lleno yo, todo para mí, o incluyo a mis seres queridos, o a la comunidad toda? ¿Deseo ante todo paz en el mundo o inflar mi cuenta bancaria? ¿Deseo un bien para todos o un mal para algunos? ¿Vé cuántas reflexiones axiológicas y morales inspira esta todopoderosa lámpara?
Habiendo satisfecho en buena medida las necesidades básicas de las que hablaba el brillante psicólogo Abraham Maslow en su famosa pirámide de prioridades, aquí va mi deseo para este poderoso genio, aunque ni todos los santos podrían hacer tamaño milagro: que los trillones de dólares que el planeta gasta para beneficio de muy pocos y sufrimiento de muchos en el negocio de las armas – sea con la excusa de la seguridad nacional, los exageradísimos derechos de la segunda enmienda de la constitución norteamericana, o por la poderosa acción de los lobbies de estas industrias malsanas–, se invirtieran en asegurar pan, techo, trabajo, acceso a la salud y a la educación para todos nuestros congéneres y eliminar no a la pobre suegra sino a todos esas bestias dedicadas al secuestro de menores, al narcotráfico, al robo a personas y países, a la trata de mujeres, al vil engaño de ingenuos jubilados e inversores “de a peso” y a tantos otros delitos por los que el término de bestias les queda demasiado chico.
Si usted nota que de pronto hay en el mundo paz, tranquilidad y progreso para todos los seres humanos en el 2025 que estrenaremos en breve, es que ha llegado a mis manos tan dichosa lámpara. ¡Muchas felicidades para usted y sus seres queridos!
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y educador público. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de Manhattan Norte y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.