Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Podríamos llamarlo una ironía si no fuese por lo trágico. Miles de inmigrantes indocumentados van a ser alojados en algunas bases del ejército norteamericano, ese mismo que, cumpliendo órdenes oscuras, secretas, y en la mayoría de los casos inconstitucionales, participaron de acciones abiertas y encubiertas, derrocando enemigos políticos en esos mismos países centroamericanos desde donde ahora escapan cientos de miles de familias. Golpes de estado, detenciones ilegales, torturas y desapariciones tan conocidas por los latinoamericanos, aunque no así por los segmentos ignorantes en este país y en los nuestros propios, fueron parte del descalabro político y económico que terminó expulsando a tantas familias que hasta hoy buscan refugio, también irónicamente, en los Estados Unidos, digo, bajo el mantel democrático, humanitario y constitucional que abriga a buena parte de sus afligidos ciudadanos.

No conocer esta “capilaridad” de nuestra historia reciente excusa (¿de verdad?) a esa otra parte del público estadounidense que solo ve en las familias que cruzan la frontera una sarta de atrevidos “pardos y marrones” que no respetan la ley norteamericana y que arriban con intenciones non sanctas: robar, violar, rapiñar o, como mínimo, quitarle el pan de la boca a la llamada “clase trabajadora” de este gran país, ésa tan castrada políticamente y manipulada mediáticamente que se ha transformado en la base de un Trumpismo racista y peligroso que terminará por hundirlos en mayores pobrezas, económicas tanto como morales.

La aparición del monumental negocio de la droga, de la mano de la compraventa de armas, fue la siguiente estocada mortal para Latinoamérica una vez acabada la Guerra Fría y sus excusas intervencionistas. Ellas abrieron la puerta a nuevas conspiraciones –igualmente ilegales y anticonstitucionales– como las maniobras que dieron pie al escándalo “Irán-Contras” que no voy a explicar aquí. Si usted no sabe realmente de qué estoy hablando regálese “Las venas abiertas de América Latina” del genial escritor y filósofo uruguayo Eduardo Galeano o “Killing Hope”, del autor norteamericano William Blum.

Volviendo a la ironía del alojamiento militar de inmigrantes indocumentados, la mayoría del público norteamericano no sabe que en algunas de ellas funcionaban (¿o todavía?) centros de entrenamiento en tortura, “clases” en las que participaban militares latinoamericanos seleccionados por sus gobiernos para tan noble empresa… Así como millones de alemanes fueron cómplices y otarios a los desmanes del régimen nazi que terminó hundiéndolos en la peor miseria económica y moral, misma que requirió de varias décadas de sanación y mea culpa, así también millones de norteamericanos desconocen estas penosas realidades de su historia reciente y, algunos más perversos, las niegan o justifican.

Mi punto es que, si no conocemos las razones históricas que generan crisis y desplazamientos masivos como los que vemos en la actualidad, corremos el riesgo de no entender de qué se trata y de adscribirle culpa y cargo a quienes son víctimas inocentes de oscuras turbulencias que los arrojan de sus hogares cual huracán implacable, como María, aunque humano, demasiado humano.

Claro está que hay malhechores criollos a tanta maladie: políticos y empresarios corruptos, policías y militares que bailan la danza de los señores del mal, de los vendedores de armas, de drogas, de los que lucran con industrias energéticas contaminantes, con industrias farmacéuticas que ciertamente no tienen en su mente la salud pública, y tantos otros capaces de aplastar a los más pobres de sus conciudadanos, si el soborno es suficiente, con la tranquilidad con la que se mata una cucaracha.

Con un promedio de 110 a 120 asesinatos semanales en Guatemala, El Salvador y Honduras, y con una cifra de muertes violentas ¡que supera las 200.000! en el periodo 2006-2016 en México, además de unas 25.000 desapariciones, ¿quién puede no entender la urgencia de miles de familias de salir huyendo de tanta violencia, de tanta desprotección y locura, aún a costa de poner en riesgo una vida que, en su país de origen, ya no vale nada? La medida del riesgo que madres y padres aceptan correr para entrar sus hijos a los Estados Unidos, incluyendo largas jornadas en desiertos plagados de peligrosos coyotes –animales y humanos–, es directamente proporcional al temor que les inspira vivir en poblaciones infestadas de criminales para quienes la extorsión, el secuestro, la violación y el asesinato son moneda corriente.

Los que escapan de regímenes opresores en busca de libertad, corriendo riesgos similares a estos refugiados latinoamericanos, suelen recibir comentarios laudatorios por parte de la población norteamericana, pero yo digo que no son ni más ni menos valientes, ni están ni más ni menos desesperados que estas familias que se alejan de una Centroamérica mortalmente peligrosa, llena de cicatrices de las que Washington, el Pentágono, las agencias de inteligencia y los bandidos que danzan en sus sombras son culpables, siquiera parcialmente. Primeras damas que hasta ahora brillaban por su ausencia, ridículos pastores evangélicos que arrojaban rayos y centellas contra estos pobres diablos, y políticos republicanos circunspectos y poco amigos de esta subespecie que no tiene la piel blanca como ellos, comienzan alzar su voz ante tanta falta de juicio y compasión. Quizás y ojalá sean las primeras olas de un desembarco moral en nuestras sucias playas.

A mí me importa, ¿y a usted?

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor de postgrado de la Universidad de Long Island. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.