Cristian Farinola

El barco a vapor surcaba el Támesis, ese río histórico cuyas profundidades esconden secretos, demonios y tesoros. El agua y el barro de sus orillas se fueron convirtiendo a través de los siglos en el sitio por excelencia de los arqueólogos y buceadores de la historia.

Cuando la embarcación ancló en el frío, húmedo y neblinoso puerto londinense la mercadería se transportaba al popular Mercado de la Carne de Smithfield, espacio fundado en la edad media, localizado en el centro de Londres. Hoy es el único mercado abierto de la ciudad y declarado de interés histórico.

Finalizaba la época Victoriana, período del auge de los transatlánticos y donde la naviera británica White Star Line era una de las dueñas de los océanos con el transporte de pasajeros y carga comercial hacia todo el mundo. La empresa se hizo aún más famosa con el desgraciado hundimiento de Titanic, su buque insignia. Pero esa es otra historia.

En 1905 llegaba a Londres el primer cargamento de carne desde Zárate, un pueblo en la provincia de Buenos Aires donde Smithfield Ltd. tenía una de sus sucursales en el extranjero. Aquel lugar rural en las pampas argentinas reunía los elementos y condiciones que los visionaros empresarios buscaban: ganado vacuno, buenos pastizales, agua y el río Paraná de las Palmas que ofrecía un calado aceptable para la navegación y el transporte de la carne bovina y otras mercancías gauchas con destino Londres.

En 1902 había comenzado la construcción de la monumental obra en un predio de 10 mil hectáreas rodeado de una inmensa y virgen llanura pampeana. El frigorífico Smithfield contaba con su propio muelle, un imponente edificio central con talleres aledaños y un complejo habitacional para el personal inglés que se dedicaba a las labores administrativas, técnicas y espacios exclusivos para los directivos de alto rango de la empresa inglesa que fue abanderada de la carne de res y los embutidos durante siglos.

En sus días libres solían realizar parrilladas que incluían juegos y música. Marky, uno de los hijos de los directivos que visitaba el enigmático lugar, llegó desde Londres con una batería. Aquel sonido potente y universal del bombo llamó la atención de Tito, cautivando para siempre sus atentos y sensibles oídos. El joven zarateño de 17 años trabajaba en el frigorífico para ayudar a su mamá que recientemente había enviudado. Con el primer sueldo logró comprarse su primer batería y así se sumó a tocar con sus amigos del barrio, los hermanos Homero y Virgilio Expósito, músicos que más adelante también conseguirían el reconocimiento por sus obras musicales. En una noche de su juventud, Tito llegó a conocer a Carlos Gardel, que se presentó en el Teatro Coliseo de Zárate. Fue inolvidable. Tito ya sabía que lo suyo era la música.

Gracias al frigorífico y otras industrias que llegaban a Zárate, el pueblo fue creciendo hasta convertirse en una ciudad pujante. Eran los años´40, época de la movida del Jazz, el Swing, pero también de la música Country y el Pop que comenzaba a tomar fuerza. Tito aprendió a dominar el bombo, los platillos y palillos con maestría. Mientras se formaba en un conservatorio, tocaba con bandas locales generando sus primeros ingresos monetarios con la música. Dejó definitivamente el frigorífico para dedicarse de pleno a la música, pasión que transformó en éxito.

 
 Frigorífico Smithfield, Zárate, Buenos Aires, Argentina. 1905

Incursionó en varios estilos, pero el jazz y el mambo fueron su ADN. Su talento parecía no tener fronteras musicales. En 1947 compuso para el mundo esa canción infantil que lo marcaría para siempre, “El Elefante Trompita”, un hit musical de gran repercusión no solo para las familias argentinas, sino que para todo Latinoamérica y parte del mundo. El lullaby fue traducido a varios idiomas.

Entre sus 100 canciones y 50 discos, nació uno de sus hijos, que heredó de Tito el amor por la música y en especial por la percusión. Fue Charly Alberti, que llevó el timbre más elevado de la percusión como baterista de Soda Stereo, la agrupación más arrolladora y popular de habla hispana que lideró el movimiento rock desde los años 80 hasta convertirse en leyenda.

El Frigorífico Smithfield no solo revolucionó Zárate y la llenó de gloria, crecimiento y oportunidades para la comunidad. No sólo produjo, exportó y alimentó con la mejor carne argentina a una buena parte de los londinenses, sino que también fue el lugar donde Tito Alberti logró adquirir su primer batería y llevar alegría a millones. Se abrazó a ella hasta el infinito para trasmitir emociones y marcar el ritmo a través de esa vibración cósmica que posee el sonido de un tambor y sus platillos.

Esa energía que sólo pueden trasmitir los artistas. Porque la música es arte y el arte es una forma de ser inmortal, como esa canción de cuna que tararearon todos de niños y adultos: “Portate bien Trompita”; “Behave Elephant Trompita”


Mercado de la Carne de Smithfield, Londres. 2024

Tito es el ritmo de un alma musical inquieta. A los 80 años Juan Alberto Ficicchia, alias Tito Alberti, regresó a Zárate para vivir sus últimos años y volver sentir el latido de su ciudad, recorrer sus calles y memorias de juventud, respirar el aire de sus bares y plazas. Miró de lejos, por última vez, un abandonado, gris y melancólico Frigorífico Smithfield, ese lugar que fue una parte de su historia y donde en la actualidad, en aquellos talleres donde se faenaba carne bovina para exportar al mundo, se ha convertido en un moderno complejo inmobiliario conocido como “Zárate Chico”, que incluye un estadio para actividades deportivas y espectáculos musicales, teatro, bares y hasta la posibilidad concreta de inaugurar el “Museo Smithfield”. Tito, desde el cielo, ya lo agendó. Su espíritu no puede faltar.