Víctor Corcoba Herrero
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“La seguridad en uno mismo, concertada con la de los demás, es el primer paso resolutivo hacia los intereses comunes”

Urge liberar nuestra existencia de tantos abecedarios tóxicos que lo único que hacen es distanciarnos unos de otros, acrecentando los sufrimientos y las dolencias del alma. Para empezar, es un criterio de humanidad, confiar más en nosotros mismos, pues en medio de estos perecederos tormentos terrenales, que proliferan por todo el planeta aterrorizándonos, hay un camino de maduración que nos da aliento y nos fortalece para mirar hacia adelante, con otro espíritu menos nostálgico y más creativo, en cuanto a que debemos introducir otra seguridad, como es la confianza mutua en el ser humano como tal. Desde luego, este mundo cambiante con sus desafíos globales, no puede persistir en el desengaño. Hemos de forjar un esfuerzo conjunto entre todos los moradores. Es el único modo de resolver los muchos retos a los que nos enfrentamos. La seguridad en uno mismo, concertada con la de los demás, es el primer paso resolutivo hacia los intereses comunes. Esta visión nos compromete a ser más auténticos, a trabajar con otra lucidez más nívea, a encarnar otras aspiraciones de encuentro reconciliado con nuestro análogo, a vivir y a desvivirnos por la grandeza de esta vida, con la que hemos de hermanarnos y saber convivir.
La confianza, por tanto, es esencial, al menos para que la espada del dolor no siga atravesando a ningún ser humano viviente. Nunca es demasiado tarde para practicar el corazón, extender la mano y verter una sonrisa a nuestro alrededor. Ojalá este lenguaje nos active armónicamente. Por sí mismo nadie es nada, nadie vive solo, continuamente nos entretejen otras existencias, que nos vinculan y han de revertirnos en ascender como familia humana, dispuesta a generar un mundo más compasivo y menos cruel; con hambre cero, educación de calidad sin exclusiones, inclusión entre personas y actuación unida en la lucha climática. Quizás tengamos que rescatar otros modos y maneras de vivir. A propósito, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la FAO, acaba de certificar una vez más, la apuesta por la dieta Mediterránea que promueve la producción local de alimentos, fomenta la agricultura sostenible, protege la naturaleza y tiene una huella ambiental baja. Por desgracia, los hábitos alimenticios modernos de comidas rápidas, aparte de generar consecuencias preocupantes para la salud y la vida de las gentes, conllevan una fuerte carga de desnaturalización del alimento, en el que lo único que importa no es el valor nutricional, sino la mayor cantidad de ventas posibles. Sea como fuere, no podemos continuar anestesiados, y por ende insensibles, demandamos que la semilla de la solidaridad verdadera germine con fuerza.
Ciertamente, vivimos unos momentos de gran dificultad para todos, no es fácil la vida para ninguno de nosotros, lo que a mi juicio nos exige otro tesón más humanístico, de mayor coraje en uno mismo, de perseverar en esa confianza que se requiere como virtud, quizás hoy más que nunca, puesto que, sin su entereza, no puede germinar un espíritu demócrata, por ejemplo. La ventaja de la democracia sobre las demás formas de gobierno, precisamente, radica en esa sabiduría colectiva empeñada en que todos participen y se escuchen, porque se basa en la consideración de todo ciudadano como ser racional. Por eso, ese gran mal que es la corrupción (política, económica…), nos afecta a todos. Su inmoralidad nos empobrece y elimina de raíz la fidelidad en el sistema. De ahí la importancia de acciones transparentes, de entender, valorar y practicar la compasión a la luz de la evidencia, sobre todo si pensamos en construir un desarrollo humano de alcance universal, en diálogo entre saberes diversos compartidos, confianza mutua que genere tranquilidad y operatividad entre entusiasmos diversos. El planeta no avanza solo en base a unas relaciones de derechos y obligaciones sino, antes y más aún, con diplomacias de gratuidad, de clemencia y de correspondencia. Por consiguiente, nada puede concebirse sin ese vínculo de entendimiento cabal, familiaridad con el semejante y franqueza. Sin duda, no existe un signo más patente de debilidad de la especie pensante, llegando incluso a poner en duda la continuidad del linaje, que desconfiar instintivamente de todo y de todos.