por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

“La experiencia no es lo que te pasa en la vida sino lo que haces con lo que te pasa en la vida”

Aldous Huxley (1894–1963)
Escritor, humanista y filósofo inglés.

No es el virus chino, no. Esto es mucho peor… Los seres humanos, precisamente por nuestras características gregarias, tendemos a ser observadores de lo que hacen los demás en nuestro entorno y a menudo repetirlo. El efecto de los demás en uno es inmensurable, desde el modo de hablar (hablamos en el idioma y con las características de entonación y modismos propios de nuestras familias y culturas), hasta el modo de vestirnos y las creencias, intereses y valores que consideramos importantes en un dado tiempo y lugar. De allí tanto refranes que se refieren al fenómeno de la influencia del entorno en el que vivimos, como el famoso “dime con quién andas y te diré quién eres”, o “el fruto no cae demasiado lejos del árbol”. Aunque a veces sí…

Los conflictos más típicos en el periodo adolescente se refieren a que el joven, buscando asociarse e identificarse con su grupo de pertenencia, suele incurrir en conductas, estilos y modos de ser cuyos padres no aprueban, no comprenden, o les parecen inadecuados para su vástago. Mucho más importante que la música que escuchan, la ropa que usan o el modo de peinarse, son aquellas variables conductuales que pueden poner a nuestros hijos en riesgos médicos, emocionales, morales y hasta legales. La popularización del uso de drogas en nuestras comunidades, que desde hace años tiene proporciones pantagruélicas y consecuencias atroces, ha llevado a que, tanto en zonas rurales como urbanas, en países pobres como en ricos, y en culturas más conservadoras o más liberales, la influencia de las drogas continúa siendo uno de los azotes más graves que enfrenta el siglo XXI. Como muchos jóvenes tienden a imitar a sus pares, el riesgo del consumo de sustancias, incluida la marihuana, la cocaína y los temibles opioides, así como también el uso excesivo del alcohol, están en relación directamente proporcional al uso que hacen sus amigos de estas sustancias.

Las estadísticas son inequívocas: el riesgo del consumo de sustancias ilícitas, el exceso de alcohol, el tabaquismo, los accidentes vehiculares por exceso de velocidad y el ejercicio irrestricto de la sexualidad se multiplican por cuatro cuando la mayoría de los amigos y conocidos de nuestros hijos e hijas incurren en ellos. Flaco favor le hace a este delicado tema la popularización del consumo de sustancias alucinógenas, psicodélicas, excitantes o dopantes, por ejemplo, cuando el cómico de turno, el musico o la presentadora de televisión sugieren abiertamente que consumir drogas “está OK”, que “todo el mundo lo hace” salvo esos padres retrógrados y anticuados que cuestionan su uso, utilizando la comicidad, la simpatía y la ironía para trivializar el tema y decirle a los jóvenes que no hay riesgos significativos de salud en su consumo, y que su prohibición es demodé, innecesaria y absurda.

Tampoco ayuda el hecho que tantas municipalidades y gobernaciones en este país y en el resto del mundo ceden a la tentación y permiten el consumo legal de drogas como una manera rápida de cerrar los agujeros financieros y baches presupuestarios, o, peor aún, hacen la vista gorda a su mortal comercio para enriquecerse, no importa que la salud física y mental de la población padezca enormes riesgos y que las víctimas directas e indirectas del narcotráfico se cuentes por centenas de miles sino por millones.

En los Estados Unidos, los accidentes de tránsito y los robos en regiones donde la marihuana se ha legalizado en el último lustro, revela lo que todo profesional médico y de salud mental sabe desde hace décadas: el consumo de marihuana y, más aún, de drogas de mayor efecto sedante, hipnótico o psicodélico, alteran la conciencia y demoran las reacciones normales del cerebro, produciendo accidentes y fallos de toda índole, algunos de consecuencias mortales, no sólo para quien ha decidido usarlas sino también a sus inocentes víctimas de ocasión. Es 100.000 veces más posible morir a raíz de un accidente vehicular (en la mitad de los cuales el alcohol o las drogas estás involucradas) que en un acto terrorista foráneo o doméstico… Además, su consumo irrestricto lleva a delinquir a aquellos que, estando ahora dependientes de la marihuana, la cocaína, las pastillas o los narcóticos, necesitan de dinero para comprarlos, aumentando así diametralmente la cantidad de robos en sus propios hogares y en la población en general.

La angustia, el temor, la depresión, la soledad, el fracaso, la incertidumbre, el miedo, parece que todo se resuelve tomando un trago de whisky, vodka o alguna clase de licor según lo muestran las películas y las series de televisión donde parece tan ridículo que una persona sangrando al borde de la muerte escucha de la otra: “todo estará bien”, o quien le dice a su amigo deprimido: “tómate un trago” ¡cuando el alcohol es un depresógeno (es decir, que genera depresión) y no un antidepresivo!

Una pregunta a la cual aún estamos buscando respuesta como sociedad es determinar dónde termina la protección de la salud mental de la población y dónde empieza el autoritarismo y las restricciones a la libertad de acción y de expresión, mismas que incluyen a los antedichos abusos. Aunque en las últimas décadas ha habido exitosas regulaciones para disminuir y prohibir las publicidades de alcohol y tabaco en sitios públicos e interétnicos, reducido significativamente su uso, aún queda mucho por hacer en materia de drogadicción. Ésta es igual o más peligrosa que el abuso de alcohol y aunque no se las publicita abiertamente reciben una continua publicidad subterránea toda vez que el artista de turno, la cantante, el comediante, el deportista, o algún otro pánfilo al que le importa un bledo la salud y la seguridad de sus hijos, guiña su ojo consintiendo esto que se ha transformado en el enemigo público número uno de la salud física y mental mundial y que destruye todo lo que toca a su paso cual furibundo King Kong. Si no, pregúntele al pueblo de Colombia o de México, al de Afganistán o de Jamaica, o dese una vuelta por los barrios donde el submundo de la droga comparte territorio con los balazos y las ratas.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de postgrado. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.