por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Magos. Enero 6, Año 0:

“Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que, llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre, María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.” Mateo 2:6

MAGA. Enero 6, Año 2021:

Y he aquí que los mensajes que habían oído tantas veces de la Bestia llevaron a la turba hasta Washington. Y portaban palos y lanzas y alzaban banderas con serpientes, calaveras y el nombre de la Bestia pintado en grandes letras. Y al entrar en la Casa del Pueblo, aullaron como lobos, saquearon el recinto y rompieron muchas cosas; golpearon a los guardias, mataron a uno de ellos, y arrojaron con violencia sus presentes: odio, ignorancia y racismo.

Solamente un niño cree en el acto mágico en el cual un siempre sospechoso mago saca de repente un níveo conejito de su negra galera, recibiendo el aplauso y el ¡ahhhh! de sus inocentes espectadores. Quienes somos adultos, y por ende más cínicos y desconfiados que estos pequeños, sabemos que, no importa lo que argumente el mago, el conejo estuvo siempre allí, solo que no le prestábamos atención. El odio racial y de clase, la ignorancia política, la inclinación a resolver disputas haciendo uso de la intimidación y la violencia, el fanatismo pseudoreligioso, la desinformación y la manipulación mediática, todas, todas tienen huellas profundas marcadas en nuestra historia nacional desde la fundación misma de los Estados Unidos de Norteamérica. Claro que junto a estas deplorables máculas en el ser nacional, también hay un esfuerzo constante en preservar y fortalecer las instituciones democráticas, la imprescindible separación de poderes, la búsqueda de consensos y la aplicación honrada de la ley y la justicia, el interés por el prójimo y el respeto por las diferencias individuales y comunitarias que, entre otros grandes valores, hacen de los Estados Unidos un experimento único que trasciende fronteras y tiempos, uno capaz de inspirar a otras naciones y hacer de la democracia el mejor sistema de convivencia social y administración política que conocemos hasta ahora.

Una nación que no identifica sus errores y resuelve sus crisis a tiempo es como el individuo que ignora los síntomas de su patología y esparce su enfermedad, para mal propio y ajeno. ¡¿Cómo ha de sorprendernos el uso de la intimidación y de la fuerza por esos energúmenos que asaltaron el Capitolio y amenazaron con linchar al ex vicepresidente Pence, a la líder demócrata Nancy Pelosi, y a otros congresistas (particularmente mujeres y minorías), si media población norteamericana aún adora a racistas como el prepotente de Teodoro Roosevelt y su política de “zanahorias y garrotes” con la cual brutalizó varias naciones con la temeridad de un bribón callejero?! ¡¿Qué podemos esperar de una nación que alaba a sus negreros, a sus explotadores, a los dueños de infames plantaciones y a los generales que complotaron para destruirla y cuyos ominosos nombres todavía bautizan universidades y escuelas, bases militares y avenidas, y cuyas caras, desde Washington hasta Jackson, ilustran nuestros billetes?!

¡¿Cómo ha de asombrarnos lo que vivimos en este tortuoso cambio de administración si a trompada limpia le robamos 1/3 del territorio a los mexicanos, 2/3 del territorio a los nativos americanos e incontables islas y tierras tomadas por asalto desde Puerto Rico hasta Cuba y desde Hawái hasta Panamá?! Y aunque no sea legado exclusivo del pueblo norteamericano, esa mezcla tóxica de fanatismo religioso y agenda política nos ha hecho aliar a la escoria más repugnante que ha visto el planeta en los últimos 30 años: los dictadores y “hombres fuertes” de Arabia Saudita, Pakistán, Egipto y la extrema derecha israelí que gobiernan a propios y sometidos con total desparpajo y menosprecio por todos y cada uno de los organismos internaciones que intentan hacer del planeta un lugar más digno.

Si prefiere una imagen distinta a la del mago, usemos el famoso triángulo del fuego. Para que ocurra un incendio tiene que haber tres elementos: el combustible, el comburente y el oxígeno. Elija usted en nuestra penosa realidad actual quién es quién, si la presencia desmedida de armas en los hogares americanos (yo diría el combustible), un racismo que todavía tiene raíces tan profundas que siguen alimentando el odio en millones de ignorantes (el oxígeno), y la frustración de aquellos que quieren estar más alto en el gallinero pero no lo logran por falta de capacidad propia, pero le echan la culpa a sus vecinos de más arriba en los postes de la granja (el comburente)… ¡¿Cómo nos va a sorprender el estado actual de cosas si los medios informativos se han transformado en herramientas de propaganda y desinformación, si las ganancias de la industria de vídeos violentos es tres y cuatro veces más redituable que la de la cinematografía artística, si el presupuesto militar es más grande que el de los 15 o 16 países combinados que le siguen a los Estados Unidos, y los de salud y educación resultan tan ínfimos comparados con aquél que parecen enanitos de jardín en una mansión siniestra?!

Disculpe si le contaron una historia distinta, llena de héroes y nobles sacrificios, pero llegamos tardísimo a “salvar al mundo” en la Segunda Guerra Mundial y solucionamos la crisis arrojando las infames bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki, llevándonos el premio mayor a la inmoralidad, mismo que se lo arrancamos de las manos a los nazis y a esos ingleses que esquilmaron medio mundo por tres largos siglos. Resolvimos la lucha contra el terrorismo, fenómeno del cual somos parcialmente responsables debido a una biliosa política exterior, habilitando “sitios negros” de tortura en todos los continentes. La Operación Cóndor, los subterráneos golpes de estado contra democracias elegidas libremente por sus pueblos –Chile, Guatemala, Irán, Congo–, los linchamientos de morenos que no llegaban ni siquiera a ser noticia en los periódicos… tantas cosas tenemos de las que arrepentirnos y pedir disculpas como nación, precisamente para llegar a ser una sociedad mejor, que la lista es penosamente larga. Si le parece exagerado mi punto de vista, recuerde que hasta hace poco el Ku Klux Klan era tan aceptable como el Rotary Club y los linchamientos tan populares como jugar pelota. Por eso no podemos decir que nuestro país es “un faro de democracia” o “un faro de libertad”, aunque está muy bien desear y luchar para que así sea y hacer todo lo posible para transformar a nuestros Estados Unidos de Norteamérica en una democracia verdadera y en un ejemplo para el planeta. Me despido, esperando que solo cosas buenas, justas y sanas salgan de la galera del caricaturesco Tío Sam, o mejor, de nuestro simpático Uncle Joe. ¡Y no olvidemos jamás lo frágil que sigue siendo nuestra democracia!

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de postgrado. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.