Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
Mi admirado amigo y colega en el campo de la salud mental, Manuel Orlando García, escribía hace algunas semanas: “Está en boga concentrarse solamente en el presente. Nociones de budismo y postmodernismo se asocian para enterrar tanto las energías del pasado como aquellas puestas en el futuro. La vida se construye ahora, dicen, o se vive intensamente el presente o se pierde…” Sin embargo, “estrictamente hablando, el presente es un corte abstracto, un instante intangible entre un proyecto inmediato situado en el futuro (intención) y una memoria inmediata situada en el pasado (conciencia de lo sucedido). Neurológicamente, la autobservación del “presente” es un hecho pasado (la conducción nerviosa no es instantánea) y lo que predispone a actuar es una anticipación al presente, por lo tanto, es físicamente imposible vivir en el presente”
Las profundas reflexiones de mi colega me ayudaron a repensar el tema del tiempo y su percepción, y en particular, si un estrato temporal tiene o debe tener más relevancia que el otro. Nuestros diálogos y decires cotidianos están preñados de referencias acerca del tiempo y de su importancia fenomenológica, desde el popular y melancólico “todo tiempo pasado fue mejor” hasta el más osado “hay que vivir el presente” y el esperanzador “lo que no logres hoy lo lograras mañana”. También las distintas corrientes psicológicas agregan al debate de esta singular y compleja dimensión. Por ejemplo, el psicoanálisis enfatiza el estudio de la influencia de nuestro pasado infantil en la conducta actual (la respuesta al malestar actual está hacia atrás) mientras que la terapia gestáltica insiste en el análisis más inmediatista del “aquí y ahora” (la respuesta al malestar actual está delante de tus ojos), y el análisis transpersonal de Abraham Maslow pone su mira más allá del ego y del hoy para conectarlo con un universo psíquico y espiritual atemporal. El existencialismo trata de responder, por su parte, a cuestiones fundamentales de la vida humana utilizando inteligentemente todo el continuum temporal a partir de tres grandes planteos: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?
Está claro que el presente no existe aisladamente y en un vacío existencial: Somos porque fuimos y seremos en función de los que somos. El tiempo y su influencia se comprende mejor, creo yo, como un fluir que nos va transportando (presente) hacia noveles experiencias existenciales (futuro) que solo pueden interpretarse a partir del lenguaje, de los símbolos y las referencias culturales que ya hemos internalizado (pasado). Cuando decimos “el Coliseo romano es monumental” es porque, al contemplarlo, lo estamos inmediatamente comparando con un archivo que guarda en nuestra memoria los cientos o miles de otros edificios menos imponentes que aquel. Cuando decimos que “vamos a realizar esfuerzos” para mejorar una situación dada, estamos en el presente predeterminando conductas o acciones futuras porque deseamos superar algo en nuestro pasado. O como bien sugiere García: “Es imposible captar en el presente la profundidad de una amistad sin recordar su historia como es imposible gozar plenamente una relación de amor ignorando su construcción o conmoverse con una ópera sin haber estado expuesto nunca a la música. Todos hechos del pasado”
Algunos budistas en Asia grafican la relatividad del tiempo con belleza y simplicidad de esta manera: Las familias se sientan a la orilla del río y ven pasar delante de ellas docenas de arreglos florales o de papel –iluminados cada uno con una pequeña vela– que han puesto previamente otros miembros de la comunidad aguas arriba y que el río va llevando lentamente hasta que se pierden de vista. El mensaje es palmario y trascendente: Todo lo que vemos hoy (presente) viene de alguna parte
(pasado) y va hacia alguna parte (futuro), reforzando el concepto de Impermanencia y finitud de todo lo existente, pero también el de conceptualizar al tiempo como un continuum en el que la distinción “pasado-presente-futuro” es casi absurda y distorsiona una realidad en eterno fluir.
El pasado sirve como guía de interpretación del presente y como referencia imprescindible de normalidad. Nuestra personalidad funciona “hoy” sobre poderosas influencias bio-psico-genéticas del pasado que incluyen a nuestros padres, nuestra educación formal e informal, y el medio ambiente en el cual nos hemos desarrollado. Y aunque siempre hay espacios para nuevos aprendizajes, el pasado define en gran medida qué podemos ver y qué no de la realidad “actual” ya que ello depende de nuestra inteligencia, atención, valores, preferencias y condicionamientos culturales. Muchas veces encontramos nuestro “futuro” en el pasado de nuestros padres (identificaciones, proyecciones, introyecciones, compensaciones y otros mecanismos intrapsíquicos) y las experiencias que nos ayudan a transitar el presente son obviamente pretéritas. Hasta debemos considerar los dos millones de años paleo-humanos que acarreamos diaria e inadvertidamente en un sinnúmero de elecciones y posibilidades de realización. Mas por encima de estas interesantes disquisiciones acerca del tiempo y nuestra observación de él, lo axiológicamente fundamental es nuestra conducta, nuestras acciones concretas del diario vivir, ya que solo la acción materializa sueños del pasado, construye el presente y crea las condiciones para un futuro mejor.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y educador público. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.