por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo. Éxodo 20-17.
Pocos eventos singulares en la historia universal han sido tan transformadores como la violación de las mujeres sabinas por parte del romano Rómulo y sus secuaces –mismo que diera lugar, aunque trágicamente, al florecimiento de un pantanal llamado Roma–, el secuestro de la reina espartana Helena por parte del príncipe troyano Paris –por lo que “se armó Troya”–, y la violación de la princesa norafricana Florinda, que paso a relatar.
El año es el 711 de la era cristiana. El lugar es Ceuta y la orilla europea de enfrente, Gibraltar, aun no llamada de ese modo. El hombre es el conde Julián, un todavía oscuro personaje del siglo VIII, señor de Septem (el nombre latín de Ceuta), quien, según cuentan historias hispanas y musulmanas posteriores, había jurado fidelidad al rey Witiza, visigodo gobernante de la mayoría de la península ibérica. La mujer es Florinda, la hija del conde, según cuentan las fuentes de la época, una bellísima mujer. Su padre la envía a que termine de educarse en la principal ciudad ibérica, Toledo, sede del trono visigodo, cuyo reino habían consolidado a través de centurias aquellas tribus germánicas que fueron desplazándose hacia el oeste y ocupando todo el territorio de lo que hoy en día es España y Portugal, dejando apenas una estrecha franja costera en la que aun gobernaban las autoridades bizantinas, con capital en Málaga y la provincia de Hispania. Estas costas mediterráneas ya habían sido frecuentemente castigadas por avances musulmanes bajo el reino de los Omeyas, particularmente a partir del año 705. Musa era el gobernador omeya del norte de África y el general Tarik ibn Ziyad era un portentoso guerrero en la región norafricana comúnmente denominada el Magreb, y por quien surgirá, luego de la conquista mora, el nombre de “Gibraltar” –la montaña de Tarik– el peñón donde España cae hacia el mar, que el guerrero avizora desde su nave al cruzar el estrecho.
La muerte del rey Witiza en el año 710 produjo un duro enfrentamiento entre los que apoyaban al heredero que el propio rey toledano había elegido para sucederlo, y la aristocracia visogoda que, reunida en asamblea electoral, decidió proclamar a otro monarca, don Rodrigo, duque de la Bética, quien no está unido por lazos de sangre al finado rey. Los datos son confusos y hasta contradictorios, pero parece que el conde Julián había enviado a Florinda a la corte de Toledo antes de la muerte de Witiza para su educación y para aumentar sus oportunidades matrimoniales. Fue allí donde Rodrigo, cuenta la leyenda, la observa mientras se baña desnuda en el rio junto a otras doncellas, y queda obsesionado con ella. Algunos dicen que la viola, otros dicen que Florinda acepta la oferta carnal de Rodrigo, de quien se decía también era muy apuesto. A partir de allí, Florinda va a ser llamada en la cultura popular, “la Cava”, un apodo derivado de una palabra árabe que se refiere a una prostituta o a quien ejerce alguna suerte de comercio sexual. Como casi siempre, la carga de la culpa recae sobre la mujer porque la leyenda no comienza a llamar a Rodrigo “el violador”…
Un enfurecido Julián, para tomar venganza contra el rey Rodrigo, y quizás porque él también era de origen bereber y no puramente visigodo ni germánico, hace alianza con el gobernante Musa y con el general Tarik y les pide ayuda para combatir al cristiano rey. A medida que los moros van entrando en la península a través del estrecho entre Ceuta y el peñón, Rodrigo intenta regresar rápidamente al sur para frenar la invasión musulmana, pues tiene comprometida la mayoría de sus tropas en otra lucha intestina, contra una rebelión vasca al norte de Hispania (el independentismo vasco es perpetuo). Así es que encuentran los moros muy poca resistencia en su avance y van tomando cuanta fortaleza, pueblo y ciudad se cruza en su camino. Los musulmanes conquistan la llamada Septimania, la última provincia visigoda en España. Sitian a Toledo y finalmente, en la batalla de Guadalete en el 711, cae el rey Rodrigo en lucha cuerpo a cuerpo, dando paso a más de 700 años de reinados califales hasta la caída del último bastión moro, Granada, cuando el amable Boabdil se entrega a Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en 1492.
Me he tomado la libertad de ilustrar este artículo con dos poemas, uno de mi autoría titulado “El último rey visigodo” y el otro un incomparable anónimo del siglo XVII que relata el momento en que Rodrigo queda embelesado por Florinda, si la leyenda es cierta, siendo culpable de la destrucción del último reino visigodo en España. Y no me refiero a que Florinda fuese culpable del hecho, sino al desenfreno que hizo que el novel rey la sedujera o la violentara, aumentando la lista de hombres desaforados: el Paris troyano, el Rómulo romano, y un popular mas siniestro rey hebreo, David, quien, por hacerse de la mujer ajena (Betsabé), manda a morir en batalla a uno de sus más valientes capitanes (Urías, el hitita), si hemos de creer el relato bíblico. No sé si el asno o el buey, pero codiciar la mujer ajena parece que no es muy buena idea.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y educador público. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de Manhattan Norte y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.
El último rey visigodo
Señor de Ceuta, Julián,
padre de una fiel doncella
que generó la querella
con aquel rey visigodo,
de amor y pasión beodo,
que sometió a su pesar.
Tomaba un baño Florinda
junto a gentiles doncellas,
pero ninguna tan bella
como la hija del conde,
mientras Rodrigo se esconde
y ambiciona a la más linda.
Y sin pensarlo dos veces
a la doncella somete
y en su estupro compromete
el porvenir de su trono,
pues su atropello es abono
que a Julián pronto enloquece.
En venganza, trenza unión
con el general Tarik,
que aguarda paciente allí
la circunstancia oportuna
y en un giro de fortuna
da comienzo a su invasión.
A Rodrigo, la pasión
por la voluptuosa Cava
no solo su reino acaba:
en la brutal Guadalete
un bereber arremete
y le da muerte en acción.
Ya vencido el enemigo,
siete siglos seguirán
de dominio musulmán
en la sometida España,
que en ríos de sangre baña
la afrenta del rey Rodrigo.
Juan Carlos Dumas
Romance de la Cava Florinda
De una torre de palacio
se salió por un postigo
la Cava con sus doncellas
con gran fiesta y regocijo.
Metiéronse en un jardín
cerca de un espeso ombrío
de jazmines y arrayanes,
de pámpanos y racimos.
Junto a una fuente que vierte
por seis caños de oro fino
cristal y perlas sonoras
entre espadañas y lirios,
reposaron las doncellas
buscando solaz y alivio
al fuego de mocedad
y a los ardores de estío.
Daban al agua sus brazos,
y tentada de su frío,
fue la Cava la primera
que desnudó sus vestidos.
En la sombreada alberca
su cuerpo brilla tan lindo
que al de todas las demás
como sol ha escurecido.
Pensó la Cava estar sola,
pero la ventura quiso
que entre unas espesas yedras
la miraba el rey Rodrigo.
Puso la ocasión el fuego
en el corazón altivo,
y amor, batiendo sus alas,
abrasóle de improviso.
De la pérdida de España
fue aquí funesto principio
una mujer sin ventura
y un hombre de amor rendido.
Florinda perdió su flor,
el rey padeció el castigo;
ella dice que hubo fuerza,
él que gusto consentido.
Si dicen quién de los dos
la mayor culpa ha tenido,
digan los hombres: la Cava
y las mujeres: Rodrigo.
Anónimo s. XVII