Cristian Farinola
Finalmente llegamos al planeta Rojo. Despegamos de la base espacial de La Matanza. Fue una de las últimas naves que partían rumbo a lo desconocido. Escapábamos de la radiación que asolaba al planeta tierra, inhabitable por los próximos 400 años. La nave era inmensa. Transportaba 100 mil pasajeros. Era como un crucero, pero 10 veces más grande y sin las amenidades de placer.
Aquella mañana fue el inicio de una nueva etapa, con sus ilusiones, misterio y esperanza. Era la oportunidad de seguir con vida y descubrir otra nueva. Diferente. Pero también con incertidumbre y miedo. No sabíamos cómo nos íbamos adaptar a aquella forma de vida en un planeta con temperaturas de -100 grados centígrados. Llevábamos puesto un equipo incómodo en el cuerpo. Hicimos el curso “Modalidades, Equipos y Nuevas Costumbres en el Planeta Marte”. Era obligatorio. Servía para adaptarse al nuevo mundo. Abajo otra frase rezaba “Welcome to Red Planet”, como si estuviéramos llegando a New York. Era como volver a nacer y vivir de una manera totalmente diferente. Tuvimos que aprender a caminar, como cuando éramos bebés. Sabíamos que extrañaríamos aquella forma de vida terrícola, aunque hacía décadas en nuestro planeta ya no podíamos realizar muchas actividades al aire libre. Encerrados todos los días para protegernos de la radiación. Vivíamos de los recuerdos. En el living con las ventanas selladas para que no penetre la incansable radiación mirábamos películas o las finales de los mundiales de fútbol. Pura Nostalgia.
El ser humano ya podía vivir 200 años y algunos más también. ¿Para qué? Luego del colapso de todas las centrales nucleares de Francia y EE.UU. producida por la destructiva cuarta guerra mundial, todo se convirtió en una pesadilla radioactiva. Nadie quería extender su vida para vivir de esa manera. El viaje nos llevó una semana. Pensé que fue la misma cantidad de días que le llevó a mis abuelos cuando arribaron a la Argentina en barco desde Italia. Ellos descubrían un nuevo continente, un nuevo suelo y se adaptaron. Nosotros viajábamos a un nuevo planeta. Teníamos que hacer lo mismo, aunque con muchas más adversidades. Ellos también, a su modo, las enfrentaron.
¿Habrá fútbol en el planeta Marte? Imposible que pueda rodar la pelota, pero seguramente algo íbamos a inventar. El ser humano tiene esa capacidad creativa tanto para crear nuevos universos como para destruirlos. Ya lo habíamos hecho con la tierra. Somos los seres más destructivos de la galaxia. ¿Será por eso que nadie se quiere comunicar con nosotros? ¿Nos evitan por ser de matriz involutiva?
Llegamos. Sonreímos. Respiramos. Y nos sorprendimos. En Marte ya había fútbol o algo que se parecía. Y todos nos preguntamos. ¿Después de Marte qué? Urano.