Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

La fragmentación de la comunicación humana es uno de los pecados más grandes de Dios. ¿Cómo? ¿No sabía que Dios también está lleno de pecados? ¿No leyó su caprichosa y brutal inundación del planeta en el Génesis? ¿No recuerda que fue Jehová quien lo ordenó a Moisés y a su villano compañero, el sacerdote Eleazar, matar a todos los niños del enemigo porque eran “semillas de maldad” y hacer de sus madres prostitutas al servicio de las tropas de su “elegido pueblo” hebreo? ¿No leyó que Noé, viejo demente y borracho, entregó a su hijo menor como esclavo de su propio hermano cuando tuvo la mala idea de tapar su repugnante desnudez luego de “dormir la mona”? Y también castigó el deseo humano de superación, la construcción de la famosa torre de Babel, haciendo que las personas ya no pudieran entenderse en una misma lengua como antes de su punitiva debacle.

Y desde allí, si hemos de creer literal o simbólicamente los cuentos bíblicos, el lenguaje de la especie humana se ha atomizado tanto que aún en un mismo país, digamos por ejemplo España, Italia, Bélgica o Guatemala, la comunicación se ve entorpecida y hasta anulada por este castigo divino. A pesar de que 560 millones de personas compartimos el idioma español (según el Instituto Cervantes) los regionalismos y usanzas de cada pueblo tiene un efecto tragicómico. Ejemplos: Para los argentinos, una mina no es un lugar de donde se extraen minerales sino una mujer, pero los gauchos la llaman china, misma palabra que usan los puertorriqueños para denominar una naranja. Y aunque hay chinas jugosas y minas oscuras, no es lo mismo.

Los colombianos, siempre pícaros, se protegen del sol con lo que son para los argentinos los genitales femeninos, cachucha, y los bichos que matamos para que no dañen los cultivos en Sudamérica, son en Puerto Rico los penes que, apreciados o no, no merecen una muerte tan trágica como la del insecto. El picaresco caballo español, el curro, se convierte en un método engañoso de hacer dinero en el Río de la Plata, y las zorras, hermosos carnívoros cuadrúpedos con pelo que moran en los campos, se convierten en bípedas meretrices, por lo común lampiñas, eventualmente carnívoras mas no antropófagas.

La pérdida de la ñ en las traducciones del español al inglés también produce confusiones interesantes. El grosero coño caribeño, se convierte en una de las figuras más agradables de la geometría, pero los 365 días del inocuo año se transforman en el orificio rectal; a propósito, el pañal que ponemos a los niños pequeños, sin la ñ, se transforma en el hogar de las abejas, y se convierte en simio el moño que algunos hombres usan en lugar de corbata. Y volviendo a Noé, ya sabe, no le cantaba una nana a una mona para hacerla dormir, aunque no me sorprende que hubiera tenido esa y otras visiones provocadas por su alcoholism.

La saña tiene un efecto terapéutico cuando lo arrancamos el tope a la ñ, ¿verdad? La cosa se pone un poco peor cuando los italianos dicen chivo (civo) y burro, haciéndonos creer que son dos animales y no la comida y la manteca, aunque aquéllos sean comestibles. Todo esto que he explicado, no lo he exprimido, que no son limones, pero así suena en francés, por exprimé. Pero, ¡qué saben los franceses si para ellos nombre significa número!

Hablando de animales, no se le ocurra jamás confundir por mula a un sacerdote musulmán (mullah) o decir que su madre era tan buena que era una madraza, para ellos, la escuela donde se aprende el Corán. A veces pienso que, por eso, es mejor guardar silencio sobre todo si su interlocutora es su suegra, quien, aunque hable su misma lengua y dialecto, difícilmente entenderá sus puntos de vista y opiniones. ¡Ni siquiera Dios puede componer ese Babel!

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor de postgrado de la Universidad de Long Island. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.