Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Estimada Congresista Ocasio-Cortez:

Seré breve y sincero en expresarle mi profunda admiración no sólo por la manera en que aseguró su escaño en el Congreso de los Estados Unidos, sino además por la inteligencia y pasión con la que intenta llevar adelante políticas que apuntan al bien común, la salud ambiental, la justicia social y la redistribución de la riqueza que abunda en nuestra gran nación, aún huérfana de liderazgos como el suyo. Su agenda progresista que tanto inquieta a los que desde hace 50 años hacen todo lo posible para preservar el status quo, a veces de manera inconstitucional y posiblemente ilícita, es la que necesita nuestro país con una urgencia impostergable. Servicios de salud y oportunidades de trabajo asequibles para todos, respeto de las libertades civiles y derechos individuales, la protección de un medio ambiente que pide a gritos iniciativas y regulaciones que lo protejan de la acción de compañías a las que solo le interesan las ganancias trimestrales y que se autorregulan con la equidad del zorro en el gallinero, la descriminalización de delitos menores cuya penalización sólo le importa a las cárceles privadas que ganan $80.000 anuales por cabeza y hacen que los Estados Unidos tenga más presos que China e India juntas, no tengo dudas, están en su mira y aspiraciones legislativas.

En la filosofía budista y el ascetismo cristiano, cuyos principios bien podrían llamarse socialistas, aunque algún idiota se rasgue las vestiduras, existe el denominado Gran Camino y el Pequeño Camino, este último, respecto de logros más sencillos que todos podemos concretar sin necesidad de transitar las grandes avenidas de la entrega a la vida monástica o al ascetismo. Si me permite la comparación, su escaño congresional forma parte del Gran Camino en el sentido de la magnitud de las leyes que transforman a los Estados Unidos y a la ciudadanía de manera sustancial. En cambio, este humilde profesor universitario y profesional en salud mental, junto a tantos otros colegas, estamos luchando día a día para mejorar la salud mental de nuestra población un paciente y una familia a la vez.

Y es pensando en nuestras familias que me animo a presentarle por este medio tres inquietudes que ciertamente mejorarían la calidad de vida de la población a la que usted ha comenzado a servir con tanta eficacia y valentía. Dicho simplemente, la primera se trata de respetar a las mujeres en algo tan elemental pero relevante en el día a día como es el tener acceso a baños públicos en una proporción que debería ser de tres a uno en relación a los hombres, además de los baños familiares en los que nosotros, los hombres, también podemos atender a nuestros niños en espacios públicos en los que las largas filas que deben hacer las mujeres son otra muestra clara de discriminación, doble estándar y desidia hacia ellas.

La segunda inquietud que aquí le planteo, a pesar de no estar seguro de si éstas pertenecen a la esfera nacional además de las estatales y municipales, es evitar la maliciosa suba en los precios de combustible, transporte y hotelería precisamente cuando las familias de trabajadores de la clase media y de humilde presupuesto se disponen a tomar una vacación junto a sus hijos. Una vacación no debería ser un privilegio para unos pocos sino un espacio de diversión, aprendizaje y afianzamiento de la dinámica familiar. Todos en la izquierda, el centro y la derecha del espectro político se llenan la boca con halagos a la familia, resaltan su importancia como pilar fundacional de la sociedad, etc., etc., pero esta suba especulativa de precios hace de la vacación familiar un sueño imposible de realizar.

Mi tercer comentario desde mi humilde lugar se refiere a asistir, promover e incentivar los jardines y huertos comunales, verdaderas fuentes de socialización y cooperación barrial que, además, aseguran un mayor acceso a un aire mejor oxigenado y a vegetales orgánicos de menor costo, especialmente en zonas urbanas congestionadas.

Soy plenamente consciente de que hay un millar de iniciativas más urgentes y más importantes que éstas que me atrevo a mencionarle. Primera entre ellas, evitar que la avaricia crónica del industrialismo militar y los vendedores de armas, abonada por maniobras peligrosas, anacrónicas e inmorales de una Casa Blanca siempre dispuesta a distraer la opinión pública, nos lleven a otra guerra desastrosa como la de Irak, derramando en balde sangre de nuestras fuerzas armadas y perdiendo 2.5 trillones de dólares y cuyo principal propósito fue aumentar sus malhadadas riquezas.

Termino reiterándole mi sincera admiración por su persona pública y privada, ejemplo de superación y estímulo para una nueva generación de dirigentes que, no dudo, hará funcionar la res publica mejor que la nuestra. Y por favor, Alexandria, ¡no pare de bailar!

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor de postgrado de la Universidad de Long Island. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.