por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
“Si es que deseamos sobrevivir en esta increíble Odisea Humana que ya lleva más de 50.000 años en el planeta, tendremos que implementar mecanismos que nos aseguren que el Ulises que elijamos para conducirla goce de la habilidad e inteligencia suficientes para no destrozar la flota en los arrecifes de la intransigencia, la radicalización o la demencia.”
de mi ensayo: “Enigmas de la Odisea Humana”
Ese rostro marcial, esa mirada adusta que parece desafiar al futuro, esa vestimenta militar que parece decir: “Vamos a luchar y a ganar”, esos discursos políticos que se asemejan a arengas antes de la batalla… Benito Mussolini, Adolfo Hitler, Josef Stalin, Francisco Franco y tantos otros que ayudaron a hacer del siglo XX un caos, una debacle, una pérdida irreparable en vidas y tesoros. En el campo opuesto, figuras cuya fisonomía aparentemente no inspiraba gran cosa, mesurados en su hablar, introspectivos, despojados de esa marcialidad que ha anestesiado y mesmerizado a los pueblos de todo el mundo desde el tiempo de los faraones y de los césares: Mohandas K. Gandhi, Franklin Delano Roosevelt, Martin Luther King Junior, Nelson Mandela, líderes con gran fervor revolucionario y deseos de cambio, ni mesiánicos ni prepotentes, y exitosos constructores de la paz. Aunque a veces es necesaria la presencia de figuras militares para liberar una nación de sus tiranos, de sus reyes caprichosos, de quienes la asfixian hasta que emerge la revolución: José de San Martín, Simón Bolívar, George Washington, Napoleón Bonaparte… presencia necesaria, pero no suficiente.
En la vida cotidiana también nos encontramos con personalidades férreas, apodícticas, seguras de sí mismas, personalidades que parecen no dudar ni un minuto de sus opiniones ni de sus decisiones, seres autoritarios y dominantes que dejan poco espacio para el diálogo y el análisis sano de ideas, sabelotodos que no ceden ni un milímetro para aproximarse a lo que sus interlocutores –debería decir mejor su audiencia– puedan pensar y sentir. Y por supuesto allí están los otros, mucho más numerosos, pero menos estridentes, los que esgrimen su pensamiento con prudencia y moderación y para quienes el secreto de la convivencia está justamente en convivir, en tomar decisiones colegiadas y no unilaterales, en compartir más que en imponer, en buscar coincidencias más que en dictaminar.
Así las cosas, uno pensaría que los segundos tienen más nombradía y popularidad que los primeros, que el público prefiere al moderado más que al intempestivo. Desgraciadamente no es así. Nos traicionan dos millones de años, desde la Prehistoria: eones en los que el líder natural, el hombre decidido, el conductor, ejercía su voz de mando en aquellos primeros clanes humanos sumidos en la incertidumbre de una supervivencia difícil y atroz. Su férrea conducción era a menudo imprescindible para resolver los mil y un problemas que aquella vida precaria le presentaba al clan a cada paso… presencia necesaria, pero no suficiente. De allí surgió el primer jefe de la tribu, el chamán, el sacerdote, el juez, el referente, el páter. Las últimas centurias de nuestra historia, empero, requieren más que nunca otras capacidades mucho menos bélicas y más participativas, pero hay algo en nosotros, genes, predisposición, impregnación cultural que nos impele hacia líderes dominantes si no abiertamente dictatoriales que gritan en vez de hablar, ordenan en lugar de consensuar, ciegos a puntos de vista alternativos, sordos por el parloteo de sus propias argumentaciones, pero mudos… mudos jamás. Ya decía mi abuelita: “Desconfía de los que gritan porque generalmente no tiene razón”.
La psicología, la sociología, la antropología social y cultural siguen estudiando estos fenómenos tan fascinantes como peligrosos de la dominación que los líderes autoritarios ejercen sobre la masa humana, a veces llevándola a la debacle total cual lemings que se arrojan al vacío periódicamente desde los fiordos noruegos siguiendo el liderazgo suicida y homicida de sus alfa. Dicho otra manera, y como ocurre también en nuestras vidas personales, las herramientas que ayer nos ayudaron a sobrevivir y prosperar son las que hoy nos hunden y liquidan. Encontrar un sano equilibrio entre la acción y el planeamiento, entre el liderazgo y la cooperación, entre la prudencia y la decisión son imprescindibles para el éxito y seguridad de la especie humana tanto como para que cada uno lleve adelante su vida con menos tropiezos y más aciertos. Por eso, si alguna vez entra mi oficina profesional o en el sanctasanctórum de mi hogar, verá la imagen de un Buda meditativo, sereno y equilibrado, estímulo y recordatorio visual de que lo mejor de nosotros está en el Camino Medio, en una moderación que, lejos de timorata, es decisiva, mas sin atropellos. Recuerde también que el vocablo fervor viene de fiebre y que nuestro sistema biopsíquico no funciona muy bien que digamos cuando lo afectan las altas temperaturas.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de postgrado. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Queens.