Por Juan C. Dumas, PhD.*
No es una prerrogativa de la especie humana. Muchos otros animales también son sensibles a la difícil situación que pueden padecer y sentir los demás, es decir, ser empáticos. Para los lectores de destacados etólogos de los años 60 y 70 como Konrad Lorenz (el pionero en descifrar el lenguaje de los gansos y otras aves silvestres) y Vitus Dröescher (el autor de ‘Los animales también son humanos’), y de primatólogos modernos como Frans de Waal, este tema no es nuevo, pero cada vez más la comunidad científica está identificando las señales precursoras de la moralidad humana en muchas especies del Reino Animal. Los ritos de duelo y dolor por un niño o un compañero perdido son abundantes en muchas de ellas, desde elefantes africanos y cuervos americanos hasta gatos y perros domésticos. En nuestros primos más cercanos en el árbol de la vida, hay evidencia de macacus rhesus que se mueren de hambre para evitar entregar una descarga eléctrica dolorosa a un compañero si se ven obligados a tirar de una cadena que les proporcionará comida sí, pero a expensas de enviar también un daño colateral a un congénere. Hay testimonios in situ de chimpancés que se han ahogado tratando de rescatar a otros del agua y gorilas que han muerto en la batalla protegiendo a sus amigos y familiares del enemigo.
Muchos biólogos creen que estos comportamientos animales representan la esencia de un sistema moral que está biológicamente incrustado en ellos, de la misma manera que nuestros cerebros nos brindan las herramientas neurológicas necesarias para el desarrollo del lenguaje y la matemática. El Dr. de Waal, de la Universidad Emory, explicó hace unos años que el aseo mutuo en los chimpancés requiere y se basa en sentimientos de equidad y reciprocidad, y que sus esfuerzos para ayudar a un chimpancé más inexperto a bajar de un árbol y superar su miedo es un claro indicador de su capacidad de empatía, otro ladrillo de construcción de lo que llamamos “moralidad”. Estos dos comportamientos (empatía y reciprocidad), junto con la capacidad de aprender y respetar las reglas sociales y los intentos de mantener la paz dentro de una comunidad son, según estos científicos, la base de la sociabilidad. Analice lo que los estadounidenses hemos tenido que padecer en los últimos años para que se dé plena cuenta de la diferencia y de los enormes riesgos a los que nos conducen aquellos que, desde el poder, siembran terror y echan leña al fuego en vez de apagarlo.
La vida comunitaria requiere la capacidad de armonizar y reorientar diferentes intereses personales por el bien de la colonia –es decir, nosotros¬, la comunidad toda–, y esto es así porque las rivalidades internas no solo reduce las posibilidades de supervivencia y bienestar de los individuos envueltos en un duelo físico, sino que también pone en peligro el bienestar general, por ejemplo, reduciendo su movilidad si hay heridos en el grupo y poniéndolo en riesgo de ataque externo por parte de otros en su hábitat. El dicho ancestral bien lo expresa popularmente: “A río revuelto, ganancia de pescadores.” Esa es probablemente la razón por la que los chimpancés hembras intervienen para superar las rivalidades lo más rápido posible, sacar piedras de las manos de los machos luchadores e incluso consolar a los perdedores.
La definición de moralidad del Dr. de Waal es ésta: “Un sentido de lo correcto y lo incorrecto que nace de los sistemas grupales de gestión de conflictos basados en valores compartidos” –mismos que “restringen el comportamiento individual a través de un sistema de aprobación y desaprobación”. Claro que el problema se multiplica cuando es esa misma comunidad la que tolera, avala, aprueba, endosa y hasta vitorea desde su ignorancia o su conveniencia personal gestiones gubernamentales o privadas que solo apuntan a preservar el poder o seguir robando –dinero, votos, conciencias, tiempo, figuración– descaradamente, inmoralmente.
Siguiendo los pasos de Emmanuel Kant, muchos filósofos sostienen que la moralidad se deriva de la capacidad de razonar y, como lo expresó el filósofo moral de Princeton, Peter Singer: “La razón es como una escalera mecánica: una vez que la pisamos, no podemos bajarnos hasta que hayamos ido adonde nos lleva”. Pero biólogos como el Dr. de Waal –escribía el prestigioso Nicholas Wade en uno de sus artículos del New York Times– “creen que la razón generalmente se aplica solo después de que se ha alcanzado una decisión moral. La moralidad evolucionó en un momento en que las personas vivían en pequeñas sociedades agrestes de cacería y recolección, y a menudo tenían que tomar decisiones instantáneas de vida o muerte, sin tiempo para la evaluación consciente de las elecciones morales. Por mucho que celebremos la racionalidad, las emociones son nuestra brújula, probablemente porque han sido moldeadas por la evolución” –sostuvo el prestigioso articulista.
“La moralidad está tan firmemente arraigada en la neurobiología como cualquier otra cosa que hagamos o seamos” -escribió el Dr. de Waal en su revelador libro de 1996, “Good Natured.” El viejo concepto de que la selección natural significaba exclusivamente la supervivencia del más apto en un mundo cruel e implacable es seriamente desafiado por investigaciones más recientes acerca de varias especies. Los biólogos concluyen que la selección natural persigue la supervivencia y la continuidad de la especie por cualquier medio, incluyendo volverse empático y cooperativo con los demás y redirigir la pura agresión animal hacia una lectura más cordial y sintónica de los demás.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan, y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.