Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
Decía yo en estas mismas páginas tiempo atrás que la Humanidad atraviesa un período de gran incertidumbre política, económica y social en el que no se sabe muy bien quién es el aliado y quién el contrincante; tampoco si una China comucapitalista de partido único es viable a largo plazo sin represión; si los Estados Unidos, más desunidos que nunca desde la Guerra Civil, pueden corregir un capitalismo ciego, sordo y mudo que deja a su paso millones de desempleados cuando le conviene a sus idolatradas ganancias trimestrales, y si una comunidad europea intermitentemente social-demócrata y neofascista le tiende la mano a sus vecinos pobres y perseguidos, o se encapsula con un narcisismo medioeval.
Junto con Japón y China, Norteamérica y Europa Occidental dictan en buena medida el destino económico de 7.800 millones de seres humanos, seguidos por potencias emergentes como India, Brasil y los países exportadores de petróleo. Ah, y por supuesto está la Rusia de Putin, misma que no sabemos exactamente adónde va, pero de la que no se augura nada bueno hasta que su despótico zar culmine su cruel mandato y su opresión de propios y ajenos.
Pero esta lectura de la realidad político-económica del mundo es francamente subjetiva y desactualizada. Para entender los mecanismos económicos que nos gobiernan es preciso dejar de pensar en términos de países o de regiones económicas y darse cuenta de esta verdad axiomática: el poder real lo sustentan un centenar o dos de compañías transnacionales cuyos objetivos nada tienen que ver con el bienestar de las naciones en donde operan y, menos aún, con las necesidades y aspiraciones de sus pueblos. Ejemplos: Una mega compañía como Halliburton, que se dedica a la exploración y explotación energética y petrolera entre otra muchas cosas, fue capaz de dictar el plan energético norteamericano bajo la administración Bush y de ubicar a su anterior presidente en la vicepresidencia de los Estados Unidos para, desde allí, proveer y suplir múltiples aspectos de lo que fue la primer guerra privada de la Historia, desde la explotación de los pozos petroleros iraquíes hasta la provisión de vituallas para los soldados que fueron enviados allí, ya no cabe duda, con el más sórdido de los propósitos. Una gigante empresa de gas y petróleo como Gazprom, manejada por oligarcas amigos de Putin, se ha dado el lujo, hasta hace pocos días, de hacer que sus compradores europeos se callen la boca y no denuncien las infamias del Kremlin, así como nuestro país le sigue dando la mano al rey de Arabia Saudita, el déspota Mohammed bin Salman, cortador de cabezas y cercenador del residente americano y crítico Jamal Khashoggi en su propia embajada en Estambul… Prebendas, injusticias, nepotismo, desfalcos y robos descarados son moneda corriente de la mexicana PEMEX y la venezolana PDVSA, por mencionar solo algunas supuestamente gobernadas por una administración pública, pero cuyos tentáculos se extienden a compañías privadas y a mafias poderosas.
Así, las mega compañías que lideran los sectores más ricos de la economía internacional (energía, armamentos, finanzas, comunicaciones, medicamentos) se han tornado tan poderosas en los últimos 50 años que ya no hay leyes ni democracias que las paren. Recordemos el golpe de estado contra el presidente argentino Arturo Humberto Illia en los 60, auspiciado por farmacéuticas internacionales, mismas que todavía compran la voluntad de centenares de ministros, congresistas y funcionarios en todo el planeta y vacían los bolsillos de millones de pacientes con enfermedades crónicas como la diabetes, como bien lo denunciara el presidente Biden en su discurso anual acerca del estado de la Unión.
¿Los bancos norteamericanos y europeos hicieron inversiones desastrosas hace una década? No importa. Tanto el gobierno estadounidense como los europeos, igualmente plagados de exagentes corporativos en todos los niveles del poder, le sacan la soga del cuello y se la ponen, ¡cuándo no!, a la impotente población. Que Inglaterra haya decidido cerrar 500 bibliotecas y calentar una piscina pública con el fuego sobrante de un crematorio cercano, pero se resista a dar de baja alguno de sus billonarios submarinos nucleares, patentiza la falta de voz y voto populares, más aún, en un reino decimonónico de brillantinas y espejos (¡espejismos!) que le cuesta una fortuna al erario, mientras uno de cada cinco londinenses vive debajo de la línea de pobreza.
Otro ejemplo más crudo es Egipto, que en realidad sirve como muestra para analizar el poder mega corporativo en docenas de países sumergidos en la opresión por una clase gobernante que aquél mantiene con total impunidad. Un régimen autocrático gobernó con mano dura a 85 millones de personas para asegurar la navegación comercial multibillonaria y el flujo de petróleo y de productos por el Canal de Suez para que las compañías internacionales no tuvieran de qué preocuparse. El Canal de Panamá nos recuerda similares historias de saqueo corporativo y “héroes” de dudosa reputación como Teodoro Roosevelt. El clamor de la plaza pública, las sistemáticas violaciones a los derechos humanos, el uso frecuente de amenazas y tortura a los opositores de regímenes militares como el egipcio son tan marginales en su esquema de poder como la desaparición y asesinato de opositores en los cinco continentes. Lo que reclaman líderes populares, ambientalistas, figuras religiosas y periodistas con tremenda valentía en tantas regiones del planeta, desde Bahréin hasta Argelia, desde México hasta Brasil, es, ni más ni menos, el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, y acabar con el abuso de las transnacionales y sus sátrapas de turno.
Como explica inteligentemente el imperdible documental “The End of Poverty?” los funcionarios y dirigentes políticos que no pertenecen ya al club mega corporativo (y le recuerdo que nuestro Senado Nacional es simplemente un club de millonarios, excepción hecha de media docena de ellos), primero reciben la visita de “asesinos económicos” que los tientan con millones de dólares para que aborten proyectos nacionales y acepten otros de nulo beneficio público, como por ejemplo, grandes obras de infraestructura para mover más fácilmente las materias primas del Tercer Mundo hacia el primero, relegando industrias y agriculturas imprescindibles para su supervivencia y desarrollo, o bien, recibiendo préstamos billonarios del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la banca privada para obras que llevarán a cabo las compañías asociadas al poder (recuerde el escándalo de la constructora brasileña Odebrecht en Latinoamérica), dejando que la deuda la pague, ¡cuándo no!, la impotente población. Si el dirigente se rehúsa o su agenda política le es inconveniente, llegará luego el “asesino político” a completar la faena, como pasó con el presidente Arbenz en Guatemala, con Omar Torrijos en Panamá, con Patrick Lumumba en el Congo, con Salvador Allende en Chile, y la lista sigue…
La Humanidad ha visto la explotación violenta de las regiones más indefensas del planeta desde el siglo XVI, por parte de imperios y potencias navales como Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Portugal, Francia y España, sometiendo indígenas americanos, africanos y asiáticos a la más abyecta esclavitud, robando oro, plata, marfil y enormes recursos naturales y explotando una mano de obra prácticamente gratis para crear las bases del desarrollo económico del que tanto se ufanan. Los últimos 50 años, en cambio, se caracterizan por el traslado del poder desde la clase gobernante en los países “prósperos” hacia las megacorporaciones, y por el uso de oscuros mecanismos de dominación económica (y política, y social, y cultural) que se sustentan en la ignorancia pública y que requieren que la quinta parte del mundo con cierta educación y una pizca de poder decisorio se mantenga distraída, hipnotizada por el partido de fútbol of béisbol del domingo, la telenovela diaria, los escándalos de actrices y cantantes, los jueguitos electrónicos y los reality shows que la transporta a una irrealidad idiotizante, o por el alcohol y las drogas de turno.
La educación, la salud mental y la reflexión crítica no le van a procurar más ganancias a los dueños del poder. Por el contrario, pueden poner en tela de juicio sus estructuras, desde la militar hasta la bancaria, desde la política hasta la religiosa, éstas que siguen dependiendo de la ignorancia para funcionar y del letargo público para prosperar. Hay mucha plata para el Pentágono y poquísima para el Departamento de Educación; fuimos a Afganistán y a la Luna (de vuelta, y para qué) pero no sacamos de la pobreza a los nativos de América, ni lideramos a los jóvenes desesperanzados de los barrios pobres, ni nos importan los ancianos que, mientras esto escribo, están mendigando un plato de comida en las citadinas calles de la postpandemia. La educación política (yo diría también moral) del pueblo y el ejercicio de la democracia son armas idóneas e inter vinculadas para reclamar una distribución equitativa de la riqueza, la protección de los recursos naturales y humanos, y la creación de un sistema económico internacional transparente, humanizado y respetuoso de las necesidades e intereses locales de los pueblos que hasta hoy mantienen sumergidos. ¿Llegará ese día alguna vez en nuestra novel centuria? Hagamos cada cual nuestro poco para que se logre lo mucho.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan, y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.