Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*
La primera vez que escuché la palabra repugnante, si mi memoria no se equivoca, fue en la Argentina. Mi primo, un excelente médico que ejercía su profesión en Buenos Aires y fue también funcionario de salud pública en un distrito del llamado Gran Buenos Aires, me comentó indignado que unos abastecedores de leche para las escuelas públicas del lugar se le acercaron en una de sus inspecciones para verificar la calidad de dicha leche, proponiéndole que hiciera “la vista gorda” y permitiera la entrada en el circuito escolar de productos de segunda calidad a cambio de una jugosa suma de dinero. Mi primo tenía probablemente más de una falla o debilidad, pero jamás se dejó corromper. No solamente se opuso a tan deleznable quid pro quo, sino que también denunció a estos corruptos abastecedores de leche ante la alcaldía municipal –cosa harto peligrosa– a fin de retirarles las licencias debido a su repugnante oferta. Y así fue como él mismo llamó a este intento de coima “una cosa repugnante”. Ese es un pequeño ejemplo de tantas inconductas que ocurren en todo pueblo y lugar cuando se quiebra la ley, se tuerce la justica, se esquiva la norma o se ignora el bien común por un puñado de monedas o una barra de oro, lo mismo da.
En este patético carrusel siempre hay un Judas dispuesto a traicionar a su maestro, un maestro dispuesto a traicionar la confianza de su alumno, un alumno dispuesto a sobornar a su maestro o a las autoridades para entrar en una universidad o colegio al que no tendría acceso por falta de méritos académicos, y una universidad que le exige a sus profesores a mantener altas sus calificaciones para que aquélla luzca bien en las estadísticas (¡dígamelo a mí!), u otras cuya calidad académica es más rastrera que la moralidad de sus dueños (¡recuerde la ignominiosa Trump University!).
La especie humana tiene diversos mecanismos evolutivos que la hacen reaccionar con enojo e indignación, hasta con asco, cuando un miembro del clan humano trata de sacar ventaja de los demás o de adelantar su situación para beneficio propio en detrimento de los demás. Este es uno de los resortes psicobiológicos principales, sino el más importante, en la aparición del sentimiento de justicia que se encuentra casi exclusivamente en el Homo Sapiens y es casi imperceptible o ausente en otras especies animales. Este sentimiento le permite a la especie regular su conducta social a través del rechazo, la indignación, el castigo, la búsqueda y el logro de la justicia cuando alguno de nuestros congéneres intenta sacar ventaja, corromper, engañar o abusar de la confianza del prójimo.
Este artilugio de la naturaleza se fortaleció durante 2 millones de años de vida prehistórica, cuando los clanes humanos eran pequeños, de entre 25 a 50 personas, y ello permitía conocer de cerca la conducta de cualquier miembro del clan y de responder rápidamente a todo intento de alterar dicha convivencia, esencial para que ese grupo pudiera sobrevivir a tantos desafíos que imponía la vida prehistórica, misma donde no había lugar ni clemencia para un traidor, un embaucador, un tramposo, un enemigo. Mismo resorte biológico que se activa para que sintamos asco y nos alejemos de productos malsanos y peligrosos para nuestra salud, desde la materia fecal hasta un cadáver en descomposición.
El juez federal Víctor Marrero, que entiende en una causa contra el presidente Trump, llamó repugnante al intento de esconder la información acerca de las aparentes violaciones impositivas por las cuales el presidente oculta y demora dicha información. El juez dictaminó que el argumento de Trump de que él es inmune a cualquier investigación criminal “es repugnante a la estructura gubernamental de la nación y a los valores constitucionales.” También fue repugnante, usted recordará, su entrega de papel de toalla a un Puerto Rico herido gravemente por el huracán María, cuando con su típica sonrisa sarcástica tiraba las toallas de papel al público como se arrojan bolas en un juego de pelota, sin el menor reparo por haber ofendido a esta población a la que seguramente considera de segunda categoría y no miembro pleno de esto que llamamos los Estados Unidos de Norteamérica. Repugnante, asimismo, sus soeces comentarios acerca de las mujeres que supuestamente aceptan su manoseo sexual porque es “una persona poderosa” o su comparación de las encarnizadas batallas entre sirios, kurdos y turcos que ya llevan centenares de muertos y miles de desplazados, con una pelea callejera en la que “todo estará bien cuando se saquen el enojo y se den un par de puñetazos.” Ignorancia atroz, egoísmo visceral, peligroso quemeimportismo que caracterizan su mandato.
La mayoría de los seres humanos también considera repugnante el minimizar el grave hecho del secuestro, tortura, asesinato y descuartizamiento de un residente legal norteamericano y periodista crítico del actual rey en ciernes de Arabia Saudita, ni más ni menos para preservar alianzas comerciales que no benefician a nadie sino a esos pocos de siempre, y que no se traducen en beneficio alguno para el grueso de la población norteamericana. Mismo doble estándar que nuestra política exterior aplica con China, Pakistán, India, Rusia, Filipinas, Afganistán, Ucrania, y otras naciones cuyo nivel moral es también criticable, deleznable y en gran medida repulsivo, sea por lo evidente de la corrupción de sus dirigentes, el maltrato de sus conciudadanos, la ausencia de justicia, el confinamiento, desaparición o asesinato de quienes consideran enemigos políticos, o el tratamiento brutal de sus minorías.
De otra parte, las empresas e industrias que compran tecnologías, patentes, medicamentos de gran utilidad pública y que muchos casos han sido pioneros en la defensa de la vida y el medio ambiente –como los autos eléctricos de los años 70 y los carros que se mueven simplemente por vapor de agua–para sacarlos del mercado y evitar la competencia con sus propios productos y patentes, priorizan su interés individual sin ningún miramiento por el efecto negativo de sus acciones y, por eso, también merecen la calificación de repugnantes. Los lectores tendrán una lista de ejemplos de conductas que pueden denominarse así, repugnantes, como lo es el uso de la influencia y el poder –económico, social, profesional, artístico, militar, científico, religioso– para abusar de otros seres humanos.
La próxima vez que se sienta compungido, desolado y ofuscado ante actos de injusticia como los que señalé más arriba, recuerde que su biogenética está respondiendo como debe, es decir con salud moral, ante el abuso de alguno de nuestros congéneres, pero muy especialmente por quienes desde el poder llevan adelante políticas y decisiones tan mezquinas y egoístas que hacen hervir la sangre, reclamar justicia, demandar reparación, y alejar del clan humano a quienes lo intoxican con sus nefarias conductas.
*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de postgrado. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.