Por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Usted y yo seguramente conocemos muchas personas cuyo estado de ánimo, nivel de satisfacción personal y armonía familiar, se han visto opacadas, agitadas, y hasta hechas trizas por el impacto que las políticas gubernamentales tienen en nuestras pequeñas realidades cotidianas. Ejemplos: inflación y devaluaciones de la moneda que nos hacen cambiar de estatus socioeconómico de la noche a la mañana o nos vacían la cuenta bancaria que hemos venido juiciosamente acumulando por 40 años, cambios en la política migratoria que alejan familias que soñaban por años con su reunificación, gobernantes que producen enojo, pena, temor, frustración y disputas familiares debido a sus acciones y omisiones y que, en lo personal, han llevado a mi esperanza a su punto más bajo en los últimos 10 años. Mientras buscamos enmiendas y soluciones a tanto descalabro local e internacional, comparto estas líneas a modo de oración:

Aparta de mi ese cáliz; hazme tonto, ingenuo, analfabeto, egoísta, ignorante, desinteresado de todo lo que no sea yo, mío o para mí. Déjame seguir obnubilado por las brillantes luces de la esplendorosa cuidad en la que vivo; sumergido en el confort de mi clase media sorda, ciega y muda, ajena a lo ajeno. Mejor aún, aumenta mi desprecio por los hombres y el mundo; dame una piel gruesa como la del hipopótamo, fuerte como el caparazón del armadillo; déjame esconder la cabeza debajo de la tierra como el avestruz o sumergirme cual pez en un océano de silencio y soledad, donde nada penetre el sancta sanctorum de la espesa tiniebla que me acuna.

No me hagas beber de este cáliz de sufrimiento que despierta y sacude mi anestesiado ser, que me abre los ojos a tanto abuso y crimen, que me hace sentir la falta de justicia como si el maltrato fuera hacia mi, que me hace hervir la sangre con la que derraman otros en rituales salvajes de lesa humanidad; que me hace oír el gemido del pobre, el clamor del desplazado, la plegaria del ignorado, el grito del torturado, el suspiro de aquellos encerrados por el capricho de su rey o la bestialidad de quienes le chupan la sangre cual vampiros siniestros.

Evítame el horror de pensar en tantas mujeres y niños explotados por los que nadie llora ni levanta un dedo; en tantos ancianos que sucumben bajo el mazo bestial de asaltantes llenos de odio y de maldad o de quienes los “cuidan” a base de gritos, insultos y sacudones ante sus octogenarias miradas de miedo y de terror.

Aparta de mi ese cáliz, con su rojo zumo de conciencia y compasión; no lo quiero; no puedo seguir bebiendo de él si Tú no me brindas algo más: esa tenue esperanza que se aleja de mi cada vez más, que se encoge ante la maldad humana y que late a veces tan angustiosamente como la visión de una Tierra Prometida que Tú, Padre de Padres, no nos has regalado jamás.

Para cerrar este año 2018 tan lleno de amargas sorpresas, de desilusiones y comportamientos políticos deleznables que jamás hubiéramos pensado iban a suceder en nuestra democracia norteamericana, para cerrarlo, digo, con una dosis de esperanza, le recuerdo querido lector (y a mí mismo) que los pilares económicos, morales, sociales, tecnológicos y creativos que han hecho de los Estados Unidos la primera potencia mundial están ahí, solo que tristemente sumergidos por un lodo mugriento que, desde Washington, se expande a todo el territorio, asfixiando el sentido común, las normas de decencia, las previsiones constitucionales, las tradiciones democráticas, el deber ser humanitario, la separación necesaria de poderes constitucionales, los mecanismos de justicia y la perspectiva de paz y equilibrio internacional. Estas energías y capacidades que han hecho de los Estados Unidos un gran país desde todo punto de vista, esperan inquietas esos fuertes vientos de renovación, saneamiento y recuperación de una nación lastimada por dignatarios que han perdido su brújula moral, o más patéticamente, nunca la han tenido.

Aprovecho a desearles a todos los lectores de De Norte a Sur y sus familias una Feliz Navidad y un Año Nuevo lleno de calor humano, de compasión y del respeto necesarios para preservar una vida familiar sana y, desde allí, proyectar nuestra salud mental y moral hacia afuera y hacia arriba.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor de postgrado de la Universidad de Long Island. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.