por Juan Carlos Dumas, Ph.D.*

Esta versión avasalladora del virus corona, que ha estado en nuestro planeta por décadas, quizás por centurias, viene a decirnos con brutalidad existencial: lo que tenías no lo tienes más, lo que creías ya no sirve, es hora de arrojar a la basura rutinas, certidumbres y banalidades. Lo hermoso, si es que se puede usar el término, o por lo menos lo útil de lo trágico (guerra civil, revolución, accidente, enfermedad, peste negra o virus) es que sacude el edificio donde habitamos con cotidiana ingenuidad, pensando que mañana será igual que hoy y que ayer, sobre todo en sociedades que “la tienen fácil”.

Por dos millones de años, la especie humana vivió en incesante emergencia, en constante búsqueda del pan de cada día, saciando su hambruna con ciervos, conejos, bisontes, frutas, granos, buscando desesperadamente aguadas cuando las que conocía estaban secas o contaminadas, manteniendo el fuego en una vida cavernícola llena de acechanzas que no daba respiro a nuestros valerosos antepasados. Y hasta podríamos decir que el ejercicio de la supervivencia no fue fácil hasta mediados del siglo XIX, con ingentes descubrimientos que nos regalaron la luz (de gas, luego eléctrica y hoy de paneles solares) medicinas al alcance de todos (¿o quiere que hable del tercio del mundo que aún vive en abyecta pobreza y emergencia sanitaria, y el otro tercio que no puede pagar los costos criminales que imponen las farmacéuticas y aseguradoras de salud?) mejor calidad de alimentos (hasta que llegaron McDonald’s y Burger King) de agua (hasta que llegaron Coca-Cola y Pepsi) y de aire (hasta que llegaron Bush y Trump para deshacer lo andado en materia de protección ambiental).

El sentirse indefenso y atemorizado ante las asechanzas del medio ambiente, llámense animales salvajes, fenómenos atmosféricos, políticas públicas erróneas, devastadoras invasiones y guerras, pestes o enfermedades, ese miedo digo, es imprescindible para la supervivencia humana ya que, si no es paralizante, nos impele a poner en práctica acciones que nos pongan a distancia de estas amenazas o las resolvamos.

Similar a lo que sucede con el sentido de justicia, ése que nos hace hervir la sangre cuando advertimos su ausencia, o el de compasión, que nos lleva a darle la mano al otro, el miedo, la preocupación ansiosa, la rumiación depresiva, la angustia, pueden ser los combustibles que necesitamos para cambiar, para salir de problemas y mejorar nuestra situación. Si no tengo miedo del lobo que me puede comer a medianoche porque se me apagó el fuego de la hoguera, es más probable que no la cuide adecuadamente; si no temo enfermarme, arriesgaré conductas nocivas para mi organismo y para los demás; si no me asusta esta pandemia, no estaré lo suficientemente preparado para combatirla, algo que podría llamarse “el síndrome de un-Trump-ignorante-que-no-acaba-de-tuitear-pavadas

Tampoco es que le vamos a dar las gracias a esta pandemia virósica que está haciendo estragos en todo el planeta, dejando atrás miles de muertos, decenas de miles de enfermos y millones de desempleados en cuanta actividad e industria se le ocurra pensar, pero el beneficio paralelo, el silver lining, es que podemos, debemos realinear nuestras prioridades, realzar nuestros valores, nuestra diaria apreciación de todo lo que somos y tenemos (agua, comida, ropa, techo, salud, trabajo, familia, amistades y, siquiera esporádicamente, paz) y terminar de darnos cuenta que, tanto a raíz del coronavirus, o de un tsunami, o de una guerra o terremoto, el mejor camino para sobrevivir es la cooperación.

La interconectividad humana no tiene marcha atrás. El cazador solitario murió cuando se quedó dormido, se le apagó el fuego sin que se diera cuenta, y los lobos tuvieron su festín con ese pobre miserable que no aprendió a convivir.

*Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y profesor universitario de postgrado. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoramiento en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental en Jackson Heights, Queens.