Michelangelo Tarditti
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El teatro en la capital argentina, ofrece todas las variantes posibles, en espacios chicos o grandes, en estilos (clásico o moderno), en aquello vinculado con el teatro del absurdo o aquello del hiper-realístico. Desde algún sitio nos sonríen seguramente Goldoni, y Chejov, Shakespeare, y Racine, Los griegos y Discépolo.

Todo se hace y todo se ve; lo considerado comercial y su contrario, aquel teatro profundo de ideas que nutren, de celebridades que regalan mensajes brillantes, inteligentes, emocionantes o aquel de la risa fácil.

En la centralidad de la famosa calle Corrientes, o en el off geográfico de la desmesura ciudad. Todo coexiste. Aun en la diversidad frenética de opiniones, en la que se debate y naufraga hoy el argentino. Estaría contento Nietzsche, porque se profesa en las salas de Buenos Aires, tanto el apolíneo como el dionisiaco, ¡juntos! Necesariamente juntos. (El criticaba a Sócrates porque con propiciar el razonamiento mayéutico, Sócrates había anulado lo dionisiaco de la tragedia griega, matándola).

Si el teatro nació del sacro, hoy el modernismo lo desacralizó, y a veces hasta le faltó el respeto. Todo sirve, en realidad, si es creativo, si es respetuoso del autor, si es visceral en el actor, si es atrapante en el director, si me dice algo de algo.

Si me mueve un sentimiento, si me mueve una reflexión. Si algo de todo esto no aparece en mi sentimiento o en mi intelecto, entonces la magia estuvo ausente, sea en aquello que fue un rito sagrado en el pasado, o en esto que es un rito desacralizante en el presente.
La cartelera de Buenos Aires, debe ser una de las más rica del mundo. Y el porcentaje de calidad es alto. A la par con algunas producciones de Londres, o con algunas del underground neoyorkino, en calidad, digo, porque en cantidad dudo que haya otra ciudad que ofrezca tanto.

En estos días tenemos trabajos muy interesantes, y ya que hablábamos de ver toda esa variedad, destaco:

VER Y NO VER, del Irlandés BRIAN FRIEL, que nos inquieta cuando su personaje ciego parece preferir las tinieblas de su mente a la claridad del mundo circundante cuando por un momento recupera su visión. Y pensar que nosotros estamos tan acostumbrados a ver tanta mediocridad imperante, sin espantarnos, ¿no?

La verdad será siempre subjetiva porque se mira con cristales individuales. Esta versión es muy hermosa por la puesta de Hugo Urquijo, por el estupendo diseño del espacio escénico de Eugenio Zanetti, por los actores: Graciela Dufau (en su mejor trabajo según mi opinión), en un Arturo Bonin y Nelson Rueda muy justos en sus roles.

CUANDO LLUEVE, (When it rains), del canadiense ANTHONY BLACK, que nos bombardea de preguntas que tienen o no respuestas en nosotros mismos, pero con una estética super moderna, donde la escenografía se insinúa en las proyecciones y donde los actores parecen sentados confidencialmente al lado nuestro. Muy bella puesta, impecable, super cibernética diría, del mismo Anthony Black, y con cuatro eficaces actores: Moro Anghieri, Gloria Carrá, Matthieu Perpoint y el siempre estupendo Rafael Spregelburd.

1789, de ARIANE MNOUCHKINE, que el grupo Tambo teatro, dirigido por Daniel Begino, presentan en diversos centros culturales de la ciudad de Buenos Aires. Una creación colectiva con más de 50 actores, que nos sumergen en la atmósfera de la Revolución Francesa, envolviéndonos en la transgresión del espacio todo, y en una emoción que nos recuerda tanto sea los vapuleados Derechos del Hombre, o lo sangriento de las revoluciones, o las hipocresías y cobardías de aquellos personajes que jugaron importantes roles en este histórico acontecimiento, con un elenco y puesta en escena, de emocionante eficacia.

LA SANGRE DE LOS ARBOLES, de LUIS BARRALES, con dos jóvenes actrices, Juana Viale y Victoria Céspedes, y un violoncello en la virtuosa ejecución de Angela Acuña; un juego donde el tiempo se vuelve ausente, donde las dos mujeres, hermanas o no hermanas, se enfrentan como en espejos que denuncia las diferencias y subraya las semejanzas, porque en definitiva se trata de comprender cual es la identidad, o el aceptar si las decisiones tomadas en el recorrido de vida de cada una de las dos (que son una) fueron acertados o no. Identidad, replanteos, amor, todo en dos mujeres que son una. Brillantes las actuaciones, como también la dirección del autor mismo.

LA OMISION DE LA FAMILIA COLEMAN, de CLAUDIO TOLCACHIR, lleva 14 años de funciones en Buenos Aires, y en giras por el mundo entero. Su elenco prácticamente es el mismo: Cristina Maresca, Adriana Ferrer, Inda Lavalle, Fernando Sala, Tamara Kiper, Diego Faturos, Gonzalo Ruiz y Jorge Noguera. Una pintura dolorosa de una familia en disolución, que crea un espacio “familiar”, irreconciliable con los otros integrantes, y posiblemente irreconciliable, con la propia recomposición.

DOÑA DISPARATE Y BAMBUCO, de MARIA ELENA WALSH, un clásico de la literatura infantil;, clásico en el sentido exacto de la palabra, por su vigencia, por su poesía, por ese talento y por esa gracia de la inolvidable Maria Elena Walsh, en una versión de RUBEN CUELLO y de su protagonista Georgina Barbarossa, (Doña disparate) quien junto Jorge Maselli (Bambuco) nos hacen evocar los momentos más emocionante del teatro destinado a la infancia, edad pletórica de riqueza, ingenuidad y fantasía, y que forma desde entonces la creatividad que el adulto deberá desarrollar en la vida llamada “madura”. Todo el elenco de actores y bailarines, guiados por la mano coreográfica del inteligente Rubén Cuello y con la dirección musical de Martin Bianchedi, despliegan alegría, gracia y talento, siendo secundados por el aplauso continuo del espectador niño y “adulto”.

MONTE CHINGOLO, de LEONEL GIACOMETTO/ALEJANDRO VIOLA, una intimista y minimalista versión de un pedazo de nuestra historia; aquella del largo período de las noches negras ceñadas por la prepotencia militar, y donde hasta la razón de la resistencia es sangrienta y dura. Porque la violencia, sea del color que sea, es el cáncer de la vida: se embandera con lo irracional, y, por lo tanto, aunque sea sustentada por la necesidad de justicia, provoca solo ríos de muerte. ¿Y entonces? ¿dónde está la solución, si la razón no es comprendida por la razón del otro? Un trabajo que sacude la memoria de nuestros sentimientos de argentinos. Son muy buenos los trabajos; el del guerrillero Junior Pisanú, con su impetuosa juventud como integrante del Erp, y los de Sandra Grandinetti y Elvira Massa, dos hermanas con una visión diferente de la solidaridad y del compromiso social. La puesta de Alejandro Viola emociona, y sirve para tener presente nuestro pasado, padre de nuestro presente.

Y, como se dice en Italia, la “ciliegina della torta” (la cereza de la torta) es sin duda:

NI CON PERROS, NI CON CHICOS… que con dirección de JAVIER DAULTE y textos y música de FERNANDO ALBINARRATE se presenta en la sala Espacio Callejón, con cuatro actores brillantes, con una puesta de Daulte muy bella, y con dos músicos en vivo excelentes: Fernando Albinarrate al piano y Uriel Kaufman en clarinete y saxo. Los actores, magníficos en sus roles, bailan, canta, despliegan una gracia excepcional, y nos muestras, a veces con humor, a veces con ironía, a veces hasta con crueldad, una radiografía de lo que es esa personalidad tan particular de quien trabaja sobre un escenario. El actor. Ese ser tan seguro y tan inseguro, tan histriónico y tan tímido, tan extrovertido, tan necesitado diría, de la devolución de esa cuarta pared formada por el público. Ese actor, que no quiere la competencia ni de perros ni de chicos (ni de gorditos), que distraigan la mirada del espectador de su “rutilante interpretación”. Adorables. Inseguros. Sensibles. Competitivos. Simpáticos. Vanidosos. Con más o con menos talento. Pero siempre generosos, en ayudarnos a ver ciertas realidades, o a transitar por sentimientos que no siempre nos afloran en el diario trajinar. Bendito sea el Teatro, como surge como mensaje directo o indirecto de este bellísimo espectáculo.

Y de los actores aquí, que decir, sino que son brillantes, talentosos, virtuosos, comunicativos, simpáticos, graciosos al máximo.

Omar Calicchio, con su bella voz, con su agilidad asombrosa, con esa gracia que lo confirma como un actor de óptimos recursos. De Laura Oliva, podemos aplaudir su simpatía, talento, gracia y naturalidad, además de valorizar su estilizada figura. Recursos le sobran para ser reconocida como una de las actrices más interesantes del medio. Federico Coates parece escapado del film de Ettore Scola, “El Baile”, con una gracia magnífica. Y Daniela Pantano, con su excelente voz y excelente imagen, que seduce sin esfuerzo al espectador. Los cuatro actores, más los dos músicos, más el excelente vestuario de Mini Zuccheri, más la eficaz coreografía de Verónica Pecollo, todo bajo la mirada inteligente de la dirección de Javier Daulte, hacen con este espectáculo un homenaje al Teatro con mayúsculas.

Bendito sea el teatro, entonces, ¡y bendito sean los artistas que nos ayudan a sostener la felicidad del alma!